viernes, 19 de octubre de 2012

Imre y Eva se encuentran



Dar un paseo en el monte nos renueva las energías que perdemos entre prisas y disgustos. Así al caminar por una pista de tierra, en un día cualquiera comprueba, usted, que es otro miembro más de los seres vivientes del mundo. El oxigeno puro que aspira entra en su cuerpo y le recarga de vitalidad. Si va acompañado se divierte en una amena conversación con su interlocutor entre pinos y caseríos. En cambio, si pasea consigo mismo, sólo, piensa en sus problemas desde otros puntos de vista, habla usted para sus adentros, recuerda tiempos y acontecimientos pasados, sueña con el futuro y en una de estas se encuentra con otra persona que hace lo mismo que usted: pasear por la naturaleza. En su soledad y en la soledad del otro se encuentran y en ese descubrimiento se saludan aunque sean totalmente desconocidos uno del otro.

El acto de saludar, así, es algo muy humano. Cuando llegamos a la calle perdemos esa costumbre de descubrirnos como iguales en el mundo. Entonces llegan las miradas al otro lado, las superioridades o los automáticos y convencionales saludos con dos besos, si es que las hay. ¿Por qué nos saludamos en el monte con todo aquel  que nos cruzamos? ¿Tiene la naturaleza ese poder de devolvernos nuestra esencia primigenia como humanos de la misma especie?

Ahora bien, muchos de ustedes pensarán con razón que cada vez se saluda menos incluso en el monte y no en mi opinión por la culpa de los auriculares. ¿Qué estamos perdiendo, entonces? A cualquiera le debe de resultar bello que en el encuentro con el otro a uno le salga una pizca de humanidad que le hace decir algo. Por desgracia perdemos, sin embargo, esa actitud de descubrimiento en el asfalto, en la ciudad. Bien es cierto que sería imposible estar saludándonos continuamente el uno al otro pero estaría bien recuperar por lo menos esa mirada humana que nos hace recordar que vamos todos en ese bosque de la montaña solos, con nuestros problemas, recuerdos, sueños, con las personas que ocupan nuestro pensamiento...

Leer es otro acto que nos trasporta a otros mundos también normalmente en soledad. Y asimismo nos recarga si es que nos gusta leer. De esta manera a veces encontramos en una historia esa-parte-de-mí-que-quiere-escuchar-a-otra-parte-de-mí. Como cuando por ejemplo escribimos en nuestros diarios. O por el contrario, por qué no, al leer nos distraemos y nos evadimos de los problemas de todos los días.

He estado bastante tiempo esperando precisamente a encontrarme en alguna librería con el último libro de Kertész. Y así ha sido por fin. “Cartas a Eva Haldimann” (editorial Acantilado) es un precioso elogio que ha realizado Imre Kertész a la que fue de alguna manera “su descubridora” más allá de su Hungría natal. Un recorrido por la vida de un escritor (Premio Nobel de Literatura 2002) cuya obra es una profunda reflexión de su vida como superviviente de Auschwitz y el devenir del siglo XX en Europa. Si me permiten el símil, los dos protagonistas, Eva e Imre, se encontraron en la fascinante montaña de la literatura, se saludaron y...







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