viernes, 21 de septiembre de 2012

El vino y la amistad



Llega con la frescura de septiembre la época de la vendimia. Y los ricos viñedos que saciarán nuestras caprichosas apetencias de caldos exquisitos están en ese momento clave de recogida de la uva. Es una maravilla divisar la fertilidad de esos campos generosos y ordenados. Se trata de una señal de que por ahí anda el ser humano y sabe de las posibilidades de esas tierras. Sin embargo es una paradoja al mismo tiempo comprobar la absoluta soledad de los viñedos entre la tierra y el cielo. Porque después de pasar por las bodegas esos zumos serán los que animarán las comidas, los aperitivos o las cenas de amigos o familias. Pasarán de estar en el más absoluto descanso a enriquecer y dinamizar conversaciones y risas.

Se sabe de sobra que para conocer a un amigo hace falta compartir mucha sal y también bastante vino. Y los diferentes tipos de líquidos de uvas tienen una curiosa disposición para evocar precisamente los variantes de la amistad. Hay amigos con los que concuerda beber un socorrido vino del año y otros con los que merece la pena un crianza. De esta manera a un no-amigo-pero-que-le-llamas-amigo correspondería un vino del año, a un buen amigo un crianza y a un amigo íntimo un reserva. Dicho esto, ¿cuándo estaríamos en la disposición de beber un gran reserva? Y es que como decían los sabios (en concreto Aristóteles)  “la amistad es lo más necesario de la vida; sin amigos nadie querría vivir, aunque poseyera todos los otros bienes”.

En estos tiempos en los que como Z. Bauman diagnosticó algunos amores son líquidos, parece que también existe la amistad líquida. Desde luego con la efervescencia de las redes sociales y la vida contemporánea es fácil pensar que amigos sólidos se pueden contar solamente con una mano. De hecho, me atrevería a decir que los familiares más cercanos e íntimos juegan el papel de amistad algunas veces. ¿O es que la pareja no resulta ser al final el mejor amigo? ¿Cómo desdeñar la compañía de una madre como la mejor inimaginable? ¿No parecen amigos al final algunos hermanos que se llevan bien?

Hay cosechas mejores y peores, como las experiencias más favorables o fatales que comparten dos amigos. Y es bueno saberse consciente de la cualidad de amistad que se tiene con el que se comparte una cena. A veces se mira atrás y se divisa una relación que con sus más y sus menos resulta emotivamente gratificante. Como el buen vino que reposa de barrica en barrica, con esmero y cariño algunas amistades llegan a ser algo digno de saborear. Parece ser además que la amistad más perfecta se da entre iguales. Cuando no hay un interés de por medio y se valora a la persona por sí misma se dan las circunstancias para que el vino de la amistad mejore con el paso del tiempo.

La sabiduría popular asegura que quien tiene un amigo tiene un tesoro. Y en efecto es así. La amistad es una de las experiencias más bellas de la vida. Pero estas arcas de la fortuna ya sabemos todos lo difíciles de encontrar que son. Tan sólo hace falta tener una experiencia amarga en la vida para sentirse realmente solo. Por eso otro dicho conocido nos anima a ser los mejores amigos de nosotros mismos. En cambio así no resulta satisfactorio tomarse un buen vino. No hay nada tan agradecido como el compartir con los demás, ni nada tan amargo como la soledad.  Con este sentimiento quizá el poeta Hölderlin escribió estas palabras sobre la amistad que para finalizar quiero compartir con ustedes: “Cuando conócense los hombres por su valor interno/ Pueden con alegría llamarse amigos,/ Pues la vida es algo ya tan sabido para ellos/ Que sólo en el Espíritu más alta encontrarla pueden/ El Espíritu noble no es a la amistad ajeno./ Los hombres gustan de las armonías/ Y a la confianza se sienten inclinados, viviendo para conocer/ También a la Humanidad esto le fue otorgado”. 

Fotografía: Henri Cartier Bresson

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