jueves, 7 de julio de 2016

Todo lo que sube, baja



Cuando llegan las vacaciones es como si el mundo recuperara sus colores más vivos y brillantes. El verano en forma de libro se abre golosamente con toda la luz estival y nos sumerge en la maravilla de tener tiempo y que el propio tiempo nos acompañe en ese buen vivir. La lista de deberes en nuestra agenda se transforma en la enumeración de todo aquello que llevaremos en la maleta a nuestro destino de descanso. La tensión de todos los días se convierte en el gusanillo previo a un esperado viaje. Y te despides de los compañeros del trabajo hasta la vuelta. Mentalmente parece que os decís adiós para siempre. Es secretamente vuestro deseo más profundo. Es decir, que el tiempo en vacaciones pase tan despacio que parezca eterno y que un océano o una galaxia se interpongan entre vosotros. El instante en el que empieza ese ciclo veraniego se saborea con algo parecido al éxtasis que es necesario diseccionar. ¿Qué ocurre cuando esa órbita extática culmina?

La sonda Juno ha llegado después de 5 años (¡y gracias a la energía solar!) al planeta Júpiter y ya está en la órbita del mayor planeta del sistema solar. Los responsables de la misión también celebraban el logro naturalmente con un gran júbilo. Habrán pasado el tiempo que ha durado la misión con los pies difícilmente en la Tierra porque el corazón y la cabeza los tenían en Júpiter. Y al redondear el proyecto con la llegada de Juno su sueño hecho realidad ha provocado un estallido de placer. Ese gozo en la NASA sin embargo no es sino el comienzo de otro viaje de vuelta. El del trabajo que implica, por ejemplo, recoger los datos de un proyecto de tal envergadura. El del instante en el que la cabeza deberá regresar irremediablemente de nuevo a la Tierra. El caos que se ha organizado en los aeropuertos –no con la NASA- sino con la compañía Vueling ha creado emociones con órbitas muy diferentes. La furia y la desesperación se han instalado en los pasajeros de Vueling como bacterias que hacen enfermar el comienzo de las vacaciones justo cuando al parecer da comienzo la fiesta vacacional. ¿Será quizá un recordatorio?

En la antesala de las vacaciones y ante la vida, es sabio desconfiar de la euforia ante un gran acontecimiento;  como también es sensato no dejarse convencer por el sentimiento de abatimiento cuando tenemos un gran disgusto. La vida se camina en ese serpenteante baile en el que no hay que dejarse llevar por esas emociones extremas si bien eso no signifique que no existan y que no haya que vivirlas. Es sano para ese travieso baile sin embargo,  no quedarse en manos de Don Bajón, ni –cuidado- tampoco caer en la seducción de Don Subidón. Encontrar ese gozoso equilibrio en el que eres menos influenciable por las circunstancias te hace más dueño de ti mismo y eso sí que se convierte –aunque parezca paradójico- en algo sublime de verdad.


Coger las vacaciones y despedirnos del trabajo es el inicio del siguiente camino. El sendero de la preparación para la vuelta. Por eso conviene despedirnos del entorno laboral sin ese sentimiento de liberación que es ciertamente peligroso. De la misma manera, se recuerda que al discutir con alguien hay que hacerlo a sabiendas de que llegarás a hacer las paces con él algún día. El montañero que llega a la cima ha vivido esta experiencia de manera muy carnal. Después de hacer cumbre en el Everest empieza lo peor y lo decisivo para un prudente alpinista. Tener presente que todo lo que sube también baja nos hace más libres. ¡Felices vacaciones!

Fotografía: Helbert List.

viernes, 1 de julio de 2016

Ejercicios de autoestima después del Brexit



Veremos cómo avanza el divorcio entre Reino Unido y la Unión Europea con ese sonido efervescente que nos aporta la expresión tan típicamente británica Brexit. Si permitimos a la imaginación su libre ejercicio asociativo, bien podría dicha palabra emplearse para una bebida gaseosa, una compañía aérea de bajo coste, o quién sabe, para unos chicles de explosivo sabor. Y, como cabe pensar, de manera explosiva es también como quizá sonará el teléfono entre Londres y Bruselas. Quién sabe si hablarán con flema o sin ella, si estará presente o no la diplomacia. Pero teléfonos aparte, ante nosotros el drama y la comedia confluyen en el teatro mediático. Y, la situación se presenta con la peligrosidad de un divorcio no amistoso en la que la ironía sarcástica inglesa puede hacer mucho daño.

Sin llegar al divorcio, pensemos en esas parejas cuyos rostros han ido asemejándose poco a poco hasta sorprendentemente parecerse con el tiempo. Como si el mirarse mutuamente día tras día fuera una erosión en la cara que acabara dando forma al rostro según el modelo facial de la pareja (y a veces incluso del perro). Todos conocemos esos matrimonios fusionados también en las facciones del rostro. Pero no hace falta llegar al altar para asemejarse en el mapa de la cara. Si lo pensamos, muchos de nosotros nos mimetizamos en la manera de vestir, hablar y vivir. La moda por ejemplo nos enseña que necesitamos mimetizarnos para sentir que somos parte del grupo, en este caso, de la sociedad. Por eso permitimos a la industria de la moda que decida por nosotros a la hora de vestir renunciando, al menos en parte, a nuestra autonomía expresiva. Al poder de decidir por nosotros mismos sobre cómo queremos presentarnos ante los demás y por supuesto, ante nosotros mismos. Nos gusta copiar la estética, el vocabulario o el estilo de vida. Por eso, se requieren grandes dosis de personalidad para no dejarse llevar por ese mimetismo. Adoptar la apariencia del entorno es otra forma de moldear nuestros gustos y al menos a veces no renunciamos del todo a la autonomía porque sí escogemos algo: a quién imitar.

¿Y a quién imitan los británicos? Salta a la vista que no se dejan modelar según el resto de la UE cuando hablamos, por ejemplo, de los enchufes o de las libras esterlinas. Pero si dejamos los tópicos aparte, no hay duda de que Reino Unido sería -en nuestra imaginación- una de esas damas que va pisando fuerte cuyo rostro no se parece al de su marido, en este caso, exmarido. Destacarían en ella el carácter o la seguridad en sí misma que bien podría a veces confundirse con el ego y las ganas de llamar la atención. Una personalidad arrolladora perfumada con el miedo a que no la vean o escuchan lo suficiente. Sería, no me negarán, una mujer escéptica en el amor porque se bastaría sobradamente con ella misma. Su máxima aspiración en la vida no sería, desde luego, entregarse a un hombre porque eso lo asociaría con la debilidad. Es la razón por la que esta mujer se casaría, en parte, pensando siempre en la abierta posibilidad de divorcio en caso de verse atrapada y decepcionada en su matrimonio. No sería por tanto una estoica esposa dispuesta a aguantar ilimitadamente a su marido.


En una reciente ocasión vi a una mujer lanzando un beso al espejo de una abarrotada estación de tren. Es decir, la mujer se regaló a ella misma un desvergonzado beso ante su reflejo en el espejo acompañado de un gracioso guiño. No sabemos qué intención había detrás de ese furtivo beso. Pero, ciertamente, me pareció un curioso y original ejercicio de autoestima. Ser el mejor amigo de uno mismo es la primera lección que deberíamos aprender para la vida y la mujer parecía en sintonía con esa máxima. No debemos olvidar que la persona que cultiva esa leal amistad consigo misma es la que mejor capacitada está para una posible relación. Quién sabe si aquella simpática mujer intentaba rescatar con aquel beso a su mejor amiga, es decir, a ella misma. Imaginen por un instante, que la mujer se encontraba sencillamente en el duro proceso de un divorcio  que la había dejado moralmente exhausta y que esa dama cuyo rostro reflejaba el espejo -y no se había fusionado con el de su marido-  era Reino Unido.  

Imagen: Chema Madoz