viernes, 25 de enero de 2013

Esa luz crepuscular



Según van pasando los viernes en los que acudo a esta página tengo la impresión de que mis palabras son como imágenes de un calendario. De alguna manera son testigos del paso del tiempo, el transcurrir de la vida –en este caso de mi vida- y sobre todo la trasformación de la naturaleza. Así, hemos visto juntos a través de estos artículos los días de playa del verano o los paseos otoñales por el bosque. Se podría decir, en este sentido, que mis palabras forman un calendario de imágenes propiamente tradicionales. Me he salido poco de lo que comúnmente corresponde a cada época del año o circunstancias coyunturales. De esta manera en cada época o estación del año hemos visto o vemos lo que la naturaleza nos muestra con sus fotografías estivales o llantos en forma de caída de hojas otoñales.  

Y de esta manera, si continúo con el patrón que he seguido hasta hoy en este 25 de enero de 2013 me gustaría trasladar la mirada en este artículo a estas tardes-noches en los que cada día estamos ganando segundos, minutos, horas de luz. En esta línea, me encanta cuando llega esta parte del año en los que la recuperación de la luz nos hace un poquito más fuertes. Y es que es imparable la influencia positiva que ejerce en todos nosotros la luz. ¿Hay alguien quien no quiere beneficiarse de los tardíos anocheceres cuyo influjo nos afecta en nuestra alegría de vivir? Por decir de otra manera, esa luz crepuscular de las tardes-noches de enero que parece resistirse tímidamente a extinguir es una preciosa metáfora de la fuerza de lo pequeño: lo que poco a poco se amontona en forma de insignificantes segundos de enero o febrero se convierte para mayo o junio en una categórica fiesta de luz que nos invita a la fiesta y a la voluptuosidad veraniega.

Cada día cuenta. El calendario se hace día a día y estas palabras son al menos una huella de que viernes tras viernes la vida sigue adelante: mi vida, la tuya, nuestra vida. Y esta página de manera incontestable se quiere dejar llevar por el espíritu de esos mínimos instantes de luminosidad de las tardes-noches de enero.

Una forma de hacer más consciente ese paso de los días es escribir en un diario. Eso practicó precisamente durante su vida la escritora Virginia Woolf (1882-1941). Y ahora la universidad de Sussex ha comprado los diarios de bolsillo de los últimos 11 años de vida de la célebre autora. Unos años que desgraciadamente estuvieron influenciados por la enfermedad. Un padecimiento que hizo que la vida de Woolf estuviera más iluminado por los ínfimos instantes de luz de enero que por la rabiosa y cegadora luminosidad de julio. En todo caso, esos pesares no hicieron sombra a una trayectoria literaria que ha asombrado e influenciado a los más grandes de la literatura. Quizá por eso la obra de Woolf sea como esa luz crepuscular de enero que fascina pero también estremece.

 Imagen: Gaspar David Friedrich


viernes, 18 de enero de 2013

Duelo entre palabras



Yo también estoy en crisis desde que ciertos columnistas han dejado de escribir para algunos periódicos. Ya saben, la crisis ha arrasado con todo el sector de la comunicación y los periodistas, claro está, no están en ningún caso en la época de hacer su agosto. Para mi enorme disgusto algunos de mis columnistas de cabecera se han retirado de las líneas de los rotativos y han dejado sin norte ni sur a una de sus lectoras y a la vez servidora de esta página. Evidentemente puedo seguir respirando, caminando y haciendo mi vida normal sin ellos pero...

Valgan estas líneas para hacer más dulce esta especie de duelo. Y quizá parezca algo exagerado para algunos emplear una palabra que apela al luto pero es que mi vida era más completa con ellos. Amanecía los días con la ilusión de encontrar entre sus palabras un poquito más de luz que hiciera mi vida más llevadera y estuviera bendecida con más dignidad. Algunos de los escritores de estas columnas me sorprendían paradójicamente con profundas reflexiones que cabían en el espacio de una simple mano. Me hacían estar más al día de lo que ocurría alrededor y me ayudaban a formar mis opiniones. Incluso algunos días me despertaba de la cama con el estímulo de leer a los que no sólo escribían columnas periodísticas, sino a los que también me ayudaban a edificar esas otras columnas del pensamiento.  

Estos escritores son probablemente los responsables morales de que yo también me atreva con estos articulitos de los viernes. Esto me lleva a hacer mi vida más atenta a los detalles de todos los días ya que aquello que me rodea puede convertirse en tema para desarrollar en este blog. Imagino así el trabajo que suponía a mis columnistas escribir las columnas que tanto me gustaba leer. Recuerdo cómo una de ellas relató un día la historia sobre el elixir de la felicidad que vendía el doctor Dulcamara. ¿No os parece fascinante que algo como una bebida nos lleve a una vida plena? Decía la escritora con un tono bromista que  no descartara el lector que ella misma se convirtiera también con sus artículos en una doctora Dulcamara o vendedora de la maravilla de la esperanza. Y así fue para mí: vivía instantes de felicidad mientras leía sus artículos.

La crisis ha llegado a todas partes. Las frases como “sin periodismo de calidad no hay democracia” o las sentencias que recuerdan que un buen periodista ante todo vela por una sociedad más libre y crítica no han valido para resistir al embate de la tormenta financiera. Esto hace aún más evidente la realidad de que los propios valores actuales deben ser revisados. Pero es más, la propia democracia está más pobre y débil si los faros que la iluminan y los portadores de la confianza que la nutren están apagados y callados. Averigüe el lector quiénes eran pues, esos faros que me iluminaban con sus artículos...

Fotografía: Chema Madoz

viernes, 11 de enero de 2013

El abismo del silencio



Cuando se apagan el móvil, la televisión, el mp3, la radio, el coche, la aspiradora, la secadora, la lavadora... dejan de sonar esas músicas tan cotidianas como modernas y nuestras. Es entonces cuando en ese silencio empieza a sonar el propio silencio. Y de alguna manera se abre el abismo porque nuestra propia voz interior empieza a escucharse con más facilidad. Y es que a veces es fantástico encontrar “una conversación” con nosotros mismos, ordenar nuestros pensamientos, reflexionar sobre un asunto que requiere tiempo. El silencio, en este sentido, es muy creativo porque se vuelve reflejo de lo lleno que está el vacío. Comprobar esto con nosotros mismos es una costumbre no muy arraigada en estos tiempos de modernidades ultrasonoras.

Sin embargo tiene su punto descubrir algo en el silencio más absoluto, o recordar a alguien o a algo mientras nos escuchamos. Así, cuando lo que vamos a “oír” nos gusta resulta revelador y placentero escuchar esa serenata. Sin embargo, puede ocurrir también que lo que vayamos a escuchar nos moleste, nos inquiete, nos ponga nerviosos y precisamente busquemos ruido para esquivarnos a nosotros mismos. Quizá porque en ese silencio se abre un abismo o barranco desagradable. En ese caso resulta de gran ayuda recurrir a todos los aparatejos modernos y ruidosos que nos evitan escuchar esa voz interior. Visto, por tanto, el silencio como abismo podemos decir que lo deseable es que ese silencio sea al menos, no-desagradable.

Diría yo, además, que la voz interior es más sabia de lo que pensamos o de lo que somos conscientes. ¿Por qué nos vienen, entonces, más pensamientos e ideas cuando estamos en silencio? ¿Por qué se necesita, si no,  el silencio para concentrarse de verdad? Ahora bien, no estoy defendiendo aquí el silencio del propio silencio o el silencio del ruido. Simplemente que hay que mantener vivo la voz interior. 

Os invito, pues, a que descubráis cuál es vuestro silencio. Porque cada cual tiene el suyo propio. Podríamos llamarlo como “abismo del silencio”. Y es que el silencio invita a soñar. A soñar, además, despiertos. Porque es cierto, que los sueños que de verdad deberían importar son aquellos sueños que los hacemos conscientes. Además con los tiempos que corren, soñar debe ser uno de los pocos placeres que se puede hacer gratis.  

Fotografía: Steve McCurry 

viernes, 4 de enero de 2013

El móvil de Cenicienta



¿Qué nos pasa a muchos cuando salimos de casa sin el teléfono móvil? ¿Qué sensación se adueña del cuerpo al darnos cuenta después de revisar el bolso que hemos olvidado el moderno aparato en casa? Estas preguntas tienen su sentido puesto que a mí también como a muchos me sucede que siento una falta irremediable cuando en un casual despiste me dejo el móvil en casa. Ocurre algo parecido en ese instante en que se me acaba la batería y el móvil se queda inservible o muerto hasta nuevo aviso o nueva recarga. Esta patológica obsesión por llevar siempre conmigo el móvil me lleva a comprobar que lo llevo conmigo continuamente. Por ejemplo parece incluso que hago el gesto de cerciorarme que llevo un arma debajo del abrigo cuando intento tocar el móvil en el bolsillo. Asimismo se ha convertido una estrategia clásica pedir a alguien que nos llame al móvil para saber que el instrumento va con nosotros o encontrarlo siguiendo el sonido de las llamadas. ¿A dónde nos llevará tanta dependencia tecnológica?
Cómo me gustaría poder leer por un agujerito los mensajes que se habrá intercambiado la gente en este nuevo inicio del año. Desde luego muchas palabras carecerían de la originalidad deseada pero otras muchas sin duda reflejarían las grandes preocupaciones y deseos de la gente en unas pocas palabritas. El colapso que sufren las líneas en el inicio del año es reflejo desde luego que hemos olvidado qué era eso de pasearnos por el mundo sin el teléfono móvil.
Este hecho me lleva a tener un nuevo propósito para este 2013: aprender o al menos recordar de vez en cuando qué era eso de salir de casa sin el móvil. Sospecho que puede provocar eso una cascada de libertad. Sin embargo es verdad que puede asaltarme el temor de que me pase algo y no tenga el móvil a mano. Además si tenemos en cuenta que iniciamos un año que acaba con el número 13  puede que a más de un supersticioso eso no le parezca una buena idea. 
Como un antídoto para esas supersticiones puede ser una buena idea llenar el bolso con un buen libro y dejar el móvil en casa sin problemas. El pasado 20 de diciembre sin ir más lejos se cumplió el aniversario de la edición en el año 1812 de la primera publicación de los hermanos Grimm. Se trata de la obra titulada Cuentos infantiles y del hogar, un clásico de la literatura infantil que bien puede gustar a los adultos igualmente. Por desgracia este aniversario ha servido también para sacar a la esfera pública el debate sobre el supuesto sexismo de los cuentos infantiles. Dicen algunos que es necesario “dosificar” estos cuentos. Para mí sin embargo, un buen libro es aquel que en todo caso deseas dosificar para que no se acabe nunca. Este es el caso de la obra de los autores de Cenicienta, quien no tenía un teléfono móvil a mano para avisar que llegaba tarde a casa...
Fotografía: Chema Madoz