viernes, 27 de mayo de 2016

Razones para vivir II




La justicia poética. Comer el cuscurro del pan al salir de la panadería. El que gana perdiendo. Charlie y la fábrica de chocolate, de Roald Dahl. Un niño en la playa. Las librerías. Nelson Mandela y su poema Invictus. Las tertulias después de comer. Los helados de cucurucho. El museo D´Orsay.  El “Viva San Fermín” el 6 de julio. Las aguas termales. Gianni Rodari. Una casa cubierta por una buganvilia. La agencia de fotografía Magnum. La serie Verano Azul. Un mapamundi. El comercio local. La Traviata, de Verdi. Un abuelo. Alguien que sabe estar solo. Las croquetas. El Estado del bienestar. Un cuadro con el título “Alegría de vivir”. Las cafeterías. El nacimiento de un río. Cuando en enero los días empiezan a alargarse. El poema Ítaca, de Kavafis. El sonido de la lluvia sobre el paraguas. Un gobernante con pensamiento a largo plazo. Ir en moto agarrada a alguien a quien amas. El bizcocho en el horno. Un médico. Las mujeres que quedan “para andar” y luego toman café.  

Crimen y castigo, de Dostoievski. Una beca. Las fruterías. El ser humano que es capaz de superar la muerte de una madre o un padre. Conocer la etimología de una palabra. Un viaje nocturno en autobús. El olor a eucalipto. Conseguir algo después de mucha fuerza de voluntad. Un amigo. La tormenta que sanea el ambiente. César Bona. Cuando duele la tripa de tanto reír. Los lagos. Salir de pintxos en Donostia. Las agendas. Mikel Laboa. La libertad de un periodista. Encontrar algo que dabas por perdido. Las muñecas de la infancia de una niña. Un banco de sangre. Cuando el desamor va tomando nuevas formas. La sensibilidad. Alguien que sale del armario. Una nariz de payaso. Ser ciudadano del mundo. Los colores de los artistas fauvistas. El Yoga. La elegancia del color negro. Los filósofos. Conducir el coche con la ventana abierta mientras escuchas música. Ir a un concierto. Viajar en tren. La historia del Mediterráneo. Un parto. La dama del perrito, de Chéjov. La ecología. Planear un viaje.  La pegadiza canción del verano. Los tratados de paz. La autoestima. E.T., el extraterreste, de Spielberg. Una clase de historia del arte. Dos viejitos de la mano. La mitología. El dibujo que te hace un niño. Tu perfume de siempre. El apartamento, de Wilder. Alguien que no se rinde. El profesor que no envejece en tu memoria. El día en pijama. Las hogueras de San Juan. Escuchar a alguien recitar un poema de memoria. El despegue de un avión. Esta tierra es mía, de Jean Renoir. La playa en invierno. Spotify. Perdonar y ser perdonado.

El asombro. Los viernes por la tarde. El panel grande de los aeropuertos con infinidad de destinos. La cultura como patria. Los campos de trigo. Johann Sebastian Bach. Escuchar a alguien hacer una buena argumentación. Un filántropo. Las velas. Cuando de pronto no sé dónde suena tu canción. Reuben Pantier y Emily Sparks en Antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters. Los Reyes Magos. El sentido del humor. Las estaciones de esquí. El humilde. Un domingo electoral. El sonido del agua. Una pareja de novios cogidos de la mano. Los barcos de vapor. La editorial Acantilado. El incienso. Sorolla y la luz. El Tour de Francia. Las estrellas y sus constelaciones. La autonomía. Comer un bocata en el monte. El Milagro de Anna Sullivan, de Arthur Penn. Marie Curie. Alguien que felizmente se jubila. Los girasoles. El programa de radio “La Cultureta”. La esperanza de vida en Japón. Los impuestos para disfrutar de servicios públicos. La palabra del día de la RAE. Iholdi, de Mariasun Landa. La BBC. La frase “el domingo por la tarde se forma el carácter”. Un espantapájaros.  El cambio que desbloquea algo. El poema Orduan, de Bernardo Atxaga. El olor a hierba recién cortada. Cuando de niño todo te parecía más grande. Las calles empedradas de Toledo. Despertar acompañado. La escritura de Sylvia Plath en La campana de cristal. Abrazar un árbol. Los aficionados del Athletic de Bilbao. Saciar la sed. Ver a alguien morirse tranquilo. Un elogio. Los mecenas.


El Orfeón Donostiarra. Las vacaciones de tres meses en la infancia. La protección invisible de los derechos humanos. El puerto natural de Pasajes. Un desayuno bufet. Londres. El último cuadro de Frida Kahlo. El sonido del cuco en mayo. Las Olimpiadas. Un jardín cuidado. Matar a un ruiseñor, de Mulligan. Las partidas de cartas en la piscina en tu adolescencia. Los científicos. Cuando un país hace memoria de su pasado. Hook, de Spielberg. Los andares de esa persona que te gusta. La valentía. La hierba que crece en un pequeño hueco entre hormigón. Kapuściński. Los adolescentes sentados en un banco.  Zaharregia txikiegia agian y Jainko txiki eta jostalari hura. Las diferentes fases de la luna. Tu sofá. La tumba de Van Gogh al lado de su hermano Theo. Las grandes bandas sonoras de películas. Una abuela. La amabilidad de un funcionario. Internet. Un adulto que cuenta un cuento a un niño. El mar. Hacer el árbol genealógico. Joan Manuel Serrat. El color del lapislázuli. Las velas de cumpleaños. Cuando tienes mariposas en el estómago. Un abeto nevado. El horizonte. La joie de vivre. El buen sexo. Hacer el bien en tu trabajo. El sol. Abrazar…

viernes, 20 de mayo de 2016

Razones para vivir



Las crisis como experiencias portadoras de algo mejor. Pasear. El poder nutritivo de los frutos secos. Salamanca. Las casualidades que bendicen algunos momentos. Bailar. El aceite de oliva. La madrugada antes de un gran viaje. Los áticos. El término medio. Josefina Aldecoa. Los pueblos Uztarroz, Isaba y Otxagabia. Leonard Cohen. La relajación después de hacer deporte. El chocolate. Sin destino, de Imre Kertész. Los campos de amapolas. Google. La tristeza fecunda.

Gato negro, gato blanco, de Kusturica. La Rioja. Encontrarte en tus sueños con alguien especial. El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez. Una siesta. Las huertas de Tudela en Navarra. El poder del lenguaje. Contemplar París desde el Sacre Coeur. Boris Cyrulnik y sus libros sobre la resiliencia. Frómista, San Juan de Ortega y todos los pueblos del Camino de Santiago. La pasión. Quedarte dormido “al meter la segunda pierna” en la cama. La creatividad. Una buena ducha. New York. La sonrisa de alguien que no conoces. Las catedrales. Sentarse en una terraza. Los documentales. El puente de la Zurriola en Donostia. La belleza. Alguien perseverante. La importancia del proceso, más que el resultado. Los campos de lavanda. El museo Hermitage. Las mesillas. Sentirse importante para alguien. Las lecciones de la vida. Los supervivientes.

Italia. Las primeras veces. Las últimas ocasiones. Un balón. La explosión primaveral. Descubrir lo complejo en una persona. La conversación después de salir del cine. Los parques. La educación en Finlandia. Una barra de labios. Berlín. El bolígrafo que llevas en el abrigo o en el bolso. El sueño reparador. Los chicos del coro, de Barratier. La historia del arte contada por Gombrich.  Una fuente. El ritmo envolvente del rap como el latido del corazón. El olor a castañas. La honradez. El artículo Carta a María, de Arturo Pérez Reverte. La entrada gratis en los museos de Londres. Una bicicleta. Los poemas Los justos y Otro poema de los dones, de Borges. Las hortensias azules. Los mercados. Henri Cartier-Bresson. Las palmeras. Ética a Nicómaco, de Aristóteles. La empatía. Una voz radiofónica. Las nevadas de la infancia. Una biblioteca. El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry. Un cuadro con flores secas. Invertir en salud y educación. Una tortilla de patata. La conciliación en los países nórdicos. El taller del artista. Las noches de verano. Planta 4ª, de Mercero. La conversación de antes de dormir.

La curiosidad. Transformar el relato de una experiencia traumática. Los faros. La provocación del arte. La Cornise entre Hendaya y San Juan de Luz. El color rojo. Jugar al Trivial. Venezia. El María Moliner. Un niño pensativo. Bitartean heldu eskutik, de Kirmen Uribe. Despertarse y encender la radio. Un plato de pasta. El planeta Marte. Alguien con gracia para contar chistes. El calor de la chimenea mientras observas el fuego. Escuchar Friday I´m in love, de The Cure y estar enamorada. El Dalai Lama. Una ola en la que te fundes. Las ilustraciones. Pensar en alguien y dibujar una sonrisa en tu rostro. El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. La noche y su poder de transformar el ambiente. Una sauna. El día y su mensaje de que la vida sigue. La entereza ante la muerte. 


Un bol de cerámica. La rebeldía. Recibir una postal. El Aita Gurea, de Padre Madina. Un ordenador portátil. El aquí y ahora. Historias de mujeres, de Rosa Montero. Escuchar a alguien decir “hay que leer esto antes de morir”. La carta de Albert Camus a su maestro después de ganar el Nobel. Un balcón adornado con geranios o petunias. Tu nombre es Olga, de Espinàs. Los artistas y sus musas. Alguien que cose. Meryl Streep. Escribir en un diario. La innovación en la cocina vasca. Frederick, de Lio Lionni. “Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran paso para la humanidad” en boca de Neil Armstrong. Una flor en el estiércol. Elegir los libros que leerás en verano. El amor incondicional de unos padres. La dignidad. Manhattan, de Woody Allen. 

Fotografía: Henri Cartier-Bresson. 

viernes, 13 de mayo de 2016

Mirar a la luna como en una divertida noche de verano



Un fuerte desamor, la muerte de alguien muy querido, una enfermedad, ese gran disgusto que te impide dormir, los problemas en el trabajo que te consumen, el imperativo de tener que dejar tu tierra y convertirte en un emigrante o un exiliado, angustiosos problemas económicos o simplemente una desgana para vivir… Esta lista es interminable. ¿Quién no ha pasado una mala temporada alguna vez?

En mayor o menor medida todos hemos atravesado algún oscuro túnel de la vida. Todos en alguna ocasión hemos tenido que descender al mundo de los afligidos y soñar con volver a ver la luz de la Tierra otra vez. En ese sufrimiento te confundes a ti mismo con un muerto viviente que a duras penas sobrevive. “¿Por qué esto a mí?” es la pregunta. Quizá en ese duro tránsito habrás recordado que “el momento más oscuro es el instante antes de amanecer” como una promesa que cambiará tu sufrimiento en sabiduría. Algo que se parece a un ruego para volver a la vida de nuevo. Te engañará el que te asegure haber mirado a la luna siempre como en una divertida noche de verano. Y si es así, sabrás que no estará legitimado para hablar a nadie de sufrimiento porque es ella la que nos cambia la mirada hacia la vida y las personas. “Gracias” a ese pesar eres mejor persona porque tu discurso acerca del dolor parte de tu propia experiencia. Como si el dolor ajeno resonara con el tuyo propio. Tal vez, quién sabe, la noche fue creada para poder hablar de la tristeza de una forma simbólica.

Encontrar en esa noche a alguien que te acompaña en el camino –simplemente estando contigo- supone ser un gran afortunado. Esa persona puede que te cuente cómo sigue la vida en el mundo de los vivos o tal vez te insufle confianza en tus posibilidades  para continuar con el recorrido. Puede también que te recuerde la dignidad con la que uno puede llevar su sufrimiento, esa dignidad que nada ni nadie te podrá arrebatar. Dar con la persona entre la inmensa multitud es, en efecto, una gran suerte. Tropezarte con alguien a quien asociar la hermosa palabra empatía y pensar que naciste para conocerla. Esa persona te hará creer en el ser humano después de sentir que tu sufrimiento es, tal vez, motivo de un vil regocijo para algunos. Algo que a veces te hace despreciar la condición humana. Pero tú sigues adelante y a ella das y de ella recibes. De él tomas aquello que necesitas. Una palabra, una mirada o su preciado tiempo. Haces planes con esa persona. Te alivia estar con él. Te libera del peso hablar con ella. Sientes que él quiere cogerte la mano y apretártela con fuerza como el viento que aviva el fuego. Pero ante todo lo que sientes es, sobre todo, que te escucha sin juzgar.

La vida nos llama a luchar contra la noche a cada uno en nuestra parcela. Como si alguien quisiera que el llanto de la noche se transformara en girasol que se despierta con los rayos del sol. Llevamos en los genes el instinto de supervivencia, de ahí que tú también le sigas a la vida. Por eso admiro el plan que os propusisteis seguir esa persona y tú. Una vez un columnista de un periódico daba a sus lectores unas razones para vivir que te parecieron fascinantes y las llevaste a la práctica. Era una lista que a su vez imitaba a otra emotiva y bella lista. Así visitasteis Toledo, leísteis Crimen y castigo de Dostoievski, visteis Manhattan de Woody Allen, El apartamento de Wilder y Qué bello es vivir de Capra, escuchasteis a Bob Dylan y a Bach, leísteis el pabellón número 6 de Chéjov y el Gran Gatsby de Scott Fitzgerald, pero por encima de todo saboreasteis el placer de las cosas sencillas: revivir el disfrute de comer unos huevos fritos o sentir el tamborileo de la lluvia mientras dormíais en la cama, ver la belleza en las naranjas o en el papel Clairefontaine, pensar en el Estado del bienestar o en las primeras cerezas, los viernes por la tarde, en la esperanza en el mundo de una mujer embarazada. La sopa caliente. Los parques. La tinta. La fragilidad. La risa. Una lágrima. Una conversación. El vaho del invierno. El sudor desnudo del verano…


Guardas esa lista del periódico con celoso cariño porque leerla hace que te sientas viva. Todavía la sigues consultando de vez en cuando. Te quedan muchas razones para vivir que te quedan por descubrir. En un arrebato de gratitud hoy te has propuesto escribir tus propias razones para vivir. Son una mezcla de las ya leídas con las tuyas propias por si a alguien le resultan persuasivas y convincentes para ese camino en la noche, como lo fueron una vez para ti.   

Fotografía: Cornell Capa.

viernes, 6 de mayo de 2016

Oxígeno para las mentes



La exposición fotográfica está en un lugar muy significativo. Las imágenes se encuentran en el piso superior de un mercado cubierto en el centro de Zarautz. Un lugar sin lugar a dudas muy transitado por mujeres que van a hacer la compra a los puestos que están ubicados en ese edificio. Los mercados son lugares emblemáticos de la vida de los pueblos y muchas veces  es ahí donde se toma el pulso a la vida de una comarca. Digamos que el mercado es el electrocardiograma que podríamos hacer a una ciudad y esta exposición es capaz de alterar los sinuosos dibujos que nuestro corazón dictaría a la máquina al ver las imágenes. Me refiero a la exposición “Mujeres. Afganistán” que todavía se puede ver hasta el día 12 mayo en la plaza del Mercado de Zarautz.

La muestra se compone de retratos realizados a mujeres afganas por el fotógrafo y periodista Gervasio Sánchez. Los textos que acompañan las imágenes son de Mónica Bernabé, la única periodista española que habita permanentemente en Afganistán. La exhibición logra ser una experiencia transformadora donde se cuenta una historia nombre a nombre, mujer a mujer. Las historias, además de alterar el corazón del visitante, despiertan sobrecogedoramente también su empatía. Se trata de un proyecto realizado con mucha sensibilidad y también con un comprometido deseo de justicia y cambio. Las vidas que se dan a conocer nos interrogan sobre la dignidad de la mujer. Algo que no es sino un fenómeno que va más allá de lo femenino y que atañe a la sociedad en su conjunto. Me pregunto cómo se sentiría la mujer que va a hacer la compra a este mercado de Zarautz si deseara quemarse viva como Halima (19 años) porque le han obligado casarse con un hombre que no ama. Si por librarse de un marido maltratador como Hangama (20 años) debiera pagar los gastos que el hombre realizó para comprarla y que eso deshonrara a su familia. Si se viera forzada como Azita a disfrazar a su hija pequeña de varón por librarse de la mancha de no haber tenido un hijo. La exposición denuncia que ante estas aberraciones, la comunidad internacional calle y mire al otro lado. Por eso, por remover las conciencias que tanto cuesta agitar es tan necesario este trabajo. Un proyecto formado por testimonios que nos atrapan y que nos interpelan sobre las mentalidades que permiten unas vidas así. Unas realidades que según los autores de la exposición requerirán de varias generaciones para llegar al cambio. Y es que la exposición también nos resulta palpitante porque evidencia lo mucho que cuesta cambiar las mentes en un país como Afganistán, pero también aquí.              

              
Pensemos en nosotros mismos. Lo difícil que resulta cambiar algo propio. Me refiero a costumbres, gustos, juicios que hacemos como individuos. Transformar el pensamiento que pone esos hábitos en funcionamiento es una tarea titánica que requiere de algo más que cabezonería. Muchas veces el peso de las ideas vence a la voluntad de cambiarlas. Imaginemos entonces lo que supone cambiar los pensamientos colectivos en una sociedad. Los conflictos surgen inevitablemente porque algunos, al principio unos pocos, están a favor de pasar página.  Otros sin embargo, quieren aferrarse a lo suyo, a lo de siempre. Los primeros que se atreven a desafiar la tradición, lejos de ser vistos como héroes, son considerados sucios traidores. En muchas ocasiones, se les intenta quitar de en medio y entonces la dificultad propia del cambio se mezcla además con el miedo a las consecuencias de diferenciarse. Algunas personas son capaces de lo peor por no dejar que entre oxígeno en las mentes abiertas. El cambio en las personas, en las familias, en las organizaciones, en la sociedad es, por tanto, una quimera muchas veces.


¿Quién se atreve si no a alzar la voz a contracorriente? Muchas veces el terror en los procesos de cambio lleva a muchos a un traicionero silencio que bloquea aún más la situación. En los discursos a veces un silencio comunica mucho más que las palabras y ese silencio resulta un aliado para dar fuerza a aquello que se quiere decir. Se trata de un caso de silencio creativo. El que piense, sin embargo, que con el silencio en otras circunstancias uno se mantiene neutral se equivoca. Gervasio Sánchez y Mónica Bernabé delatan precisamente ese silencio que es cómplice de las injusticias. El silencio que no es imparcial ni creativo. Cuando nos comportamos siempre comunicamos en tanto en cuanto no existe el “no comportarse”. Por eso se dice que es imposible, no comunicar. “Mujeres. Afganistán” es una dignísima obra de renunciar al silencio. Está dirigida a mujeres que van a hacer la compra o a aquellos que visitan Zarautz para ver el mar. Precioso ejercicio de oxigenar la mente y dejar que ella cambie.  

Fotografía: Gervasio Sánchez.