viernes, 27 de julio de 2012

Apaños


La tecnología en estos tiempos da para escribir muchos artículos. O quizá, claro está, soy yo a quien le da bastante por hablar o poner sobre la mesa encuentros o desencuentros que tengo con los últimos gritos tecnológicos. Hoy mismo me ha robado una sonrisa la pantalla televisiva situada en una estación de tren próxima a mi casa. Y poco a poco ya irán ustedes familiarizándose de que no es precisamente normal que una pantalla así provoque en mí emociones optimistas. Sin embargo cuando en un visor plano de última generación donde se anuncian al minuto los trenes que van llegando a la estación colgaba escrito a mano un cartel escrito a mano “no funciona” he pensado que el mundo no funciona tan mal. Disculpen ustedes por esta implícita “tecnofobia” pero no me negarán que es gracioso que la ultramoderna pantalla no tenga un “fuera de servicio” disponible en sus diversas funciones gráficas. ¿Será que no cabe en la mente que ideó el programa visual de llegadas y partidas ferroviarias la posibilidad de que “el sistema” caiga? A mí, qué quieren que les diga, me tranquiliza pensar que todavía quedan en el mundo personas que recurren al papel y al rotulador de siempre para escribir un gran cartel de lo que sea para poder comunicarse. Es lo que se suele decir saber recurrir a los apaños de toda la vida y en esta vida hay que tener recursos para todo.

Apañado y resuelto también parece ser que es Diaz-Varela, uno de los protagonistas de la última novela de Javier Marías titulado “Los enamoramientos”. Un libro en cuyas páginas no piensen ustedes que podrán por ejemplo leer una historia de amor invencible o un enamoramiento de tipo “flechazo” sino más bien podrán comprobar la confusa frontera que existe entre el amor y lo que en nombre de ella inmoralmente es capaz de hacer el ser humano.

Les recomiendo a ustedes vivamente la lectura de este libro para disfrutar por supuesto hedónicamente de la buena lectura  y para saber que mientras la tecnología con sus pantallas planas va cambiando cada segundo, la envidia y sus fenómeno no han variado en su esencia desde que existe la Biblia. ¿Y eso es de lo que trata un libro cuyo título es tan sugerente como “Los enamoramientos”? En efecto, mis queridos lectores. Queridos digo porque sólo espero que ustedes no sean como Díaz-Varela que es capaz de todo “por amor”. Eso es -no me negarán- muy peligroso y me lleva a pensar que si entre mis lectores se encuentra un personaje fanático de este tipo más me vale contratar a un detective por si acaso.

No se asusten ustedes. Sin embargo se preguntarán quizá cómo es posible que del amor pasemos tan secamente a hablar de los peligros de éste. ¿No nos saca él lo mejor que hay en nosotros? A veces, efectivamente, sí. Pero otras veces “va a ser que no” como se suele decir. En esos casos sería deseable colgar un “no funciona” con papel y rotulador en el tráfico de flechas de Cupido, como los trenes que van y vienen y los días que pasan y los años que llegan. Porque todo cambia y paradójicamente a la vez todo se resiste al cambio, parece ser. ¡Enhorabuena, Marías!

viernes, 20 de julio de 2012

Sudar Proust



Cuando voy al gimnasio a sudar un poco me quedo pensativa sobre un hecho que se produce allí. En realidad el escenario suele ser fecundo para pensar en algunos de nuestros actuales padecimientos sociales pero tengo que admitir que no frecuento mucho la sala de máquinas del barrio. Ahora bien, es verdad que cuando voy salgo con la mente despejada de allí, lo cual es de agradecer. Pero no voy hablarles a ustedes sobre mi tabla de ejercicios.

Y es que hay un fenómeno que sucede en el gimnasio que despierta a veces rabiosamente mi curiosidad. Me refiero cuando veo a una persona hacer ejercicio mientras simultáneamente lee un libro. Entonces no suelo saber ciertamente qué pensar: “en realidad no eres una mujer de verdad porque no sabes hacer dos cosas a la vez”, “se trata de la imagen viva de la reconciliación entre cuerpo y alma”, “deja de perder el tiempo y tráete a Proust al gym”.

Me imagino entonces cómo sería la lectura de este clásico de la literatura universal que tristemente está harto de esperarme en la estantería: “mucho tiempo he estado acostándome temprano”, “marcha cinco”, “A veces, apenas había apagado la bujía” “arriba ese pompis”, “cerrábanse mis ojos tan presto, “aprieta la tripa”, “que ni tiempo tenía para decirme: ya me duermo”, “venga que hoy al acostarte te vas a dormir antes de meter la segunda pata en la cama”. Y seguiría, “Y media hora después despertábame la idea, “no pares, sigue así”, “de que ya era hora de ir a buscar el sueño...”, “esa tripita, maja, ya verás este verano como vas a lucir palmito”. Entonces, no me digan que no, llegaría a la conclusión de que no pierdo para nada el tiempo al leer “En busca del tiempo perdido” en el gimnasio.

Si con Proust no fuese suficiente para ponerme como es debido para el verano probaría por ejemplo con Javier Marías cuyos libros me esperan impacientes en la mesilla. “La última vez que vi a Miguel Desvern o Desverne”, “muy bien, nena, del remo pasamos ahora al step”, “fue también la última que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño...”, “fenómeno, sigue así, guapa, que se note por fuera lo bien que te cuidas con el libro Los enamoramientos de Marías”, “lo tuyo no va ser que se enamoren, simplemente van a rendirse a tus pies”. O quizá por qué no recurriría a otro clásico de las letras hispanas como es Pérez Galdós y leería “Doña Perfecta” para ponerme yo también perfecta para ir a la playa. Y para rematar la faena no dudaría en recurrir a Virginia Woolf: “La señora Dalloway” , “fuera esa flacidez”, “dijo que las flores”, “tu sí que te vas a poner como una flor”, “las compraría ella”, “así me gusta, bollito”.

Esté yo como un bollito o no me parece envidiable el método de compaginar la lectura con el pedaleo de la bicicleta. Eso sí, me pregunto qué es lo que lee la gente y sobre todo cómo lee. Porque el hacer gimnasia y el leer requieren de un estado físico y mental bien distinto para mí. Sólo me queda agachar la cabeza y admitirlo: yo no puedo con los dos a la vez. ¡Que disfruten de esa simultaneidad los tan bien dotados!

viernes, 13 de julio de 2012

FRIDAY



Lo que empezó como un simple juego o como una actividad fruto de los avatares de la vida va acabar siendo un compromiso para mí. Así son a veces las cosas de imprevisibles y sorpresivas. Me refiero evidentemente a escribir mis artículos en este blog de la alegría de vivir. No tengo un día exacto para publicar mis palabras pero me gusta pensar que de alguna manera es viernes cuando acudo a esta cita con ustedes en este foro público. Digo que es viernes porque recuerdo la hermosa canción de la banda inglesa The Cure cuando suena ese magnífico y archiconocido fragmento de “It´s friday, I´m in love”.

¿Están ustedes enamorados?, ¿alguien les tiene a ustedes con el corazón desasosegado? “Y a usted qué le importa” pensarán. Sea como fuere no me negarán que el viernes no es un día propicio para los enamorados. Es un día de la semana que invita a olvidar las cargas del trabajo, al desahogo y a la diversión en buena compañía. Tanto es así que hasta se ha institucionalizado la costumbre de “casual friday” para ir vestidos informalmente al trabajo. No me negarán que no se trata de un magnífico invento de la humanidad el viernes. Solo aquellos que trabajan los fines de semana pueden poner alguna pega a dicha afirmación. Se trata al fin de un alivio en el calendario y todos los alivios en esta vida son muy bienvenidos.

Mi liberación además es doble porque los viernes no sólo me desentiendo de las ataduras de la semana sino que me doy en cuerpo al alma a la escritura de esta página. Esta es la razón por la que digo que de alguna manera es viernes cuando escribo en este blog. No me gustaría caer en el relativismo en el que da igual que sea viernes o martes, sino que es más poéticamente como me gusta decir que es viernes cada vez que escribo.

Así se puede afirmar  que disfruto al mostraros a ustedes una de mis múltiples facetas de la vida a través de la escritura. Porque no saben ustedes lo que le libera a uno contar las cosas de la vida, nimiedades a veces, tonterías, asuntos más importantes otras veces... Da igual la clave está en contar y poder contar a alguien, en mi caso publicar mis palabras para alguien.

No en vano una de las experiencias más gratificantes de la vida es esa precisamente, estar con tu gente y charlar. Cuando se produce ese encuentro con el otro algo en nosotros se eleva para hacernos sentir más fuertes y la vez nos suelta de aquello que nos desquicia. Porque es el do, re, mi de la vida que algo nos saque de nuestras casillas, de ahí no hay escapatoria,  así es la vida, c´est la vie, que se dice.

No obstante, siempre están los analgésicos mentales para seguir disfrutando de la vida. En mi caso uno de ellos es escribir.  Por eso digo que es viernes cada vez que hago eso. Vivo enamorada del acto de escribir. No sólo porque me divierte el resultado sino que me libera y libera a aquel que encuentra sus palabras en las mías. De alguna manera ese momento es viernes.

jueves, 5 de julio de 2012

Paseos por la playa

Me gusta ir a la playa y pasear por la orilla mientras me refresco a la vez que observo la excelsa variedad de cuerpos y caras que se dejan ver con la brisa del mar. Aprovecho entonces para sentirme una más de la humanidad y sobre todo para darme “un baño” de normalidad. Una especie de remedio casero cuando me vuelvo olvidadiza del lado mundano de todos nosotros ante la sarta de mentiras que nos cuentan por algunos medios gracias entre otros a Don Photoshop. Adoro como digo ver celulitis, gorduras, varices, estrías, arrugas, cuerpos delgados y gordos, pechos caídos, pequeños, grandes, traseros planos, panzas imposibles de esconder,... vamos la vida misma.

Me doy cuenta entonces lo difícil que es encontrarme al menos en las playas que frecuento yo con cuerpos perfectamente proporcionados. Todo el mundo tiene algo que disimular o tapar. Y entonces, ¿dónde están esas siluetas tan bien dotadas que nos pretenden creer que existen y que tanto nos ayudan a sentirnos bien en nuestros cuerpos? Porque tan malo es pensar que el cuerpo es el origen de todos los pecados e infiernos como hacer del culto al cuerpo una obsesión llegando incluso a la enfermedad. Todos somos caricaturizables si llevamos a la exageración aquellos rasgos que más nos caracterizan. No me negarán esa evidencia.

Sin embargo parece que otro tipo de belleza quiere emerger. ¿Cuál? ¿Dónde? ¿Por qué? No estaría mal que nos contestara Don Photoshop: ¡Ay, Don Photoshop, qué sería de la vida si aparte de los arreglos físicos fuese usted capaz de hacernos unos retoques morales! ¿Me podría usted aconsejar cómo aplicar unos filtros de luz para algunos acontecimientos vitales dramáticos que me rodean como a todos? ¿Podría usted aplicar la varita mágica y hacer que desaparezca mi dolor ante la pérdida de un ser querido? ¿Cómo photoshopear moralmente mi vida? ¿Hay alguna manera que quitar las desproporciones morales que sufrimos en nuestros espíritus? Esta página me permite al menos escribir esa utopía pero Don Photoshop me temo que se escaquea de la pregunta.

No se trata de hacer demagogia. No me retracto ante el arte de sacarse uno partido a su físico. Es más, amo la belleza. Pero la que va unida a la vida y a la verdad. Aquella que sabe qué es lo que de verdad importa en esta vida y se deja de tonterías superficiales. El caso de haber reparado en estos tiempos en el gusto por lo corporal parece haber sido como el remedio que es peor que la enfermedad. De sentir que lo puro existe únicamente en el alma hemos pasado a querer manipular el espejo a nuestro antojo juvenil.

Parece que los cánones de belleza se reinventan continuamente. Y lo que parece haberse instalado en nosotros es el espíritu colectivo de la eterna juventud y veces creernos precisamente lo que por ahí nos cuentan. Ahora bien es verdad por otra parte, que en los quioscos alguna que otra publicación tiene éxito en precisamente destapar y destronar todos los falsos mitos que en nombre de la belleza se nos muestran por doquier. A ver cuándo llega pues esa belleza del sentido común que nos hace sentirnos a gusto con lo que se nos ha dado. Ese sentido de la belleza para la vida sin renunciar al arte de saber envejecer bien. Mientras tanto seguiré con mis paseos por la playa.