miércoles, 19 de octubre de 2016

Día Internacional de Nada



El Día Internacional de la Mujer, el Día Mundial contra el Cáncer de Mama, el Día Internacional del Euskera, el Día Mundial del Pan... Y aunque sobran las buenas intenciones, si nos detenemos un momento ante esta lista infinita, ¿hay algo más insulso que “el día internacional de…”? Como clara detractora de la iniciativa de hacer una cruz en el calendario para dar visibilidad a un colectivo, una causa o quién sabe qué, propongo que hoy se celebre el Día Internacional de Nada.

La nada es creativa y fértil como el aburrimiento o la observación desinteresada. Y a lo que nos impulsa esa nada es algo muy preciado y valioso. Nos lanza a encender nuestro ser ante los estímulos externos y no viceversa. A ser dueños de nosotros mismos, de verdad. Me refiero a que el Día Mundial contra el Cáncer de Mama o cualquier otra enfermedad nos llevan sobre todo a volver invisibles a estas personas que a ser dignos de nuestra empobrecida atención. Durante un día acaparan portadas o inspiran reportajes pero el resto de los 364 días del año se quedan en un cruel e irreversible olvido. ¿Nos comprometemos con algo un día al año o a lo que nos sumamos es a mirar al otro lado? ¿Los recordamos porque realmente nos importan o solamente porque toca?

Los expertos llaman locus de control interno a esa actitud que tienen las personas que sienten que son ellos el centro del poder ante el entorno y no al revés. Con otras palabras, tienen la fe de que la fuerza está en ellos y que si quieren consiguen lo que desean. Esa capacidad interiorizada les lleva a creer que sus esfuerzos no se van con las manos vacías. Por eso cuando logran algo no depositan esa victoria en las circunstancias ni se complacen con los halagos que vienen de fuera. Una persona con esta actitud busca sus objetivos sin contentar a nadie o lograr ningún premio. Algo que les lleva a tener una voz interna firme que se basta con ella misma.  

En la escuela vemos abundantes ejemplos de personas con locus de control interno. Son aquellos estudiantes que se alegran por aprender. Son aquellas que quieren y desean saber más. Y además lo hacen porque creen que pueden hacerlo y lo harán. Persiguen sus sueños porque una sonrisa se dibuja en sus caras al pensarlo. No buscan premios ni quieren evitar castigos, la fuente de donde fluye esa capacidad hacendosa está en ellos. Estos estudiantes  no necesitarían exámenes para aprender. Y precisamente son ellos los que nos enseñan la esencia de la pasión por el conocimiento, el gran ideal educativo. El querer y luchar por algo porque uno mismo lo desea como nada más en el mundo.

“Los días internacionales de” no buscan el locus de control interno de las personas sino el inútil flash externo que es el antagonista de la perseverante preocupación por las cosas. Ese  día señalado se asemeja al examen final de junio de una asignatura. El día del empacho compulsivo de apuntes e ideas que el cerebro olvidará en el mismo instante de la entrega del examen, tal y como ocurre con el día después de un “día internacional de”. Es la antítesis –no me negarán- de la genuina curiosidad o interés por las cosas. Las estaciones de metro de algunas ciudades europeas son otro ejemplo de lo estéril que resulta un examen o el día mundial de un noble motivo: la gente paga y pica su billete sin necesidad de barreras o exigencias externas. No hay un imperativo de que alguien de fuera les enseñe y recuerde su deber. En ellos está el poder y en su interior habita ese civismo. Sin barreras, sin exámenes. Gracias a esa nada.



Fotografía: Chris Steele-Perkins. 

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