lunes, 31 de diciembre de 2018

Tengo una llamada perdida de alguien en el nevado aeropuerto de Sheremetyevo envuelto en la niebla



Nuestros móviles arden en estos días. Nuestros inseparables aparatos trabajan al mismo tiempo que calientan los fogones de nuestros cocineros de familia. Los apresurados chefs que sacian nuestro apetito y que elevan también nuestro espíritu. Nos sirven un sinfín de platos que alimentan algo más que el estómago mientras recibimos muchas llamadas. Y entre llamada y llamada hay alguna que no podemos contestar. Por eso la palabra “llamada perdida” forma ya parte de nuestro vocabulario colectivo más básico. Tengo una llamada perdida de Fulanito, decimos. Ya llamará otra vez. Tengo que devolver la llamada perdida a Menganito sin falta. Me haces una llamada perdida cuando llegues a casa en Nochevieja, porfa. Y así hablamos año tras año. Pero hay algo que también se repite -no en el móvil- sino en la televisión de mi casa en los últimos días del año. En ese aparato sucede algo que me conmueve profundamente. A veces me remueve más que todos los buenos deseos imaginados con los ojos cerrados para el año que estrenamos. Y es porque alguien llegó a mi vida a través de esa televisión en estos días del año. Ese hombre no puede fallar en estas fechas.


Aparece siempre sin faltar. No se le ocurre ausentarse en los días en que, dime qué nos deparará el 2019, se abre el telón del nuevo año. Sabe que sin él pesan todavía más estos días de nostalgia al cava. No necesita que le recuerde que su visita es como un bálsamo para la herida. Quedo con él en el salón de mi casa. Y acude a la cita saliendo de la tele y sentándose a mi lado en el sofá. Charlamos un poco, repasamos el año y vuelve después a entrar de nuevo en la televisión hasta el año que viene. A mí me reconforta su generosa presencia como pocas cosas en la vida. Os reiréis pero este hombre no es un hombre cualquiera. Es él, Aleksandr. Mi querido Sasha. El gran héroe del alma de esta chica a la que todavía no sabes por qué lees pero que tiene una imaginación que parece estar servida en una copa de vino o quizá en esa copa de cava que alzas en un alegre y a la vez efusivo brindis gritando ¡salud!   

En estas delicadas fechas echamos en falta a los nuestros. A familiares que partieron antes de tiempo como mi abuela a la que nunca conocí. Por eso añoro su presencia como la de todos mis abuelos. Pero también tengo un recuerdo para otros familiares. Es decir para esos allegados a los que estoy unida de otra forma.  Estoy hablando cómo no, de mis escritores fallecidos. Me acuerdo en la  Navidad, por ejemplo, de R. Walser. Cuando el escritor falleció un 25 de diciembre durante un paseo en la nieve donde quedó en parte descansando –puro e inocente-  eternamente. Por estas fechas me acuerdo también de R. Kapuscinski que falleció después de las celebraciones navideñas de 2006. Me importan porque son nuestros fantasmas, como diría Javier Marías. Fantasmas de la literatura que deambulan en el pasillo de mi casa al lado de la estantería de libros. O en la estación de tren en las madrugadas de febrero cuando llevo en el bolso un libro junto a la manzana para el almuerzo. Cuando espero al “cercanías” mientras mi respiración emite un humo que se confunde con el invisible movimiento de estos fantasmas que me acompañan en la oscuridad que va cediendo al frío amanecer.

Ese escritor y fantasma que siempre me visita en el cambio de año llega a mi casa en el documental sobre la historia secreta de uno de sus libros. El pasado 11 de diciembre él hubiera cumplido 100 años si estuviera vivo. Y en ese importante aniversario inauguraron una estatua del escultor Andrei Kovalchuk homenajeando su carrera. La escultura estará en un parque público en una calle moscovita que lleva el nombre de este escritor. Se trata del autor de Un día en la vida de Iván Denísovich, Pabellón del cáncer, El primer círculo pero sobre todo de Archipiélago Gulag. El mencionado documental se adentra en la historia secreta de este último libro. La obra que destripa el funcionamiento de los campos de trabajo rusos denominados Gulag. Archipiélago Gulag es un homenaje a los millones de víctimas que se quedaron allí y las dimensiones intelectuales y morales de esta obra traspasan todos los límites que asociamos a la literatura porque es a la vez literatura y justicia lo que hizo en este libro Aleksandr Solzhenitsyn, el invitado en mi Nochevieja.  

El documental de Jean Crépu y de Nicolas Miletitch es una joya de la televisión que me reconforta cada vez que lo veo en Youtube. En él aparecen algunas personas que ayudaron a Solzhenitsyn a escribir esa épica obra. Entre otros fueron Nadia Levitskaia, Elena Tchukovskaia, Heli Susi o Elizabeth Voronskaïa, fallecida esta última antes de la publicación del libro. Solzhenitsyn reconoce en el documental que un hombre sólo no podía hacerle frente a una maquinaria como era la soviética aunque fuera en la época postestalinista. El espionaje estaba a la orden del día y había que engañar a la KGB para llevar a cabo la redacción de este monumental libro. Los cómplices o colaboradores invisibles de Solzhenitsyn hablaban en clave con él. El documental relata detalles sobrecogedores de la redacción de Archipiélago Gulag. Tras finalizar el proceso de escritura y cuando el manuscrito final llegó milagrosamente a Paris para ser algún día publicado en Occidente uno de esos cómplices dijo por teléfono: “El análisis de sangre de tu hermana ha salido positivo”. Eso quería decir que el manuscrito microfilmado había llegado bien en algunas latas de caviar a París. El titánico trabajo de Solzhenitsyn estaba en cierto modo a salvo. ¡Aleksandr y sus invisibles aliados respirarían aliviados por un tiempo en Moscú! Y después de todo a uno se le encoge el corazón cuando Sozhenitsyn tuvo que abandonar la Unión Soviética el 13 de febrero de 1974 para marcharse al exilio. Le retiraron la nacionalidad soviética.    

¿Qué haría Aleksandr Solzhenytsin con un smartphone? Me pregunto si hoy en día tendría él un smartphone o un legendario “troncomóvil” de Nokia.  ¿Cómo escribiría Solzhenitsyn Archipiélago Gulag en la era de Big Data? ¿Cómo puedo ir hoy en día más segura por la calle, Aleksandr? ¿Con o sin smartphone? Estas preguntas formularía al escritor. De lo que Aleksandr no dudaría es que nuestra hiperconectividad apenas nos conecta de verdad. Sin móvil y sin Internet Solzhenitsyn creó sin ironía la red más sólida y significativa que hubo nunca en la era contemporánea. Es más, armaron la invisible telaraña de personas más útil de todo el siglo XX. Y sin embargo, de alguna manera su alma se quedó tal vez sólo e inmóvil para siempre en el aeropuerto nevado que vio envuelto en la niebla antes de que su avión despegara para el exilio.

De ese hiperconectado aeropuerto donde se encuentra Solzhenitsyn en forma de fantasma me hace siempre una llamada perdida al final de año. Y eso en su lenguaje secreto podría significar, “Feliz Año, Edurne. Voy ahora a tu salón”. El lenguaje permite estas cosas. Los aliados de Sozhenitsyn emplearon el lenguaje para hacer el bien cuando dijeron “El análisis de sangre de tu hermana ha salido positivo”.  Sus códigos y mensajes en clave querían hacer justicia. Nuestras palabras, como las personas, a veces tienden trampas o se disfrazan de hipocresía navideña. Otras veces sin embargo invitan al juego o incluso a la belleza. Porque incluso en el lenguaje se libra la batalla entre el bien y el mal. La llamada perdida que me hace Sozhenitsyn se puede interpretar de infinitas maneras. En ese juego del lenguaje que no es sino un juego de interpretación o descodificación dos enamorados o incluso una familia tendrán también su propio léxico, su universo de palabras que remite a su historia. Y precisamente en ese juego de amor y en la búsqueda de la belleza me encontrarás a mí. En el eterno océano bravo del lenguaje. Hoy junto a Sozhenitsyn deseándote un feliz 2019. Urte berri on!   

Fotografía: Elliott Erwitt, 1968. Fuente: Magnum Photos.




lunes, 24 de diciembre de 2018

Eres el hombre de mi vida quería él escuchar en boca de todas las mujeres del mundo



Raskólnikov se había enamorado. Lo había pensado ella mientras elegía los colores para sus bocetos. Cuando el asesino inventado por Dostoyevski se encontró en ese estado poseído por un ardiente deseo. Cuando sólo respondía al impulso de regreso a la vida y de salvación por amor. Ese apasionado arrebato a orillas del Neva podía inspirar el título de una historia, se decía ella. Esos bocetos que ella realizaba tenían títulos que eran a la vez homenaje al arte y a la literatura. Ella los fundía en una sola expresión. Porque amaba a ambas artes a partes iguales como se quiere a veces por igual al padre y a la madre. Admiraba a Sonia Delaunay, Frida Kalho, Georgia O´Keefe, Vanessa Bell, Lee Krasner, admiraba a Natalia Goncharova… Porque, ¡oh! ¡El arte rescataba a los muertos! Salvaba a esos cadáveres que andan por las calles los mediodías y las noches. Los devolvía a la vida en vez de abandonarlos en sus tumbas de asfalto para siempre. Enterrados sin esperanza en sus rutinas de trabajo y ocio. En ese estado hipnótico de lunes a domingo por culpa de un péndulo de placer y sobre todo de dolor.


Raskólnikov se había enamorado de Sonia. Y nuestra pintora quería crear unas viñetas inspiradas en una escena de su novela favorita, Crimen y castigo de Fíodor Dostoyevski. Cuando el amor entre Raskónikov y Sonia resplandeció en cielos azules, grises, púrpuras. Cuando el fiel lector de Dostoyevski amó el tímido y a la vez febril fondo rojo como horizonte. El que fue testigo de una historia de redención. Porque si el asesino de San Petersburgo se enamoró… Si hasta él se dejó llevar por el corazón como un mar alocado en noviembre, todo, absolutamente todo en la vida era posible. Es más, el amor de Raskólnikov era como un axioma literario que servía para la vida. Para esa vida cuando la vida no se parece a la vida.

Cuando ella pintaba sabía que pocas veces en la vida, ésta se parecía a la vida de verdad. Por eso pintaba. Para que la vida fuera vida.  Los adultos tenían a menudo vidas grises. Aunque esos supuestos hombres maduros no se rindieran en el intento de lograr que la vida llegara a parecerse aunque fuera en un día, a la vida. Conocer a la mujer de su vida fue para Raskólnikov un día de vida en su vida. Quizá, la única de entre todas las que vivió. Cuando no se sabe por qué sucumbió a los ojos de Sonia como las últimas hojas de un árbol. Cuando éstas caen abatidas en las heladas de víspera de Navidad. Y mientras recordaba esa escena ella sonrió a la vez que sentía el impulso de releer a Dostoyevski. Porque este enamoramiento le daba esperanza y a la vez aportaba una prueba inequívoca de que la vida daba sorprendentes vuelcos hacia ella misma, la vida de verdad. Y de pronto se imaginó como en una película la continuación de la gran novela de Fíodor Dostoyevski. La que contaría la historia de amor entre el asesino y la prostituta en el siglo XXI.

Raskólnikov se había enamorado de Sonia y la prostituta, por ejemplo, necesitaría escapar de una mafia que traficaba con mujeres. Raskólnikov ayudaría en todo lo que pudiera a Sonia para sacarla de ese mundo. Pero ella al estar falsamente en deuda con esa mafia ellos amenazarían con matarla. Este chantaje haría que todas las noches la prostituta escribiera en su diario frases en caso de que le arrebataran la vida. Si al final lográis matarme, diría, habrá sido después de pensarlo mucho, cabrones. No habrá sido fácil quitarme la vida y en el caso de que así sea será siempre gracias a unas inteligencias al servicio de la maldad. La maldad a secas. ¿Pero acaso se puede llamar a eso inteligencia? Cómo fastidia utilizar esa palabra tan fascinante como es la palabra inteligencia para mezclarlo con la maldad. ¿Queréis salir impunes? Vuestros actos, decía, no dignificarán vuestra inteligencia. La vuestra será una inteligencia malograda. Porque matar en el fondo nunca fue un acto propiamente inteligente. No al menos en vuestro caso. Me mataréis, acababa siempre, pero antes o después se sabrá la verdad. Mientras, Ralkólnikov observaría en la mesa de la cocina a Sonia escribir en la penumbra. Y sentiría su sangre congelada en las venas.  ¿Y si Sonia le faltara algún día para siempre? ¿No había hecho él acaso lo mismo que ahora temía cuando asesinó a una anciana? Pintaré a Raskólnikov, pensaba ella, atormentado por completo con esas preguntas.

Se acercaban las vacaciones y había un vecino que le inspiraba especialmente para recrear el amor entre Sonia y Raskólnikov. Le había llegado la voz de que ese vecino del pueblo al que recientemente había llegado para trabajar en un instituto había matado a una anciana años atrás. Le llamó la atención esa casualidad y cuando el primer día de su llegada le cruzó por la avenida principal del pueblo mientras paseaba desorientada el rostro de ese hombre reflejaba el paso por la cárcel. Le inspiraba miedo y a la vez una enorme curiosidad. Sus facciones le enseñarían cómo debía pintar esas viñetas, se había dicho. Ahora bien, no le gustó nada cómo le miró el vecino y no dudó en decírselo a su novio.   

Y un miércoles, después de pasar todo el día en el instituto pensando en el momento de llegar a casa y ponerse a pintar a Raskólnikov atormentado -yo sólo quiero pintar y enseñar dijo ella una vez a su madre- se dio cuenta que le faltaba aguarrás. Debía comprar aguarrás sin falta a la vuelta de su hora de footing. El footing le ayudaba a despejarse para entregarse mejor a la pintura después por la noche. Era su momento más preciado del día. Pero antes de que llegara ese momento se dirigió a la puerta de su nueva casa en zapatillas para salir a hacer footing. Y para su sorpresa cuando salió se encontró con ese enigmático vecino en la puerta. Aprovechó entonces la circunstancia para intercambiar unas palabras con él y así ver su rostro de cerca mientras escuchaba el timbre de su voz. Le fascinaba coger ideas para sus trabajos mientras robaba rostros, ángulos y luces de su día a día. El vecino amablemente se dispuso a seguir la conversación. Hacía días que se había fijado en la inocencia y vitalidad de la chica y la deseó de forma fatal. Quería que ella como todas las mujeres fuera suya. Eres el hombre de mi vida quería él escuchar en boca de todas las mujeres del mundo. Sin duda en esa breve conversación Bernardo –así se llamaba el vecino- le iba a enseñar a Laura todo cuanto necesitaba aprender para pintar a Raskólnikov y Sonia esa noche. Ella amaba el arte. Pero desgraciadamente aquel día el arte no le pudo salvar como sí lo hacía por las noches. Quizá estas palabras la salven al menos del olvido.   

Fotografía: Werner Bischof, 1954. Fuente: Magnum Photos. 

viernes, 7 de diciembre de 2018

Igande arratsaldeko euriaren ama naiz


Aterkiek eta astelehenek amankomunean asko zutelako edo euriaren usainak umorea aldatzen ziolako, bere aterkia poltsan bilatzeko keinuak bihar astelehena zela gogorarazi zion gabardina beltzeko emakumeari. Igandero bezala, bere amaren etxera ailegatzeko bizikleta aparkatzen ari zen emakumea. Presa sartu zitzaion zaparrada baten erdian aurkitu zenean. Kaleak hutsik eta goibel ageri ziren pipitarik gabeko ekiloreak bezala, notarik gabeko pentagramak bezala, usainik gabeko egunkariak bezala. Bidean aste berriak zer ekarriko zion errepasatu zuen pauso bakoitzak ideiak ordenatuko balizkio bezala. Bere gustoko dendan geldiunea egitea ahaztu zitzaion eta aterkia zabaldu bitartean, euriak sorbalda eta melena busti zizkion. Politikariek euria debekatuko lukete ahal balute, pentsatu zuen erdi apurtuta zegoen aterkiaren koloreei begira. Kontsumoa sustatzeko erabiliko lukete, hiritarren aldartea manipulatzeko, ekonomia global batean eskuhartzeko. Horregatik eguraldian agintzea gustatuko litzaieke askori. Eta kaleko baldosetan igande bustiaren atzetik aste berri bat zetorkiola ikusi zuen emakumeak. Beste aste beltz bat, esan zuen aterkiko arrosak eta naranjak begietatik sartzen zitzaizkiola. Astelehena, nagusiarekin bilera. Asteartea, urteko aurrekontuen onarpena. Asteazkena, ikastaro berri bat. Baina betebeharrak betebehar, une horretan nola gorrotatu euriaren musika aterkiaren kontra?

Eta emakumeak lurreko putzuak ekiditen zituen bitartean, gizon bat gurutzatu zen bere bidean. Gizonaren pauso indartsuek oraingoan galtzak busti zizkion emakumeari eta hezetasunak bere gorputza zeharkatu zion. Orduan kalanbrearen antza zuen hotzikara batek igande arratsaldeko pentsamenduak inauguratu zituen. Euria erruz ari zuen baina giro epela zegoen pentsatzeko. Zaparradaren intentsitateagatik oinak bustitzen hasi zitzaizkion emakumeari. Baina igande arratsalde euritsuetako  pentsamenduei zor diegun errespetuagatik ez zion horri erreparatu. Donostiako euria Moscú hiriko elurra bezala da, pentsatu zuen emakumeak. Hausnarketa libreenak eta askeenak eragiten dituzten igandeak euritsuak dira askotan. Pentsamenduen benetako muina ezagutzera eramaten gaituzte. Eta zein euri da tristegoa? Igande arratsaldetakoa ala astelehenetakoa? Zein da poetikoena? Euriaren umoreari buruzko hauskarketa horrek asteleheneko betebeharrak burutik kendu zizkion. Igande arratsaldeko euriarekin sentitzen zuen askatasuna ez zuen ezerekin sentitzen. Igande arratsaldeko euriaren ama sentitzen zen horregatik.  

Zerutik erortzen zen urak pentsamendu ilunak garbitu zizkion emakumeari eta pausoz pauso kalean behera egin zuen. Gurutzatu berri zuen gizonaren zigarro keak oraindik aurpegia kolpatzen zion. Baina keak gizonari jarraitu zion eta gizona atari batean sartu zen zaparradaz babesteko. Zigarroari kalada berri bat eman eta atariko atera katiuskak jantzita zituen nerabe bat iritsi zen. Bere aurikularretatik I Put A Spell On You abestia iristen zitzaion. Etxebizitza horien ondoko plazan itxaroten zegoen bere mutilagunarengana zuzendu zen eta elkartu zirenean aurikularrak kendu zituen neska gazteak. Elkarri esateko guztia musu batean gordeko balitz bezala musu eman zioten elkarri plaza erdi-erdian zegoen goxoki dendaren ondoan. Hiriko eta munduko azken neska eta mutila ziren igande arratsalde euritsu hartan. Bikotearen musua munduko libreena zen. Vals bat dantzatzen hastea bakarrik falta zitzaien eurek rap doinu bat aukeratuko luketen arren.

Eta musika toki guztietara iristen zelako, Bach-en musika entzuten hasi zen auzo horretako etxe bateko egongelan. Agureak irakurtzen ari zen liburutik begiak altxa zituenean bat batean egongelako leihotik musu bat ikusi zuen. Bikote gazte batek elkarri eman zioten musua. Plaza huts-hutsik zegoen baina bikotearen musuak zerbait bete zuen enparantza horretan, egongela hartan, mundu osoan. Euriak neguko piszinak sortzen ditu, pentsatu zuen agureak. Umeak bainatzen ez diren jostailuzko igerilekuak. Plaza honek gaur bezelako igande arratsalde euritsuetan plastikozko piszina baten antza du. Itsasotik gertu dagoen plaza, piszina, putzu handiak gris ezin ederragoak erakusten zituen. Eta agurea nerabe batzuen musuekin distraitu zen leihotik begira. Ezpain gazte haien goseak urteak kendu zizkion eta plaza hartan lehenago gris koloreak zirenak gero zetazko dirdirak bilakatu ziren aintzira batean. Bat batean bikotearen ondotik gizon handi bat igaro zen korrika. Euriak zigarroa itzaltzen zion keinua egiten zuen eskuarekin. Bikotearen ondotik igarotzean begirada altxatu zuen eta musuak irentsi zituen zigarroaren keak birikak betetzen zizkion bitartean. Orduan aterki koloretsu bat agertu zen agurearen begietan eta irakurtzeari ekin zion berriro.    

Euria ari zuen. Zerutik ez ziren goxokiak eta txokolatinak erortzen. Gianni Rodari oker zegoen. Ez zuen arrazoia, pentsatu zuen agureak liburuan begiak berriro jarriaz. Idazle italiarrak Telefonozko ipuinak liburuan lainoak azukrez eta kakaoz beteta zeudela iragartzen zuen. Ez, Gianni. Zerutik euria gogoz jausten zen. Zaparrada erdian ahoa zabalduz gero ez zen hau zorion pizgarri eta goloso batez betetzen. Asteburuetan bereziki desatsegina zen hura. Ez, larunbatetan ere ez zituzten zeruko balkoietatik goxokiak botatzen. Ez zen inor betaurreko beltzak jarrita zeruko galeria grisetan deskapotable batean goxokiak jaurtitzera irtetzen. Promesa hutsak ziren horiek. Errege Magoak urtean behin bakarrik ateratzen ziren goxokiak botzera. Eta ez noiznahi. Astean zehar ezezik, larunbat goizetan ere busti egiten zuen euriak. Ez, halako igandetan ere euria euria zen. Egongelako leihotik zeruak negar egiten ikusten genuenean. Eta honek gure planak apurtzen zituenean. Gianni Rodari-ri hori leporatzen ari zitzaionean tinbrea entzun zuen agureak. Alaba zetorkion bisitan. Hori bai zela benetako txokolatezko euria. Orduan bakarrik kolpatuko zuten egongelako kristala kakao-tanta miragarriek.

Argazkia: Peter Marlow, 1985. Iturria: Magnum Photos.