domingo, 21 de octubre de 2018

Sin aceite de palma, sin parabenos, sin ti


A mí plín. Con este nombre está bautizado un cuaderno de dibujos de Elvira Lindo que sigo en Instagram. Ella se relaja dibujando nostálgicos retratos. Y mientras, nos acerca de forma persuasiva los rostros de actores, artistas y escritores que iluminan los largos minutos que gastamos en esta red social. A mí plín es para pintar sin pena ni culpa.  ¿No es maravilloso este título para muchas cosas? Para un cuaderno de dibujos o por qué no, para una cafetería.

Y que todo bajo este lema te resbale nada más coger el lápiz de color rojo. Nada más manchar el papel en el caso de Lindesca y pintar, por ejemplo, un collar de flores a Amy de niña. O tal vez en el mismo instante de tomar un cortado con tu amiga de siempre. Mientras compruebas que no te afecta razonablemente nada cuando practicas el sano deporte de ¡a mí plín! al hablar con ella. Cuando te das cuenta que efectivamente eres cada vez más imperturbable como tal vez le ocurra a la autora de Manolito Gafotas: ¡esa tontería no me afecta!

Como si ante todo tuviéramos el derecho de lanzar un a la mierda todo. Sí, a la mierda todo cuando te das cuenta que esa preocupación sobrepasa los niveles de acaparar tu mente. A la mierda con dejar de quererte para querer a los demás. A la mierda con tomar en cuenta lo que dice la gente que no te conoce. A la mierda cuando te das cuenta que la mierda que nos rodea no es la excepción sino la norma. Ahora bien, siempre con el consuelo de que ese cuaderno de artistas capturados para la eternidad o el cortado con Sara te dejan libre de al menos algunas innecesarias preocupaciones durante un rato.

Curiosamente, A mí plín también perteneció a un eslogan de una marca de colchones que garantizaba un reparador sueño para su cliente con insomnio. "A mí plín yo duermo en Pikolín" estaba dirigido a esa mujer con demasiados problemas en la cabeza que pasaba las noches en vela. O a ese hombre con un doloroso mal de amores al más puro estilo Luz Casal cuando canta “No me importa nada”. Cuando lo hace con la más cruda indiferencia pero a la vez con esa irresistible pasión imposible de apagar. Como ocurre con algunos problemas nuestros. No se apagan durante el día y menos aún de noche. Se hacen dueños de nuestra habitación. Ese infinito firmamento en la pared que nos observa sufridores. Nuestros problemas se hacen capitanes en la noche. ¿Sabrá Luz Casal por qué es tan difícil que las cosas no nos importen nada después de componer esa canción?

Algunas veces todo nuestro problema se circunscribe a una persona. Y lo único que necesitamos para recuperar la paz es quitar a cierta persona de nuestra vida. Puede ser una pareja nefasta, una amiga tóxica o un compañero de trabajo que te hace la vida imposible. Es en otras palabras, esa persona que te convierte en un mártir a cambio de soportar su a veces corta pero siempre nociva presencia. Su halo que sale expulsado de una lámpara maldita.

Pero esa persona nos hace sufrir porque en cierto modo le permitimos. Aunque nos sorprenda, hacemos a una persona muy poderosa dotándole de la capacidad de arrebatarnos nuestra paz. Y en no pocas ocasiones sin darnos cuenta nos encontramos de pronto cargando un peso que nunca antes asumimos el compromiso de llevar. Cuando precisamente no podemos llevar la presencia de esa persona. Él resulta una carga. Ella es ante todo y por encima de todo nociva y perjudicial para tu salud. Por eso, esas personas deberían anunciar su peligroso poder tóxico con un cartel en la frente. Sería un categórico acto de salud pública en beneficio de la sociedad en su conjunto.   

¿Y si fuera así de fácil? En el supermercado, sin ir más lejos, lo es. Algunas contadas veces nos lo dejan muy claro y sencillo.  Estos cereales no tienen aceite de palma o este champú está libre de parabenos. Nos avisan de los venenos que tenemos que evitar en nuestra cesta de la compra. Al menos los venenos contemporáneos que están de moda. Ya puestos, propondría que hicieran algo parecido en algunos medios de comunicación con otro tipo de veneno. Que nos alertaran por ejemplo de la llegada de noticias sobre Trump al menos los fines de semana. Un timbre quizá bastaría o una divertida caricatura de él que nos invitara a ponernos las gafas tragicómicas. Porque la vida sin aceite de palma, sin parabenos y sin Trump sería sin ninguna duda gloriosa.  Me asalta una pregunta cuando cojo el carro de la compra y llego a la sección de galletas. ¿Cómo es posible que el aceite de palma sea tan perjudicial viniendo de un árbol de tanta belleza? ¿El veneno puede llegar a ser tan exótico en apariencia? La vida sería más fácil sin esas personas o productos fake.

¿Sí? El destino del mundo está plagado de descaradas estafas. Pero el mundo y la vida son bellas en compañía de esas personas con flequillo naranja. Con esos jefes taimados. Con ese amigo del que jamás te fiarás en lo que te queda de vida. Con ese vecino hijo de Satanás.  Porque lo bueno de lo malo es que nos enseña mucho. En el caso de Trump, cómo salvaguardar y fortalecer la democracia de verdad. Pero merece la pena recordar que esas personas no libres de parabenos nos hacen mejores, nos hacen más fuertes. Esas personas con aceite de palma siempre tienen alguna lección que darnos. Y de hecho nos la dan. No podemos erradicar el mal con el mal. Es casi un deber moral exprimir lo mejor que habita en lo peor de ellos. Porque la vida sin aceite de palma, sin parabenos y sin ti no habrá sido tan provechosa. Al menos si se logra sortear el perjuicio que estas personas pueden causar. Y así poder recuperar la energía que algunos absorben por irrisorias tonterías de miércoles. Aprender esa lección es y será nuestro cometido en la vida. El resto, a mí plín.

Fotografía: Ian Berry, Magnum Photos. 

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