lunes, 31 de diciembre de 2018

Tengo una llamada perdida de alguien en el nevado aeropuerto de Sheremetyevo envuelto en la niebla



Nuestros móviles arden en estos días. Nuestros inseparables aparatos trabajan al mismo tiempo que calientan los fogones de nuestros cocineros de familia. Los apresurados chefs que sacian nuestro apetito y que elevan también nuestro espíritu. Nos sirven un sinfín de platos que alimentan algo más que el estómago mientras recibimos muchas llamadas. Y entre llamada y llamada hay alguna que no podemos contestar. Por eso la palabra “llamada perdida” forma ya parte de nuestro vocabulario colectivo más básico. Tengo una llamada perdida de Fulanito, decimos. Ya llamará otra vez. Tengo que devolver la llamada perdida a Menganito sin falta. Me haces una llamada perdida cuando llegues a casa en Nochevieja, porfa. Y así hablamos año tras año. Pero hay algo que también se repite -no en el móvil- sino en la televisión de mi casa en los últimos días del año. En ese aparato sucede algo que me conmueve profundamente. A veces me remueve más que todos los buenos deseos imaginados con los ojos cerrados para el año que estrenamos. Y es porque alguien llegó a mi vida a través de esa televisión en estos días del año. Ese hombre no puede fallar en estas fechas.


Aparece siempre sin faltar. No se le ocurre ausentarse en los días en que, dime qué nos deparará el 2019, se abre el telón del nuevo año. Sabe que sin él pesan todavía más estos días de nostalgia al cava. No necesita que le recuerde que su visita es como un bálsamo para la herida. Quedo con él en el salón de mi casa. Y acude a la cita saliendo de la tele y sentándose a mi lado en el sofá. Charlamos un poco, repasamos el año y vuelve después a entrar de nuevo en la televisión hasta el año que viene. A mí me reconforta su generosa presencia como pocas cosas en la vida. Os reiréis pero este hombre no es un hombre cualquiera. Es él, Aleksandr. Mi querido Sasha. El gran héroe del alma de esta chica a la que todavía no sabes por qué lees pero que tiene una imaginación que parece estar servida en una copa de vino o quizá en esa copa de cava que alzas en un alegre y a la vez efusivo brindis gritando ¡salud!   

En estas delicadas fechas echamos en falta a los nuestros. A familiares que partieron antes de tiempo como mi abuela a la que nunca conocí. Por eso añoro su presencia como la de todos mis abuelos. Pero también tengo un recuerdo para otros familiares. Es decir para esos allegados a los que estoy unida de otra forma.  Estoy hablando cómo no, de mis escritores fallecidos. Me acuerdo en la  Navidad, por ejemplo, de R. Walser. Cuando el escritor falleció un 25 de diciembre durante un paseo en la nieve donde quedó en parte descansando –puro e inocente-  eternamente. Por estas fechas me acuerdo también de R. Kapuscinski que falleció después de las celebraciones navideñas de 2006. Me importan porque son nuestros fantasmas, como diría Javier Marías. Fantasmas de la literatura que deambulan en el pasillo de mi casa al lado de la estantería de libros. O en la estación de tren en las madrugadas de febrero cuando llevo en el bolso un libro junto a la manzana para el almuerzo. Cuando espero al “cercanías” mientras mi respiración emite un humo que se confunde con el invisible movimiento de estos fantasmas que me acompañan en la oscuridad que va cediendo al frío amanecer.

Ese escritor y fantasma que siempre me visita en el cambio de año llega a mi casa en el documental sobre la historia secreta de uno de sus libros. El pasado 11 de diciembre él hubiera cumplido 100 años si estuviera vivo. Y en ese importante aniversario inauguraron una estatua del escultor Andrei Kovalchuk homenajeando su carrera. La escultura estará en un parque público en una calle moscovita que lleva el nombre de este escritor. Se trata del autor de Un día en la vida de Iván Denísovich, Pabellón del cáncer, El primer círculo pero sobre todo de Archipiélago Gulag. El mencionado documental se adentra en la historia secreta de este último libro. La obra que destripa el funcionamiento de los campos de trabajo rusos denominados Gulag. Archipiélago Gulag es un homenaje a los millones de víctimas que se quedaron allí y las dimensiones intelectuales y morales de esta obra traspasan todos los límites que asociamos a la literatura porque es a la vez literatura y justicia lo que hizo en este libro Aleksandr Solzhenitsyn, el invitado en mi Nochevieja.  

El documental de Jean Crépu y de Nicolas Miletitch es una joya de la televisión que me reconforta cada vez que lo veo en Youtube. En él aparecen algunas personas que ayudaron a Solzhenitsyn a escribir esa épica obra. Entre otros fueron Nadia Levitskaia, Elena Tchukovskaia, Heli Susi o Elizabeth Voronskaïa, fallecida esta última antes de la publicación del libro. Solzhenitsyn reconoce en el documental que un hombre sólo no podía hacerle frente a una maquinaria como era la soviética aunque fuera en la época postestalinista. El espionaje estaba a la orden del día y había que engañar a la KGB para llevar a cabo la redacción de este monumental libro. Los cómplices o colaboradores invisibles de Solzhenitsyn hablaban en clave con él. El documental relata detalles sobrecogedores de la redacción de Archipiélago Gulag. Tras finalizar el proceso de escritura y cuando el manuscrito final llegó milagrosamente a Paris para ser algún día publicado en Occidente uno de esos cómplices dijo por teléfono: “El análisis de sangre de tu hermana ha salido positivo”. Eso quería decir que el manuscrito microfilmado había llegado bien en algunas latas de caviar a París. El titánico trabajo de Solzhenitsyn estaba en cierto modo a salvo. ¡Aleksandr y sus invisibles aliados respirarían aliviados por un tiempo en Moscú! Y después de todo a uno se le encoge el corazón cuando Sozhenitsyn tuvo que abandonar la Unión Soviética el 13 de febrero de 1974 para marcharse al exilio. Le retiraron la nacionalidad soviética.    

¿Qué haría Aleksandr Solzhenytsin con un smartphone? Me pregunto si hoy en día tendría él un smartphone o un legendario “troncomóvil” de Nokia.  ¿Cómo escribiría Solzhenitsyn Archipiélago Gulag en la era de Big Data? ¿Cómo puedo ir hoy en día más segura por la calle, Aleksandr? ¿Con o sin smartphone? Estas preguntas formularía al escritor. De lo que Aleksandr no dudaría es que nuestra hiperconectividad apenas nos conecta de verdad. Sin móvil y sin Internet Solzhenitsyn creó sin ironía la red más sólida y significativa que hubo nunca en la era contemporánea. Es más, armaron la invisible telaraña de personas más útil de todo el siglo XX. Y sin embargo, de alguna manera su alma se quedó tal vez sólo e inmóvil para siempre en el aeropuerto nevado que vio envuelto en la niebla antes de que su avión despegara para el exilio.

De ese hiperconectado aeropuerto donde se encuentra Solzhenitsyn en forma de fantasma me hace siempre una llamada perdida al final de año. Y eso en su lenguaje secreto podría significar, “Feliz Año, Edurne. Voy ahora a tu salón”. El lenguaje permite estas cosas. Los aliados de Sozhenitsyn emplearon el lenguaje para hacer el bien cuando dijeron “El análisis de sangre de tu hermana ha salido positivo”.  Sus códigos y mensajes en clave querían hacer justicia. Nuestras palabras, como las personas, a veces tienden trampas o se disfrazan de hipocresía navideña. Otras veces sin embargo invitan al juego o incluso a la belleza. Porque incluso en el lenguaje se libra la batalla entre el bien y el mal. La llamada perdida que me hace Sozhenitsyn se puede interpretar de infinitas maneras. En ese juego del lenguaje que no es sino un juego de interpretación o descodificación dos enamorados o incluso una familia tendrán también su propio léxico, su universo de palabras que remite a su historia. Y precisamente en ese juego de amor y en la búsqueda de la belleza me encontrarás a mí. En el eterno océano bravo del lenguaje. Hoy junto a Sozhenitsyn deseándote un feliz 2019. Urte berri on!   

Fotografía: Elliott Erwitt, 1968. Fuente: Magnum Photos.




lunes, 24 de diciembre de 2018

Eres el hombre de mi vida quería él escuchar en boca de todas las mujeres del mundo



Raskólnikov se había enamorado. Lo había pensado ella mientras elegía los colores para sus bocetos. Cuando el asesino inventado por Dostoyevski se encontró en ese estado poseído por un ardiente deseo. Cuando sólo respondía al impulso de regreso a la vida y de salvación por amor. Ese apasionado arrebato a orillas del Neva podía inspirar el título de una historia, se decía ella. Esos bocetos que ella realizaba tenían títulos que eran a la vez homenaje al arte y a la literatura. Ella los fundía en una sola expresión. Porque amaba a ambas artes a partes iguales como se quiere a veces por igual al padre y a la madre. Admiraba a Sonia Delaunay, Frida Kalho, Georgia O´Keefe, Vanessa Bell, Lee Krasner, admiraba a Natalia Goncharova… Porque, ¡oh! ¡El arte rescataba a los muertos! Salvaba a esos cadáveres que andan por las calles los mediodías y las noches. Los devolvía a la vida en vez de abandonarlos en sus tumbas de asfalto para siempre. Enterrados sin esperanza en sus rutinas de trabajo y ocio. En ese estado hipnótico de lunes a domingo por culpa de un péndulo de placer y sobre todo de dolor.


Raskólnikov se había enamorado de Sonia. Y nuestra pintora quería crear unas viñetas inspiradas en una escena de su novela favorita, Crimen y castigo de Fíodor Dostoyevski. Cuando el amor entre Raskónikov y Sonia resplandeció en cielos azules, grises, púrpuras. Cuando el fiel lector de Dostoyevski amó el tímido y a la vez febril fondo rojo como horizonte. El que fue testigo de una historia de redención. Porque si el asesino de San Petersburgo se enamoró… Si hasta él se dejó llevar por el corazón como un mar alocado en noviembre, todo, absolutamente todo en la vida era posible. Es más, el amor de Raskólnikov era como un axioma literario que servía para la vida. Para esa vida cuando la vida no se parece a la vida.

Cuando ella pintaba sabía que pocas veces en la vida, ésta se parecía a la vida de verdad. Por eso pintaba. Para que la vida fuera vida.  Los adultos tenían a menudo vidas grises. Aunque esos supuestos hombres maduros no se rindieran en el intento de lograr que la vida llegara a parecerse aunque fuera en un día, a la vida. Conocer a la mujer de su vida fue para Raskólnikov un día de vida en su vida. Quizá, la única de entre todas las que vivió. Cuando no se sabe por qué sucumbió a los ojos de Sonia como las últimas hojas de un árbol. Cuando éstas caen abatidas en las heladas de víspera de Navidad. Y mientras recordaba esa escena ella sonrió a la vez que sentía el impulso de releer a Dostoyevski. Porque este enamoramiento le daba esperanza y a la vez aportaba una prueba inequívoca de que la vida daba sorprendentes vuelcos hacia ella misma, la vida de verdad. Y de pronto se imaginó como en una película la continuación de la gran novela de Fíodor Dostoyevski. La que contaría la historia de amor entre el asesino y la prostituta en el siglo XXI.

Raskólnikov se había enamorado de Sonia y la prostituta, por ejemplo, necesitaría escapar de una mafia que traficaba con mujeres. Raskólnikov ayudaría en todo lo que pudiera a Sonia para sacarla de ese mundo. Pero ella al estar falsamente en deuda con esa mafia ellos amenazarían con matarla. Este chantaje haría que todas las noches la prostituta escribiera en su diario frases en caso de que le arrebataran la vida. Si al final lográis matarme, diría, habrá sido después de pensarlo mucho, cabrones. No habrá sido fácil quitarme la vida y en el caso de que así sea será siempre gracias a unas inteligencias al servicio de la maldad. La maldad a secas. ¿Pero acaso se puede llamar a eso inteligencia? Cómo fastidia utilizar esa palabra tan fascinante como es la palabra inteligencia para mezclarlo con la maldad. ¿Queréis salir impunes? Vuestros actos, decía, no dignificarán vuestra inteligencia. La vuestra será una inteligencia malograda. Porque matar en el fondo nunca fue un acto propiamente inteligente. No al menos en vuestro caso. Me mataréis, acababa siempre, pero antes o después se sabrá la verdad. Mientras, Ralkólnikov observaría en la mesa de la cocina a Sonia escribir en la penumbra. Y sentiría su sangre congelada en las venas.  ¿Y si Sonia le faltara algún día para siempre? ¿No había hecho él acaso lo mismo que ahora temía cuando asesinó a una anciana? Pintaré a Raskólnikov, pensaba ella, atormentado por completo con esas preguntas.

Se acercaban las vacaciones y había un vecino que le inspiraba especialmente para recrear el amor entre Sonia y Raskólnikov. Le había llegado la voz de que ese vecino del pueblo al que recientemente había llegado para trabajar en un instituto había matado a una anciana años atrás. Le llamó la atención esa casualidad y cuando el primer día de su llegada le cruzó por la avenida principal del pueblo mientras paseaba desorientada el rostro de ese hombre reflejaba el paso por la cárcel. Le inspiraba miedo y a la vez una enorme curiosidad. Sus facciones le enseñarían cómo debía pintar esas viñetas, se había dicho. Ahora bien, no le gustó nada cómo le miró el vecino y no dudó en decírselo a su novio.   

Y un miércoles, después de pasar todo el día en el instituto pensando en el momento de llegar a casa y ponerse a pintar a Raskólnikov atormentado -yo sólo quiero pintar y enseñar dijo ella una vez a su madre- se dio cuenta que le faltaba aguarrás. Debía comprar aguarrás sin falta a la vuelta de su hora de footing. El footing le ayudaba a despejarse para entregarse mejor a la pintura después por la noche. Era su momento más preciado del día. Pero antes de que llegara ese momento se dirigió a la puerta de su nueva casa en zapatillas para salir a hacer footing. Y para su sorpresa cuando salió se encontró con ese enigmático vecino en la puerta. Aprovechó entonces la circunstancia para intercambiar unas palabras con él y así ver su rostro de cerca mientras escuchaba el timbre de su voz. Le fascinaba coger ideas para sus trabajos mientras robaba rostros, ángulos y luces de su día a día. El vecino amablemente se dispuso a seguir la conversación. Hacía días que se había fijado en la inocencia y vitalidad de la chica y la deseó de forma fatal. Quería que ella como todas las mujeres fuera suya. Eres el hombre de mi vida quería él escuchar en boca de todas las mujeres del mundo. Sin duda en esa breve conversación Bernardo –así se llamaba el vecino- le iba a enseñar a Laura todo cuanto necesitaba aprender para pintar a Raskólnikov y Sonia esa noche. Ella amaba el arte. Pero desgraciadamente aquel día el arte no le pudo salvar como sí lo hacía por las noches. Quizá estas palabras la salven al menos del olvido.   

Fotografía: Werner Bischof, 1954. Fuente: Magnum Photos. 

viernes, 7 de diciembre de 2018

Igande arratsaldeko euriaren ama naiz


Aterkiek eta astelehenek amankomunean asko zutelako edo euriaren usainak umorea aldatzen ziolako, bere aterkia poltsan bilatzeko keinuak bihar astelehena zela gogorarazi zion gabardina beltzeko emakumeari. Igandero bezala, bere amaren etxera ailegatzeko bizikleta aparkatzen ari zen emakumea. Presa sartu zitzaion zaparrada baten erdian aurkitu zenean. Kaleak hutsik eta goibel ageri ziren pipitarik gabeko ekiloreak bezala, notarik gabeko pentagramak bezala, usainik gabeko egunkariak bezala. Bidean aste berriak zer ekarriko zion errepasatu zuen pauso bakoitzak ideiak ordenatuko balizkio bezala. Bere gustoko dendan geldiunea egitea ahaztu zitzaion eta aterkia zabaldu bitartean, euriak sorbalda eta melena busti zizkion. Politikariek euria debekatuko lukete ahal balute, pentsatu zuen erdi apurtuta zegoen aterkiaren koloreei begira. Kontsumoa sustatzeko erabiliko lukete, hiritarren aldartea manipulatzeko, ekonomia global batean eskuhartzeko. Horregatik eguraldian agintzea gustatuko litzaieke askori. Eta kaleko baldosetan igande bustiaren atzetik aste berri bat zetorkiola ikusi zuen emakumeak. Beste aste beltz bat, esan zuen aterkiko arrosak eta naranjak begietatik sartzen zitzaizkiola. Astelehena, nagusiarekin bilera. Asteartea, urteko aurrekontuen onarpena. Asteazkena, ikastaro berri bat. Baina betebeharrak betebehar, une horretan nola gorrotatu euriaren musika aterkiaren kontra?

Eta emakumeak lurreko putzuak ekiditen zituen bitartean, gizon bat gurutzatu zen bere bidean. Gizonaren pauso indartsuek oraingoan galtzak busti zizkion emakumeari eta hezetasunak bere gorputza zeharkatu zion. Orduan kalanbrearen antza zuen hotzikara batek igande arratsaldeko pentsamenduak inauguratu zituen. Euria erruz ari zuen baina giro epela zegoen pentsatzeko. Zaparradaren intentsitateagatik oinak bustitzen hasi zitzaizkion emakumeari. Baina igande arratsalde euritsuetako  pentsamenduei zor diegun errespetuagatik ez zion horri erreparatu. Donostiako euria Moscú hiriko elurra bezala da, pentsatu zuen emakumeak. Hausnarketa libreenak eta askeenak eragiten dituzten igandeak euritsuak dira askotan. Pentsamenduen benetako muina ezagutzera eramaten gaituzte. Eta zein euri da tristegoa? Igande arratsaldetakoa ala astelehenetakoa? Zein da poetikoena? Euriaren umoreari buruzko hauskarketa horrek asteleheneko betebeharrak burutik kendu zizkion. Igande arratsaldeko euriarekin sentitzen zuen askatasuna ez zuen ezerekin sentitzen. Igande arratsaldeko euriaren ama sentitzen zen horregatik.  

Zerutik erortzen zen urak pentsamendu ilunak garbitu zizkion emakumeari eta pausoz pauso kalean behera egin zuen. Gurutzatu berri zuen gizonaren zigarro keak oraindik aurpegia kolpatzen zion. Baina keak gizonari jarraitu zion eta gizona atari batean sartu zen zaparradaz babesteko. Zigarroari kalada berri bat eman eta atariko atera katiuskak jantzita zituen nerabe bat iritsi zen. Bere aurikularretatik I Put A Spell On You abestia iristen zitzaion. Etxebizitza horien ondoko plazan itxaroten zegoen bere mutilagunarengana zuzendu zen eta elkartu zirenean aurikularrak kendu zituen neska gazteak. Elkarri esateko guztia musu batean gordeko balitz bezala musu eman zioten elkarri plaza erdi-erdian zegoen goxoki dendaren ondoan. Hiriko eta munduko azken neska eta mutila ziren igande arratsalde euritsu hartan. Bikotearen musua munduko libreena zen. Vals bat dantzatzen hastea bakarrik falta zitzaien eurek rap doinu bat aukeratuko luketen arren.

Eta musika toki guztietara iristen zelako, Bach-en musika entzuten hasi zen auzo horretako etxe bateko egongelan. Agureak irakurtzen ari zen liburutik begiak altxa zituenean bat batean egongelako leihotik musu bat ikusi zuen. Bikote gazte batek elkarri eman zioten musua. Plaza huts-hutsik zegoen baina bikotearen musuak zerbait bete zuen enparantza horretan, egongela hartan, mundu osoan. Euriak neguko piszinak sortzen ditu, pentsatu zuen agureak. Umeak bainatzen ez diren jostailuzko igerilekuak. Plaza honek gaur bezelako igande arratsalde euritsuetan plastikozko piszina baten antza du. Itsasotik gertu dagoen plaza, piszina, putzu handiak gris ezin ederragoak erakusten zituen. Eta agurea nerabe batzuen musuekin distraitu zen leihotik begira. Ezpain gazte haien goseak urteak kendu zizkion eta plaza hartan lehenago gris koloreak zirenak gero zetazko dirdirak bilakatu ziren aintzira batean. Bat batean bikotearen ondotik gizon handi bat igaro zen korrika. Euriak zigarroa itzaltzen zion keinua egiten zuen eskuarekin. Bikotearen ondotik igarotzean begirada altxatu zuen eta musuak irentsi zituen zigarroaren keak birikak betetzen zizkion bitartean. Orduan aterki koloretsu bat agertu zen agurearen begietan eta irakurtzeari ekin zion berriro.    

Euria ari zuen. Zerutik ez ziren goxokiak eta txokolatinak erortzen. Gianni Rodari oker zegoen. Ez zuen arrazoia, pentsatu zuen agureak liburuan begiak berriro jarriaz. Idazle italiarrak Telefonozko ipuinak liburuan lainoak azukrez eta kakaoz beteta zeudela iragartzen zuen. Ez, Gianni. Zerutik euria gogoz jausten zen. Zaparrada erdian ahoa zabalduz gero ez zen hau zorion pizgarri eta goloso batez betetzen. Asteburuetan bereziki desatsegina zen hura. Ez, larunbatetan ere ez zituzten zeruko balkoietatik goxokiak botatzen. Ez zen inor betaurreko beltzak jarrita zeruko galeria grisetan deskapotable batean goxokiak jaurtitzera irtetzen. Promesa hutsak ziren horiek. Errege Magoak urtean behin bakarrik ateratzen ziren goxokiak botzera. Eta ez noiznahi. Astean zehar ezezik, larunbat goizetan ere busti egiten zuen euriak. Ez, halako igandetan ere euria euria zen. Egongelako leihotik zeruak negar egiten ikusten genuenean. Eta honek gure planak apurtzen zituenean. Gianni Rodari-ri hori leporatzen ari zitzaionean tinbrea entzun zuen agureak. Alaba zetorkion bisitan. Hori bai zela benetako txokolatezko euria. Orduan bakarrik kolpatuko zuten egongelako kristala kakao-tanta miragarriek.

Argazkia: Peter Marlow, 1985. Iturria: Magnum Photos. 

sábado, 24 de noviembre de 2018

Baina bizitzak ez nau oraindik haizeak hautsa bezala eramango


Erahiltzen nautenean ez dute antzemango erahil nautenik. Nire janarian edo edarian pozoina jartzen dutenean izango da. Kotxe batek harrapatzen nauenean. Sikario baten eskuak odolez zikintzen direnean. Tortura baten ametsgaiztoa ezagutzen dudanean. Pistola baten disparoa eta gero nire belarriek ezer entzuten ez dutenean. Edo ironiaz Virginia Woolf omenduz ibai batera nire abrigoan harriak ditudala botatzen nautenean. Nire buruaz beste egin dudala emanez.

Gas isurketa batek betirako lo uzten nauenean gertatuko da. Anestesistak ebakuntza batean adostutako hutsegite bat izaten duenean ni berriz inoiz ez esnatzeko. Edo hospital publiko batean erditzen dudanean odol gehiegi isurtzen dudanean. Parranda baten ostean norbaitek labana sabelean jarriko dit, agian. Eta lapidazio batek akabatuko nau. Edota botikari anker batek prestatutako burundanga spray baten ondorioz nire buruaren jabe eurak egingo dira. Eta atentatu yihadista batek eramango nau. Hori dirudiko du, behintzat. Istripu bat izan dela. Bestela sute batean harrapatuta geratuko naiz. Bahiketa eta bortxaketa baten ostean hiltzea tokatuko zait. Nire gurasoei tamalez beltzez janztea baino ez zaie geratuko. Bizitzako azken plazer iturria moztea lortuko dute. Agian oraindik asmatu ez duten moduan. Eta azkenean beraien helburua erdietsiko dute. Argi bat betirako itzaltzea. Hori udako egun eder batean itsaso gris batek irensten nauenean izango da.

Gauero lo hartzen dudanean hil egiten naiz. Baina zorionez ez oraingoz aipatutako modu krudeletan. Testigurik gabeko erahilketa bat gertatzen da nere logelan gauero. Mesanotxeko argi txiki hori itzaltzean izaten da. Ilargia gaua zaintzera irtetzen denean. Hiltzailea ez dut ikusten baina beti berdin jokatzen du. Ni hiltzearen lan zikina egitea ez zaiola axola, antza. Gustoko ditu lan zikinak. Badirudi berarentzat erahiltzailea izatea ohore bat dela. Gauero nire begiak putz eginda ixtea jolas bat dela. Jolas dibertigarri bat. Alegia, ia eskertu egin behar dudala berak ni erahiltzea. Norbaitek zure begiak putz eginda ixtea erromantikoa dela. Martiri bat izatea. Baina nork egiten die putz nire begiei?  

Nire hiltzaileak egunean zehar gaua itxaroten egoten dira. Maite dute egunean zehar ni gauera nola pixkanaka-pixkanaka iristen noan ikustea. Hilketa geldo baten agonia ikuskizuna da beraientzat. Gaueko erahilketa horren azken detaileak planifikatzea gustoko dute. Min handiena nola lortuko duten aztertzea. Biktima nola aztarnarik utzi gabe deshumanizatu dezaketen ideatzea. Planifikazio horretan anfora bat izaten dute ondoan. Anfora horretan niri egunean zehar agortzen zaidan energia gordetzen dute altxor bat bezela. Hor babesten dutena baita ni hiltzea errazten duena. Nekea, alegia. Nekearen tanta bakoitza. Izan ere, eguneko lanorduen nekeak hiltzen nau gauero. Eta neke horren gudariek bai esaten bakarrik dakite. Emakume hori hil? Bai, erantzuten dute. Gaur gauean egingo dugu hori. Hori da, erantzuten du jefeak. Honela egiaren eta justiziaren zerbitzura lan egingo duzue. Neska hau bezalako langileak gauean hiltzea ez al da oso bidezkoa?  Hiltzaileek eta jefeek oraindik ez dakite egun batean “zer egin dugu?” esango dutela. Oraindik ordea irratiko esatarien ahotsa imitatzen dute ni egunaren bukeran agortzen noan heinean. Horregatik, inportanteak sentitzen dira gauero. Sinistu egiten dute beraien lana. Ordaindu egiten diete gainera.

Hil eta gero ordea jaio egiten naiz. Zortzi orduko lanaren nekea pisutsua bada ere, mirariak existituko balira bezela, loak zama hori arindu egiten du. Hurrengo egunean indarberrituta esnatuko naizen egiak ez dit hutsik egiten. Eta dena hobeto ala okerrago berriro hasten da. Loaren azken tantak agortu egiten dira eta anfora hori berriro izerdi tantarik gabe hutsik jartzen da. Egun berri batera jaiotzen naiz. Badakit edozer gerta daitekeela. Dena posible dela. Gaur ere argitu du, xuxurlatutzen dit ahots batek ohean. Eta egunsenti batek nire begiak konkistatzen ditu. Berriz ireki dira. Gertatu da miraria. Begiak zabaldu egin dira betazal hauek nahi ala ez. Edo nire maitalearentzat ni lo ikustea eguneko saririk onena bada ere. Goizalba iritsi da, esaten dit maitaleak edo iratzargailuak. Gaur aukera berri bat duzu.   

Maitaleak edo iratzargailuak esnatu, goizeko zazpietan batzuetan maindireak desiratzen ditut gehien. Horrela gertatu ohi zait niri astegunetan behintzat. Esnatzeko momentua nahi baino lehenago iristen denean. Beste egun batez, beranduegi lokartu ginela jabetzen garenean. Ez, gaur ere ez dituzu zortzi ordu lo egin, leporatzen dit iratzargailuak. Tori merezitako zigorra. Horra hor gaua maitaleena den ekuazioaren emaitza borobila. Egun osoan zehar airean borobilak eginez ibiliko zarela. Aho zabalka igaroko duzula eguna. Hori jakinda, iratzargailuari bost minutu gehiago eskatzen dizkiot jaiki baino lehen. Eta azken bost minutu horiek gau osoko minutu gozoenak izaten dira. Esnatu aurreko segunduen atzerako kontaketa hori. Bizitza berri batera iritsi aurreko momentua. Bost minutu gehiagorekin nahi adina lo eginda bezala jaikiko naizela sinesten dudan momentua. Gaueko azken bost minutu horien emankortasunak adorea ematen du edozertarako.

Baina zer izango ote dira orduan gaueko azken bost minutuen ordez, bizitzako azken bost minutuak? Hori galdetzen diot nire buruari logelako iluntasunean. Egunaren hasieran, ez dakit zergatik,  bizitzaren bukaeran hausnartzen dudanean. Azken bost minutu horietan. Nola amaituko da dena? Nire bizitza zuzentzen duen gidariari galdetzen diot. Iratzargailu maltzurretik baino maitale sutsutik gehiago eduki dezan erregutuz. Ez nazazu haizeak hautsa bezala eraman.  Oraindik ez. Eta horrela egunari ekiten diot.       


Argazkia: Larry Towell, 1994. Iturria: Magnum Photos. 


domingo, 28 de octubre de 2018

Maite zaitudalako sortzen dut graffitia Yeats berak egingo zuen



Bada aspaldi honetan Donostian edonon ikus daitekeen graffiti bat. Nik iazko neguan ikusi nuen lehen aldiz. Urtarrileko arratsalde ilun eta euritsu batean barrenera iritsi zitzaizkidan hitzak izan ziren graffitian irakurri nituenak. Ez baitu irudirik graffitiak. Hitzak bakarrik. Baina hitz apasionatuak dauzka. Zubipeko pasadizo batean deskubritu nuen esaldia. Nire ibilbidean nindoanean tunelera sartu nintzenean. Trenak gaineko zubitik pasatzeari ekin zion eta beti bezala zalaparta beltz bat entzun zen behean geundenen belarrietan.

Hilerri batean harrapatuta nago, pentsatu nuen segundu batean nire belarri hotzekin zubipe horretan nindoanean. Hau da Hades bezala ezagutzen dugun zulo handi hori. Afari usainik gabeko hildakoen egoitza handia. Zein ongi dauden hor goian bizirik daudenak, esan nuen. Zein ongi dauden. Trenak norabide bakar bati jarraitzen baitio beti goikoen munduan. Zubiaren gainean. Ez doa Brinkolara edo Madrilera makina hori. Bizitzaruntz doa beti trena goikoen munduan. Bero-bero doaz gainera bidaiariak. Eta ni hemen behean hilik aurkitzen naiz. Jainko batek nire odola berriz berotzeko irrikitan. Jainko batek berriro bizitzera joateko agindua emateko zain. Bizitza berri batera pizteko. Ez, ez dut trenaren gurpil astunen oihartzun izoztu hau berriro zubipean entzun nahi. Inoiz ez, errepikatu nuen nazkatuta. Zubiaren gainean esnatu nahi dut bihar, zin egin nion nire buruari. Bizitzaruntz joan nahi dut trenean.

Eta tunelaren amaieran ikusten zen jolas parketik ume baten oihua iritsi zitzaidanean, erreskate bat eskatu nien Jainkoei. Inbidia nien bizitzaruntz zihoan treneko bidaiariei. Ez nuen gogoko beraien algara  ni hilerri busti batean nengoen bitartean. Arimen mundutik urrun, gogoa nuen berriro trenean ezagun batekin hitz eta pitz joateko. Alboko pertsonaren zapatei so bere bizitza imajinatzeko. Zeharka begiratuz zein liburu irakurtzen doan asmatzeko. Egun amaierako bere izerdia eta perfumea nire sudurreraino iristen direla somatzeko. Lehen aldiz maitemindu den nerabe baten moduan geltokiak begiradarekin abiadan irensteko. Neska edo mutil hori ikusteko falta diren geldiuneak zenbatuz. Bizitzaruntz doan trenean, neguko leiho lurrinduetan non goazen bereizteko gogoa nuen. Legorretan ala Ikaztegietan. Gasteizen ala Dulantzin. Gure arnasek bizitzaren lurrin hori eteten ez duten bitartean.   

Eta gutxien espero nuenean hitz batzuek bizirik egoteko gogoak areagotu zizkidaten. Groseko tren geltokiaren zubipeko horma garbi-garbi batean irakurri nituen. Aurrerantzean askotan aurkituko nuen graffitia zen. Kaleko arte kategoria zuten hitz horiek. Kaleko poesia, pentsatu nuen. Koaderno baten lehen orria irekitzea bezala izan zen hitz horiek irakurtzea. Maiteminak jota zegoen pertsona baten koaderno berezia zabaltzea. Maite zaitudalako sortzen dut jartzen zuen. 

Nik orri txuriak sortzen duen beldurraz galdetu nahi nion bihotza apurtua zuen amorante horri. Nondik etorri zaizu  Maite zaitudalako sortzen dut esaldiaren inspirazioa? Zer min duzu esaldi hori asmatzeko? Hizkien grafia aztertu nuen ea horrek pistarik ematen zidan. Tarte horretan grafologo bat izateko eduki behar diren trebeziei buruz pentsatzen egon nintzen. Hitz horien formetan utzitako pistak identifikatzea posible balitz agian graffitigilea topatuko nuelakoan.

Maite zaitudalako sortzen dut bezelako esaldiak poetenak dira, pentsatu nuen tunelaren amaierako argiari begira. Donostiak poeta sekretu bat dauka guk jakin gabe. Agian izarren argiekin hormak idaztera ateratzen dena. Zauriak balira bezala, bere hitzak spray beltzarekin sendatzera abiatzen dena. Eskuetan arima sendatzeko ukendu bat duelakoan. Paseo Berrian, Haizearen Orrazian, Kontxan, Zurriolan, non ez zuen aurrerago Maite zaitudalako sortzen dut idatziko poeta honek bere mina akabatzeko? Bere maitasuna deklaratzeko? Baina enigma misteriotsuena beste bat zen. Nor da poeta honen musa ezezaguna? Nor kalean poesia oparitzen digun iturri emankor hori? Irrifarra ateratzen digun maitale hilezkorra? Horrelako esaldiak erdituarazten dituena? Hilik ala bizirik egongo den ez dakigu. Baina donostiarrek zerbait zor die pertsona horri, hausnartu nuen.

Auskalo, agian gure poetak hiru edo lau aldiz eskatu dio ezkontzeko musa horri, pentsatu nuen trenaren biletea erostean. Eta gure graffitigilearen nahigaberako musak ezetza eman dio. W. B. Yeats idazleari gertatu zitzaion bezela. Maud Gonne omen zen Yeats-en musa handia. Ez bat, ez bi… Lau aldiz ez zela berarekin ezkonduko jakinarazi zion emakumea izan zen Maud Gonne. Hori gutxi balitz, edonor etsitzeko moduko ezezko hauek eskertu egin behar zizkiola esaten ziona. Gonne anderea eta bere ezezko guztiak Yeats-entzat inspirazio iturri bilakatuko zirelako. Maite zaitudalako sortzen dut hitzek horregatik Yeats eta Gonne gogora ekarri zizkidaten. Maitasun mingarri hura sormenerako itzela izan zelako. Gonne itsu maitatzeagatik Yeats-ek sortu egiten zuelako. Batek daki, poeta irlandarrarena zen agian Maite zaitudalako sortzen dut esaldia. Beharbada, berak idatziko zuen bere maitea omentzeko. Bizitzak ezin zuena hitzek betirako elkartzeko.  

Eta Yeats buruan nuela, ez dakit geltokiko bozgorailuko ahots batek edo Jainkoek azken aldiz hitz egin zidaten. Baina zetorren koska batekin jabetu nintzen bat batean neguko zapatak jarrita nituela. Oinak berriro bero sentitzen nituela. Nire pausoen jabe nintzen eta zerbait hastera banindoan bezela geltokiko eskailerak igo nituen. Irrifarra nuen aurpegian. Berehala hartuko nuen trenak, arteak bezela, bizitzaruntz eramango ninduen. 


domingo, 21 de octubre de 2018

Sin aceite de palma, sin parabenos, sin ti


A mí plín. Con este nombre está bautizado un cuaderno de dibujos de Elvira Lindo que sigo en Instagram. Ella se relaja dibujando nostálgicos retratos. Y mientras, nos acerca de forma persuasiva los rostros de actores, artistas y escritores que iluminan los largos minutos que gastamos en esta red social. A mí plín es para pintar sin pena ni culpa.  ¿No es maravilloso este título para muchas cosas? Para un cuaderno de dibujos o por qué no, para una cafetería.

Y que todo bajo este lema te resbale nada más coger el lápiz de color rojo. Nada más manchar el papel en el caso de Lindesca y pintar, por ejemplo, un collar de flores a Amy de niña. O tal vez en el mismo instante de tomar un cortado con tu amiga de siempre. Mientras compruebas que no te afecta razonablemente nada cuando practicas el sano deporte de ¡a mí plín! al hablar con ella. Cuando te das cuenta que efectivamente eres cada vez más imperturbable como tal vez le ocurra a la autora de Manolito Gafotas: ¡esa tontería no me afecta!

Como si ante todo tuviéramos el derecho de lanzar un a la mierda todo. Sí, a la mierda todo cuando te das cuenta que esa preocupación sobrepasa los niveles de acaparar tu mente. A la mierda con dejar de quererte para querer a los demás. A la mierda con tomar en cuenta lo que dice la gente que no te conoce. A la mierda cuando te das cuenta que la mierda que nos rodea no es la excepción sino la norma. Ahora bien, siempre con el consuelo de que ese cuaderno de artistas capturados para la eternidad o el cortado con Sara te dejan libre de al menos algunas innecesarias preocupaciones durante un rato.

Curiosamente, A mí plín también perteneció a un eslogan de una marca de colchones que garantizaba un reparador sueño para su cliente con insomnio. "A mí plín yo duermo en Pikolín" estaba dirigido a esa mujer con demasiados problemas en la cabeza que pasaba las noches en vela. O a ese hombre con un doloroso mal de amores al más puro estilo Luz Casal cuando canta “No me importa nada”. Cuando lo hace con la más cruda indiferencia pero a la vez con esa irresistible pasión imposible de apagar. Como ocurre con algunos problemas nuestros. No se apagan durante el día y menos aún de noche. Se hacen dueños de nuestra habitación. Ese infinito firmamento en la pared que nos observa sufridores. Nuestros problemas se hacen capitanes en la noche. ¿Sabrá Luz Casal por qué es tan difícil que las cosas no nos importen nada después de componer esa canción?

Algunas veces todo nuestro problema se circunscribe a una persona. Y lo único que necesitamos para recuperar la paz es quitar a cierta persona de nuestra vida. Puede ser una pareja nefasta, una amiga tóxica o un compañero de trabajo que te hace la vida imposible. Es en otras palabras, esa persona que te convierte en un mártir a cambio de soportar su a veces corta pero siempre nociva presencia. Su halo que sale expulsado de una lámpara maldita.

Pero esa persona nos hace sufrir porque en cierto modo le permitimos. Aunque nos sorprenda, hacemos a una persona muy poderosa dotándole de la capacidad de arrebatarnos nuestra paz. Y en no pocas ocasiones sin darnos cuenta nos encontramos de pronto cargando un peso que nunca antes asumimos el compromiso de llevar. Cuando precisamente no podemos llevar la presencia de esa persona. Él resulta una carga. Ella es ante todo y por encima de todo nociva y perjudicial para tu salud. Por eso, esas personas deberían anunciar su peligroso poder tóxico con un cartel en la frente. Sería un categórico acto de salud pública en beneficio de la sociedad en su conjunto.   

¿Y si fuera así de fácil? En el supermercado, sin ir más lejos, lo es. Algunas contadas veces nos lo dejan muy claro y sencillo.  Estos cereales no tienen aceite de palma o este champú está libre de parabenos. Nos avisan de los venenos que tenemos que evitar en nuestra cesta de la compra. Al menos los venenos contemporáneos que están de moda. Ya puestos, propondría que hicieran algo parecido en algunos medios de comunicación con otro tipo de veneno. Que nos alertaran por ejemplo de la llegada de noticias sobre Trump al menos los fines de semana. Un timbre quizá bastaría o una divertida caricatura de él que nos invitara a ponernos las gafas tragicómicas. Porque la vida sin aceite de palma, sin parabenos y sin Trump sería sin ninguna duda gloriosa.  Me asalta una pregunta cuando cojo el carro de la compra y llego a la sección de galletas. ¿Cómo es posible que el aceite de palma sea tan perjudicial viniendo de un árbol de tanta belleza? ¿El veneno puede llegar a ser tan exótico en apariencia? La vida sería más fácil sin esas personas o productos fake.

¿Sí? El destino del mundo está plagado de descaradas estafas. Pero el mundo y la vida son bellas en compañía de esas personas con flequillo naranja. Con esos jefes taimados. Con ese amigo del que jamás te fiarás en lo que te queda de vida. Con ese vecino hijo de Satanás.  Porque lo bueno de lo malo es que nos enseña mucho. En el caso de Trump, cómo salvaguardar y fortalecer la democracia de verdad. Pero merece la pena recordar que esas personas no libres de parabenos nos hacen mejores, nos hacen más fuertes. Esas personas con aceite de palma siempre tienen alguna lección que darnos. Y de hecho nos la dan. No podemos erradicar el mal con el mal. Es casi un deber moral exprimir lo mejor que habita en lo peor de ellos. Porque la vida sin aceite de palma, sin parabenos y sin ti no habrá sido tan provechosa. Al menos si se logra sortear el perjuicio que estas personas pueden causar. Y así poder recuperar la energía que algunos absorben por irrisorias tonterías de miércoles. Aprender esa lección es y será nuestro cometido en la vida. El resto, a mí plín.

Fotografía: Ian Berry, Magnum Photos. 

domingo, 30 de septiembre de 2018

La estremecedora belleza de los semáforos en rojo carmín




El pasado viernes todos los pasos de cebra y semáforos que tenía que atravesar para llegar a mi trabajo estaban en rojo. Vaya, los semáforos están de una coquetería que no se han olvidado del carmín para sus labios. ¿Acaso es porque es viernes? ¿O tal vez estoy en la avenida de los Campos Elíseos de París? Así intenté consolarme. Pero este inoportuno contratiempo no me ocurrió sólo entonces.  Sucede con demasiada frecuencia. Y tanta es la frecuencia con la que esa luz roja aparece en mis carreras a las 8:00 de la mañana que saco curiosas, y hasta extrañas, conclusiones.

Ese rouge me pone a filosofar de mi vida. Porque pienso que el curioso fenómeno de que el semáforo se ponga en rojo justo al llegar al paso de cebra tiene que ver con algo muy propio de mi vida. Más aún. Que la inconveniencia tiene que ver con mi destino en el caso de que el destino exista. Que el despropósito de que los semáforos como muy generosos parpadeen en verde y me den 3 segundos para cruzar corriendo el paso de cebra pertenece a una parte muy esencial de mi vida. Que tiene que ver con el camino en mi vida y no con un simple paso de cebra cualquiera. Incluso sufrí esta misma circunstancia en el momento de nacer. Vine al mundo cuando el año 1983 casi se iba a acabar y se iba a poner en rojo. Nací cuando el otoño llegaba a su fin. Cuando en el zodiaco tocaba casi cambiar de signo. Desde luego, de no haberme dado un poco de prisa como mínimo hubiera nacido al año siguiente. Lo que hubiera determinado sustancialmente mi vida. Pero al parecer decidí correr un poco como hago a veces en los semáforos. Y alcancé de forma apresurada la otra orilla del asfalto justo a tiempo para nacer a finales de diciembre. ¿No es esto demasiada casualidad?  
   
Es tan cierto como cruel: ¿cómo es posible que se repita la misma escena? ¿Que los semáforos se pongan en rojo justo cuando yo aparezco aunque no sea siempre a la misma hora? Como cabe imaginar, cuando esto ocurre no me queda otra opción que correr rápidamente si quiero verdaderamente evitar esperar los incómodos minutos hasta reanudar la marcha con el semáforo verde. Es decir, tengo que correr con bolso y agenda en mano delante de los conductores de coches por humillante que para mí a veces resulte la escena. Cuando aún no se me ha evaporado el brillante sudor de la ducha de la mañana. Y parece que el sólo atravesar el paso de cebra corriendo me hace sudar como en una interminable carrera. Con las despreciativas miradas de los conductores que parecen espetar, anda nena ¡muévete!

La otra alternativa es esperar aspirando el desagradable humo de los coches mientras intento contener la inercia de mi cuerpo. Lo que ocurre –y aquí llega el problema- es que odio esperar en los pasos de cebra. Detesto esa súbita y abrupta parada al borde de la acera. Es como si alguien tratara de impedir que siga mi camino. No sólo mi camino al trabajo sino mi camino en la vida. O como si alguien me pusiera una repentina trampa para que yo tontamente tropezara. Va más allá. Esa parada con el semáforo con los ojos enamorados no tiene nada que ver con el amor. Esa odiosa pausa es para mí eterna y además, ladrona. Y a esas horas de la mañana desprecio especialmente ese disimulado robo de mi tiempo. Precisamente cuando se trata de esos minutos que has perdido por retrasar tu hora real de levantarte de la cama. No la hora en que ha sonado por primera vez la alarma.

Y entonces cuando, oh, el semáforo me dice ¡stop! La pregunta filosófica llega de rojo como una luz provocadora y mordaz. ¿Por qué no te gusta esperar? ¿Eres una persona que no sabe esperar en la vida? Detener el ritmo, ¿eso qué es, Edurne? ¿La vida tiene ritmo? Estas preguntas filosóficas siguen a las 8:15 de la mañana. Y entonces aparece el dilema. ¿Qué debería hacer cuando el semáforo está a punto de emitir esa luz parecida al láser? ¿Esperar hasta que vuelva a ponerse en verde o bien correr para aprovechar esos últimos segundos? Se trata casi de adoptar mi filosofía de vida. Esperar o correr, he aquí mi extraordinario dilema existencial. La primera opción lo asocio con la prudencia, la virtud, el pensar en el futuro, el posponer las gratificaciones inmediatas o las a veces fáciles recompensas. Lo relaciono con el silencio, la calma, la contención, la humildad. El correr sin embargo es para mí el vicio, la pasión, el grito, el exprimir el momento. Es el aquí y el ahora. Es la emoción, incluso la avaricia, el querer siempre arañar un segundo más. En definitiva, no conformarse.

¿Pero el éxito en la vida no se basa en muchos casos en saber esperar? ¿No es precisamente bello que eso llegue después de una larga espera? Por ejemplo, saber esperar el momento para gastar un dinero ahorrado, evitar el picoteo y esperar a la comida de verdad, esperar al trabajo que te dignifique y no te utilice, esperar que la verdad aflore mientras la mentira no se pueda sostener más, esperar la llegada a la plaza del Obradoiro en el Camino de Santiago, esperar a encontrar las palabras adecuadas y el momento adecuado para decir algo, esperar la llegada de un bebé, esperar a que la justicia dicte con los ojos vendados el veredicto final, esperar a la persona adecuada, esperar hasta llegar a la cumbre de una montaña o la meta de una carrera, esperar la muerte o el derrocamiento de un dictador, esperar el estreno de una película que ansías ver, esperar a que una planta florezca, esperar pacientemente una cita…

Nadie lo puede negar. La espera nos mantiene vivos.  Y por eso es esa espera, sin duda, tan estremecedora. Por mi parte, dudo de que de repente empiece a pararme de forma civilizada en los pasos de cebra. Como ya habrás podido intuir los pasaré corriendo de mala manera. Apurando el último segundo de los conductores con el freno dado y el rojo del semáforo reflejado en sus cristales y retrovisores a las 8:25. Si fuera siempre el mismo coche el que esperara en mis pasos de cebra me identificaría como la transeúnte que siempre corre al límite. Por poner un caso, si este mismo conductor fuera algún espía que intentara matarme con la ayuda de un sicario, lo tendría fácil en un semáforo. Quedaría muy disimulado porque siempre los paso inconscientemente. Siempre voy corriendo con el semáforo casi en rojo. Atravesando peligrosamente el umbral obviando el riesgo. Ahora bien, después de esta descarada pista que dejo aquí, más que una muerte disimulada la mía sería una muerte anunciada. Se trataría del asesinato perfecto si no fuera por el pintalabios de color carmín que siempre deja huella en algún cuello, en alguna sábana o en este caso, en un algún paso de cebra a las 8:30 de la mañana en San Sebastián.

Imagen: La espera de Gao Xingjian (Premio Nobel de Literatura en el año 2000). El escritor tiene una obra pictórica además de la literaria.  

lunes, 30 de julio de 2018

Querida Kitty



Querida Kitty:

Permíteme este comienzo. Para mí te llamas Kitty. Y, con tu permiso me dirijo a ti con este musical nombre. Las personas como tú os llamáis todas así. Un nombre que al pronunciarlo con la lengua te obliga a abrir la boca en forma de una-casi-sonrisa acompañada de un toque en el paladar. Como la aparición final de las percusiones en una orquesta. ¡Ki-tty! Haz la prueba. Sí, porque aunque te parezca una tontería a mí me sacas una sonrisa y quiero que sonrías al acabar de leer esta carta que te escribo con el corazón. ¿Sonreír? Sí, quiero que le sonrías a la vida. ¡La vida, Kitty! ¡La vida! Tú, que no tienes motivos para ello porque es verano y te encuentras sola en las fiestas, en la playa, en las calles atestadas de gente dispuesta a comer y beber la luz del sol. Sé que vives en la umbría de sentirte ninguneada, excluida y marginada.  Y, eres nada más y nada menos que una adolescente con necesidad de creer en algo. Veo que tu llama en los ojos es débil. Débil y solitaria como el hierbajo del páramo. No sonríes con los ojos. ¿Existe algo más triste que eso? Después de este curso escolar y tus  compañeros de clase riéndose cada vez que abrías la boca, salías a la pizarra, pasabas por delante de ellos con tus pantalones rojos te sientes devorada por los buitres. Sin nada que llene tu mirada de aire resplandeciente. ¡Luz!

Kitty, te falta lo que más anhela el ser humano en la vida: la amistad de verdad. ¿He acertado? Más aún a tu edad adolescente en la que necesitas alguien a quien parecerte. Pero tus amigos te hacen sentir la soledad más gélida y estremecedora. ¿Se debería permitir que un adolescente conociera eso? Tú sabes de lo que hablo. Lo sé. Te sientes tan débil ante ellos que tocas fondo cada vez que aparecen ante ti. Sólo sacan tu lado más pusilánime. Tus amigos te maltratan en la escuela, en las redes sociales y ahora hasta en la piscina. Porque no ha llegado la tregua que esperabas con las vacaciones. Y, los días son como una brecha abierta que no te deja descansar. Es una tensión sumamente agotadora y bloqueadora. Tu cerebro segrega demasiado cortisol. Son ellos los compañeros que no permiten que esa horrible cascada se detenga, que la herida se cierre. Y, una y otra vez te torturan dando rienda suelta a esa sangre que se derrama burlándose de ti. Una sangre que alimenta una parte oscura de la personalidad de tus ¿amigos? Desgraciadamente no los podrás cambiar. La que por fortuna cambiarás serás tú. Pero todavía no te he dicho por qué te llamo Kitty.

Seguro que has oído hablar de Anna Frank. La muchacha que murió en un campo de concentración nazi conocida por su diario. ¿Sabes? Un cuaderno y un bolígrafo han podido rescatar para siempre la memoria de esta chica. Como si no pudieran matar su mano que escribía y así sobreviviera la parte más auténtica de esta chica. ¿No es fascinante el poder de las palabras? Cuando Anna Frank escribía en este célebre diario se dirigía a su amiga del alma y la saludaba efusivamente al inicio de su carta. Aunque esa amiga no existía dirigirse a ella era seguramente como un impulso de resistencia y amor a la vida.  Gracias a esta correspondencia con su gran compañera Anna Frank entre otras cosas, soñaba. Y eso hacía que su cómplice le sacara las fuerzas de donde no tenía Y esa amiguísima no era otra que Kitty.   
  
¿Pero quién era en realidad Kitty? Estoy segura de que Anna Frank sentía una necesidad fisiológica de escribir a esta chica diariamente. De dar forma a través de la tinta a su pesadilla como una desahogada energía liberadora. De alguna forma estar con su amiga sería la comida que necesitaba para su intimidad. Pero cuando escribía a Kitty en el fondo lo que hacía era otra cosa. Lo que hizo Anna Frank fue inventar el nombre para llamar al amigo del alma de verdad. Y, aunque suene a eslogan barato el amigo del alma de ti mismo no eres sino tú. Por eso te pido, te ruego, te imploro que empieces a ser amiga de ti misma, jovencita-víctima-de-bullying. Es el punto de partida de todo por excelencia. Rescátate, Kitty. Permítete pedir la ayuda que mereces. Escribe en un diario. Elimina de tu vida aquello que resta en vez de sumar. Date pequeños premios. Mejor si son simbólicos como hacerte un álbum de fotos tuyas con la mejor calidad. Háblate con dulzura en las fotos. Trátate como a una niña inocente que necesita creer en la magia. Imagínate que incluso la lluvia te bendice. Poco a poco tu querida Kitty no permitirá a cualquiera en tu vida. Menos aún a maltratadores, abusadores, violadores del alma. Hasta que aparezca otra gente en tu vida será mejor si estás sola que mal acompañada. Como dice el refrán. Kitty, deja que Kitty te haga soñar. ¡Oh, la vida tiene tanto que ofrecerte y enseñarte! Imagínate a ti misma en un sueño bonito para que ese sueño sea progresivamente una pequeña parte de tu realidad. Hazlo. Hazlo con la mente. Déjale que te salve. Cuando tengas a Kitty contigo como tengo ahora para mí muchas cosas cambiarán sin que hagas nada. Entonces sonreirás como yo sonrío ahora por ti. Y, desearás que alguien como tú no se hunda un día más, un poco más hondo. Es mi deseo de hoy. Llegar a ti con este mensaje en la botella. A tu playa o piscina donde sufres en pleno verano. Una nota que dice que te quieras por encima de todo y de todos. Porque por quien más amor has de sentir es por ti. Por ti, querida Kitty.

Fotografía: Martine Franck, 1995. Fuente: Magnum Photos. 

jueves, 26 de julio de 2018

Udako euri tanta bat neukan zuretzat patrikan gordeta



Arraroa, berezia, desberdina. Benetakoa eta bakarra. Zure eserlekutik kanpo uzten zaituena. Aurreiritziak akabatzen dizkizuna. Horrelakoa nahi nuen izan gaur zuretzat. Gaur, bihar eta beti. Belarritako desberdinak jarri nahi nituen belarri bakoitzean zuretzat. Udako gau sargori batean toldopean bururatzen zaizkigun ideien antzera. Ilargi betea dagoenean. Eta bat batean esango nizuke. Badakizu? Erokeria bat esan behar dizut. Euri tanta bat daukat patrikan zuretzat gordeta. Udako ekaitzek ekartzen dituzten tanta lodi eta epel horietako bat da. Masailean fereka leun bat oparitzen dizuten horietakoa. Musu bat bezala. Zure arropa busti ordez, margotu egiten duena. Hori neukan zuretzat gordeta. Uda zati bat lientzo batean. Nire bizitzako udarik urdin eta horiena. Udako euria oso probokatzailea da. Edan egin nahi duzu iturri batetik bezala. Zure egarria betirako asetzeko, betirako. Eta hori nahi nizun egin. Begirada batekin zirikatu, busti, piztu. Ur tanta baten harira. Eta abesti bat gordeko balu udako euri tanta batek Ipod txiki batek gordetzen duen bezala? Momentu horri doinua jarriko lioke U2 taldeak euskeraz. Nire patrikatik euri tanta ateratzen nuen bitartean bururatutako abestia. Zure irrifarraz kateatuta botako zenizkidan begiradei, esaldiei, keinuei haria jarraituz. Eta jarraian iluntzeko kanpaikadekin batera euri zaparrada batek betirako bataiatuko gintuzke. Baina zer gertatuko litzateke ondorioz? Ia konturatu gabe nire euri tanta kaleko baldosetan labainduko litzatekeela. Eskuetatik igerian ihes egingo lidake. Kaleetan gora eta behera. Zigarro-puntak eta hautsa irentsiz. Euriak zoruari barniza eman bitartean. Emakumeen takoiak entzun bitartean. Ekaitza igaro arte haur baten katiuska horietan itsatsi arte.

Gauza txikien balioaz jabetuko ginateke orduan. Euri tanta bat galtzearen tragedia enkajatu beharko genuke. Gure behatzetan edukitako ur tanta dirdiratsuari deiadar egingo genioke. Uda, uda da! Itzuli zaitez, gaua hastear da! Gaua, algara, festa. Festa, festa eta festa gehiago! Hori esango genioke. Eta errima horiez jabetuta dantzan jarriko ginateke beldurra balkoitik botaz. Uda da, uda. Beraz edan gaitzazu argiaren soinekoa jantzita. Zuk badakizu zurrut batean gu irensten. Eta ondoren udako euri tanta hori aurkitzeko iragarki bat idazten hasiko ginateke. Inoiz ikusi dugun urik ederrena galdu dugu kalean. Urik gardenena. Brillante bat, perla bat, diamante bat zen ur hori. Bere mineralek bihotza alaitzen zuten. Bere gatz eta azukreen zipriztin txikiek. Sudurrean jarri dugu eta miraria gertatu da. Itsasotik lainoetara doan bizitzaren oihartzuna iritsi zaigu. Ez dugu ur tanta edan eskutik ihes egin digulako. Gure eskuak gurinezkoak zirelako une horretan urduritasunez. Musu bat eman nahi genion istant horretan. Gure bi ezpainek batera musu leun bat eman. Maite zaitugu esanez. Maite zaitugu. Eta ondoren bizitzaren elixir batek merezi duen bezela edan egingo genuke. Edan, euri tantanak barrena ondo igurtzi arte. Hilezkorrak al gara orain?

Baina iragarkia idatzi ostean negarrez hasi naiz. Nire bizitzako negarraldia izan da. Sabeletik irtetzen ziren malkoak eta ez begietatik. Mina barren-barrenetik zetorren. Nire bizitzako aukera galdu dudala jabetu naiz. Euri tanta bat oparitzeko aukera berriro izatea zailegia da bizitzan bi aldiz aurkezteko. Gauza arraroak ez dira sarritan presentatzen. Eguneroko abentura bitxiak. Poesia oparitu nahi nuen. Emozio gordin bat. Zure garunean betiko itsatsiko banintz bezela. Zure bihotzean. Ur tanta horren poesiari esker. Pegamentu bat behar nuen bakarrik ur tanta horrekin nahasteko. Ukendu misteriotsu bat sortzeko. Lady arraro bat zuretzat izateko. Deseroso sentiarazten zaituen Mademoiselle edo Berlineko musa bat nahi nuen izan uztaileko iluntze honetan eta nire bizitzako aukera galdu dut. Horregatik egiten nuen negar. Eta zuk samina kendu nahi zenidan baina ez zitzaidan hori gustatzen. Ez nizulako zama hori zuri egokitu nahi. Eta bat-batean nire negar tanta bat hartu ondoren “begira” esan didazu. Zure malko bat nahi dut betirako gorde. Nire malko bat? Nire tristezia ez da poesia. Udako euri tanta bat ostera, bai. Nire malko bat whisky kopa batera bota daiteke eta kontrola galdu arte mozkortuko zara. Kaleetan ito arte. Zoruan, hormetan, zebra-bideetan, hauek igarotzen ahaztu arte. Tristura eta alkohola lagun minak direlako. Pozoina da tristura. Nik ez dizut tristezia oparitu nahi. Nire tristezia nirea da. Nik ezagutzen dut bakarrik nire pozoina. Nik soilik egin dioezaioket aurre. Zuk ez duzu edertasuna ulertzen erantzun didazu. Edertasuna? Edertasuna esan dut nik. Eta malkoak garbituz elkar begiratzerekin batera, begiraden desiran erortzearekin batera, elkarren begiak jaten hastearekin batera lehen musua eman diogu elkarri. Olatu baten golpea izan da sabelean, aurpegian, nire sexuan. Musu batek beste bati jarraitu dio eta maindireek izerdi tantak irentsi dituzte. Plazerra gorde nahi nizun eta ez tristezia. Nire bizitzako plazerra, pentsatu dut sabaia begiratuz. Sabaian iltzatu dira nire begiak, pentsamenduak, desira txuri eta beltzak. Kolore guztiak. Eta, bai.  Berriro zuretzako gordeta nuen euri tantaz gogoratu naiz. Non zaude? Non zaude, maite?  

Galdutako euri tanta gure kabuz aurkitzeko kalera atera garenean eskutik heldu didazu eta orduan ni izan naiz deseroso sentitu naizena. Zer ari da gaua hasi baino lehen hau niri eskutik heltzen? Oraindik kalean jendea dabil. Jende asko dabil. Ezagun batek ikusiko nau eskutik emanda eta nire lotsak zanpatu egingo nau. Baina ez zait ezer kostatu euri tanta berreskuratu behar genuen beharraz mutila konbentzitzea. Erraza izan da eta ez diot hortaz eskua askatu. Nire atzetik etorri da. Nire atzetik, ogi egin berria gose den norbaiten ahora doan bezala. Bigun-bigun jarraitu nau logelako atetik irten naizenean. Eta non zaude, non zaude egin dugu oihu eskutik helduta. Garaiz da oraindik gugana itzultzeko esan diogu euri tantari. Zatoz gugana marea jaisten denean hondartzara joateko. Jendartean galdu gara eta kalean barrena jarraitu dugu. Taberna batetik foie usaina zetorren eta bat-batean ume despistatu bat jarri zaigu gure bidean. Katiuskan zerbait sartu zaiola esan dio bere amonari. Amatxi esan dio. Eta makurtuta katiuska itzuli duten une horretan zerbait gertatu da. Zerbait, zerbait itsatsi zaigu abesti bat bezala. Gure bizitzako musika izateko iritsi da, antza. Inoiz inon entzun ez den melodia bat. Eta euri tanta batetik ahots bat irtetzen hasi dela ikusi dugu. Ume baten ahots goxo bat. Zuretzako patrikan gordeta neukan udako euri tanta horretatik. Atertu duenean izan da dena. Nire sabelean bizitza berri bat hasi den une horretan bertan. Mundu honetara, kale heze honetara, bizitza sentitzeko kimika honetara etorri da. Euri tanta batetik atera den ahots, musika, olerki hori. Jaio eta hilko den bizitza berria da. Gaur, bihar eta beti.

Argazkia: Chris Steele-Perkins. Iturria: Magnum Photos. 

lunes, 23 de julio de 2018

Mi cerebro es una yema de huevo verde esmeralda



En el cerebro llueve, nieva, hace sol. Llueve, nieva y, a veces hace sol en el cerebro. En tu cerebro. Como en tu pueblo o ciudad en invierno o verano. Tenemos una aldea en nuestro cerebro. Un barrio a donde se sube por una enigmática escalera de caracol o una escalinata de película. Conduciendo por una preciosa carretera de costa llena de curvas. Se sube por una cuesta de hierba y flores silvestres que salen gracias al bombeo de agua que llega de las nubes. Porque estás en las nubes muchas veces en el cerebro. Se llega por un ascensor de cristal. Siguiendo a una banda de pájaros. Se sube a un avión para aterrizar en el cerebro. Gracias a una misión Apolo. Y después del alunizaje ahí arriba se celebra y se sufre. Se vive el placer y el dolor. Se trabaja, se habla y una se aburre mucho. ¡Tanto, como los bostezos de un gato!  Y, ¿quién no se ha enamorado intensamente ahí arriba, en el cerebro? La química del enamoramiento es maravillosamente adictiva ahí. Como la droga más dura. Tan buena que es seriamente perjudicial y peligrosa para el lugareño de esa aldea. En el cerebro se sueña dormido y despierto y, como decía Shakespeare la hierba crece de noche. La hierba de donde se pasean nuestros sueños. De donde parten y regresan nuestras ideas. Nuestras locuras y miedos. Pero vayamos más allá. ¿Qué hace sobre todo el cerebro ahora llueva, nieva o haga sol en pleno mes de julio? ¿En estos meses de viajes?

Cambiar. El cerebro cambia. Aunque a veces se mantenga intacta una esencia inalterable, el cerebro se transforma. Poco a poco pero sin detenerse se va moldeando. O mejor dicho, la vida, las personas y sobre todo los viajes van moldeando el cerebro con la plasticidad de una sedosa yema de huevo en tu cráneo. A veces esa seda se desparrama como un mantecoso líquido que dibuja sugerentes abstracciones en nuestra máquina de pensar pero sobre todo por encima de todo, hace manchones de color verde esmeralda en nuestra máquina de sentir que es el cerebro.   

La recién descubierta plasticidad cerebral es maravillosa y significa que no nacemos y morimos con el mismo cerebro. Que no viene todo dado en nuestras cabezas. Que de ninguna manera estamos determinados de por vida con las neuronas con las que nacemos como si fueran ahorros de dinero para toda una vida en el banco. Existe la neurogénesis. La creación de nuevas neuronas. Hay esperanza para creer que los cambios son posibles. ¿Acaso no has deseado un cambio en ti? ¿Un giro en alguien que quieres? No paramos de evolucionar. Y eso, insisto, da esperanza porque la vida que no te haya cambiado un poco no merece la pena. La vida que no te haya sometido a un viaje interior.    

Como decía el escritor danés Hans Christian Andersen “viajar es vivir”. Y cambiar el cerebro es lanzarte a esos viajes interiores y también sucumbir a los viajes por tierra, mar y aire. Y si hablamos de trasformación no encuentro actividad más idónea para una metamorfosis que no sea la lograda a través de un viaje. A la frase “viajar es vivir” añadiríamos por tanto que vivir es viajar. Vivir es cambiar el cerebro. Al menos, un poco. Y, en estos meses estivales nuestro cerebro está más sensible al cambio gracias a esas vacaciones ansiadas durante todo el año que nos llevan a todas partes y a la vez también al centro de nuestro ser.  

Viajar no sólo ayuda a transformar el cerebro. Ayuda a poner la atención en el presente. En el ahora. Como cuando te comes algo con sobrados deseos de saciar tu apetito y te concentras en el propio acto de comer. Viajar es pasear por tu interior a la vez que divisas ese paisaje tan diferente a tu vida cotidiana. Sientes que estás vacío de preocupaciones. Pero eres a la vez un vacío lleno de atención. Eso ayuda a ver las cosas de otra forma. Cambiar las conexiones de tu cerebro. Y regresar a tu casa de otra forma mientras esa yema de huevo en tu cerebro ha explotado de placer. De placer de divisar los asuntos cotidianos desde otro ángulo. La emoción es otro ingrediente fundamental de los viajes cerebrales. Porque la emoción es la puerta de entrada decisiva al cerebro. Por eso aquello que te emociona en un viaje no lo olvidarás en tu vida. Será una emoción sensorial llena de sabores y olores. De color. De paisajes con melodía. Te acordarás detalladamente hasta de la ropa que llevabas puesta. Cuando además llegues a integrar racionalmente esa emoción lograrás la operación perfecta para un gran viaje, una gran transformación. En otras palabras, integrarás el cambio en ti. Próximamente te acercarás a un país o al río de un pueblo y la historia de ese país o la estética de ese río te hablarán de tu propia historia personal. Encontrarás resonancias emocionales. Tu pensamiento más racional ordenará lo que haya sentido y será posible una elaboración de toda la experiencia. Y de esta manera te comerás a ese país como yo me comí a Irlanda. O mejor aún, Irlanda devoró lo que ya sobraba en mí con whisky y música, mucha música. Me comió a mí. Me dejó con lo mejor y lo necesario en el cerebro. Mi cerebro afortunadamente cambiante en un intenso día de lluvia, nieve o sol a donde se llega en un ascensor de cristal, por una sinuosa carretera llena de brisa, en avión, en una mítica misión Apolo, siguiendo a una banda de pájaros o qué se yo… 

Fotografía: Larry Towell, 1997. 

miércoles, 4 de abril de 2018

Si el rocío de mi llanto te pesa



Es curioso cómo nos conquistan algunas palabras sin nuestro permiso. Es un misterio comprobar que ciertos verbos y expresiones moran en nuestros corazones como cercanos allegados. Lo hacen, si todavía hubiera duda de lo contrario, empapados de nuestra sangre y oxígeno. Apoderándose celosamente de un espacio que nunca planeamos concedérselo. Engullendo poderosamente nuestro ser. Como una música que nos pertenece sin haberlo escuchado nunca. Y por eso quizá sonarán siempre en nosotros esas palabras mientras respiremos.

Es el caso de unas palabras que escuché una vez en boca de una profesora. Unas palabras que todavía acuden de vez en cuando a mi memoria. Las recuerdo quizá por la poesía que contenían. Por la imagen que la profesora quiso dibujar en nuestra vaga atención adolescente. Nos comportábamos de manera individualista en clase y aquella mujer quiso corregir esta tendencia miserable. Al parecer, no trabajábamos en equipo con la solvencia que ella deseaba en nosotros. No estábamos cohesionados como grupo. Tampoco conectábamos como alumnos solidarios y abiertos entre nosotros. La frase iba dirigida a nuestros corazones para generar el cambio. Y, la melodía sonó (y sigue sonando todavía) algo así.

Vosotros que os sentáis juntos en clase, que tomáis apuntes y compartís la mañana, la tarde, parte de la noche con la ayuda de café y cervezas. Vosotros, decidme ¿os conocéis? Conocer a tu amigo es saber lo que piensa. ¿Qué piensa tu amigo en el instante antes de dormir? ¿Qué le preocupa? No tiréis vuestro tiempo y conoced el corazón de vuestro amigo, de vuestra compañera de pupitre. ¡Pero…! Pero debéis conocerlo de verdad. La amistad es la experiencia más bella. La más sublime. ¡No malgastes tu vida sin cruzar el umbral que te separa de tu amigo! ¿No lo sabías? Tu amigo está al lado tuyo. Sentado a la espera de que salgas de ti. De que salgas para buscarle. La amistad, queridos alumnos. La amistad verdadera. Destapad el secreto de la vida plena, descubrid a la persona que tenéis al lado, por el amor de Dios. Abrid la puerta a la vida a pleno pulmón. Ninguna rosa es lo suficientemente bella sin un amigo con el que contemplarla. Ve al descubrimiento de tu amigo, ¡anda! Sea en Londres, en el desierto del Sáhara o en Honolulú.  

Estas palabras imprimieron la imagen de mi amigo en mi cabeza. Está en duermevela siempre. Y la visión de esa escena no me abandona. Lo imagino en su cama mientras una nube de dudas, miedos e ilusiones se cierne sobre su cabeza. En ese momento en que apagas las luces y se encienden los sueños. Según la imagen poética de mi profesora, penetrar en el pensamiento de mi amigo con los ojos cerrados sería todo un logro de la amistad verdadera. Pero además sería también una victoria de la imprescindible empatía para cocinar esa amistad. Esa empatía que concede la química del milagro. El milagro del encuentro auténtico con alguien. Dicen que las neuronas espejo que descubrió Giacomo Rizzolatti en nuestro cerebro deben de ser las culpables de esa química de la empatía. Es decir cuando atraviesas las millas que te separan de esa persona. Cuando por fin logras ponerte en sus zapatos. Cuando consigues acostarte también en esa almohada. La almohada de las preocupaciones y los deseos más íntimos. Con tu amigo.

Ahora bien, por la misma regla de tres esta fórmula de la empatía nos dice que hay que tener cuidado con quién te rodeas. Con quién te mezclas en el día a día, neurona a neurona, espejo con espejo. Debes vigilar a la gente que dejas que se aproxime a ti. Porque a causa de la interacción de estas neuronas antes o después te acabarás pareciendo a esa gente. Aunque los admires o los detestes. Imitamos lo que vemos desde niños. Y un niño empático, dicen, es observador en los detalles. Por eso hay que educar a los niños en esa empatía. En esa atención de los detalles. Haciendo que desde pequeños sientan como propio algo sucedido a su compañero.   
   
Seas niño o adulto empatizar con alguien es realmente un asunto complejo y difícil. Como si cruelmente estuviéramos dotados de pocas de esas neuronas prodigiosas. Esa triste limitación sin embargo no impide que a veces suceda la ceremonia del encuentro. El encuentro después de atravesar mares y montañas entre dos personas que sin embargo están frente a frente o al otro lado del teléfono. Ese tú a tú que, ay, hace la vida más liviana. Una mirada o una conversación que provocan un sentimiento de conexión y reconocimiento. Un espejo donde rebotan nuestras emociones hasta toparse en una fusión. ¡La extraordinaria experiencia de sentirnos ligeros de equipaje! La empatía es un arte. Un juego de equilibrio. La balanza donde hay que encontrar el punto medio. El punto para que esa emoción ajena que recibes no sea una carga excesiva. Para que la música de mi vida no te resulte demasiado triste, amigo. Tendré cuidado por si esta pena mía te aplasta. Has de poner atención por si tu desgracia me hunde, me ahoga, me sepulta en la nieve. Por si mi mirada te lanza a un torbellino de palomas negras en la noche. Bach lo escribió de manera infinitamente bella en La Pasión según San Mateo. Te ruego sensibilidad, querido. Por “si el rocío de mi llanto te pesa”.  


Fotografía: Chris Steele-Perkins, 1996.