viernes, 13 de mayo de 2016

Mirar a la luna como en una divertida noche de verano



Un fuerte desamor, la muerte de alguien muy querido, una enfermedad, ese gran disgusto que te impide dormir, los problemas en el trabajo que te consumen, el imperativo de tener que dejar tu tierra y convertirte en un emigrante o un exiliado, angustiosos problemas económicos o simplemente una desgana para vivir… Esta lista es interminable. ¿Quién no ha pasado una mala temporada alguna vez?

En mayor o menor medida todos hemos atravesado algún oscuro túnel de la vida. Todos en alguna ocasión hemos tenido que descender al mundo de los afligidos y soñar con volver a ver la luz de la Tierra otra vez. En ese sufrimiento te confundes a ti mismo con un muerto viviente que a duras penas sobrevive. “¿Por qué esto a mí?” es la pregunta. Quizá en ese duro tránsito habrás recordado que “el momento más oscuro es el instante antes de amanecer” como una promesa que cambiará tu sufrimiento en sabiduría. Algo que se parece a un ruego para volver a la vida de nuevo. Te engañará el que te asegure haber mirado a la luna siempre como en una divertida noche de verano. Y si es así, sabrás que no estará legitimado para hablar a nadie de sufrimiento porque es ella la que nos cambia la mirada hacia la vida y las personas. “Gracias” a ese pesar eres mejor persona porque tu discurso acerca del dolor parte de tu propia experiencia. Como si el dolor ajeno resonara con el tuyo propio. Tal vez, quién sabe, la noche fue creada para poder hablar de la tristeza de una forma simbólica.

Encontrar en esa noche a alguien que te acompaña en el camino –simplemente estando contigo- supone ser un gran afortunado. Esa persona puede que te cuente cómo sigue la vida en el mundo de los vivos o tal vez te insufle confianza en tus posibilidades  para continuar con el recorrido. Puede también que te recuerde la dignidad con la que uno puede llevar su sufrimiento, esa dignidad que nada ni nadie te podrá arrebatar. Dar con la persona entre la inmensa multitud es, en efecto, una gran suerte. Tropezarte con alguien a quien asociar la hermosa palabra empatía y pensar que naciste para conocerla. Esa persona te hará creer en el ser humano después de sentir que tu sufrimiento es, tal vez, motivo de un vil regocijo para algunos. Algo que a veces te hace despreciar la condición humana. Pero tú sigues adelante y a ella das y de ella recibes. De él tomas aquello que necesitas. Una palabra, una mirada o su preciado tiempo. Haces planes con esa persona. Te alivia estar con él. Te libera del peso hablar con ella. Sientes que él quiere cogerte la mano y apretártela con fuerza como el viento que aviva el fuego. Pero ante todo lo que sientes es, sobre todo, que te escucha sin juzgar.

La vida nos llama a luchar contra la noche a cada uno en nuestra parcela. Como si alguien quisiera que el llanto de la noche se transformara en girasol que se despierta con los rayos del sol. Llevamos en los genes el instinto de supervivencia, de ahí que tú también le sigas a la vida. Por eso admiro el plan que os propusisteis seguir esa persona y tú. Una vez un columnista de un periódico daba a sus lectores unas razones para vivir que te parecieron fascinantes y las llevaste a la práctica. Era una lista que a su vez imitaba a otra emotiva y bella lista. Así visitasteis Toledo, leísteis Crimen y castigo de Dostoievski, visteis Manhattan de Woody Allen, El apartamento de Wilder y Qué bello es vivir de Capra, escuchasteis a Bob Dylan y a Bach, leísteis el pabellón número 6 de Chéjov y el Gran Gatsby de Scott Fitzgerald, pero por encima de todo saboreasteis el placer de las cosas sencillas: revivir el disfrute de comer unos huevos fritos o sentir el tamborileo de la lluvia mientras dormíais en la cama, ver la belleza en las naranjas o en el papel Clairefontaine, pensar en el Estado del bienestar o en las primeras cerezas, los viernes por la tarde, en la esperanza en el mundo de una mujer embarazada. La sopa caliente. Los parques. La tinta. La fragilidad. La risa. Una lágrima. Una conversación. El vaho del invierno. El sudor desnudo del verano…


Guardas esa lista del periódico con celoso cariño porque leerla hace que te sientas viva. Todavía la sigues consultando de vez en cuando. Te quedan muchas razones para vivir que te quedan por descubrir. En un arrebato de gratitud hoy te has propuesto escribir tus propias razones para vivir. Son una mezcla de las ya leídas con las tuyas propias por si a alguien le resultan persuasivas y convincentes para ese camino en la noche, como lo fueron una vez para ti.   

Fotografía: Cornell Capa.

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