viernes, 7 de octubre de 2016

Cazar palomas, cazar pokémons



Cuando se aproxima la ansiada época del año para los cazadores me detengo por un momento en un banco a disfrutar contigo del viento sur. Y mientras ellos empiezan a poner a punto la escopeta y están atentos al cielo, yo me hago la siguiente pregunta: ¿ha pasado la fiebre de cazar pokémons? Me refiero a esos monigotes amarillos que tanta simpatía despiertan y que nada tienen que ver con las malvices, becadas o palomas de verdad.

A mis alumnos les fascinan los pokémons. Algunos tienen incluso su propio bicho preferido y adornan sus cuadernos y carpetas con estos desconcertantes animalitos que no existen en el mundo real. Intentar encontrar el sentido que puede tener cazar con el móvil pokémons es tan inútil como tratar de entender la descarga de adrenalina y placer al disparar una escopeta. ¿Estas cazas tendrán quizá ambas en común nuestro ancestral instinto de supervivencia que respondía a la necesidad de comer?

Me rendí a la impotencia de no captar la gracia de este juego llamado Pokémon Go que con tanto furor decían disfrutar mis alumnos. Es más, mi respuesta al entusiasmo que en el aula respiré hacia estos virtuales peluches fue un tanto ingenua y pedante: “¿acaso no es preferible buscarse a uno mismo en vez de tratar de buscar pokémons?” les sugerí de forma provocadora. Pero pretender que unos niños de 11 años conecten con eso de buscarse a uno mismo es intentar subir el Everest con chancletas. “Te has pasado” me dije a continuación. Pensándolo mejor, sin embargo, quizá lo que realmente falló –si es que algo no fue como debía- fue la manera en que formulé la pregunta a mis alumnos: buscarse a uno mismo se entendía como si debieran hacerlo exclusivamente de forma física y no a la manera abstracta o filosófica. Y es que con otro tipo de pregunta estoy convencida de que estos fanáticos de los pokémons me hubieran sorprendido con sus respuestas existenciales.


Porque todos los niños tienen de forma más despierta o dormida una capacidad de preguntarse por todo lo que les rodea, de curiosidad por la esencia de los fenómenos más cotidianos y por lo tanto de conectar con uno mismo. Educar en el asombro y Educar en la realidad son dos recomendables libros escritos por Catherine L´Ecuyer (Plataforma Editorial) en los que expone esta innata pureza infantil hacia el mundo, ante el cual el niño no puede responder sino con una profunda sorpresa. Esta capacidad de asombro es la semilla de esa curiosidad fértil, el gusto por aprender, el encuentro gratificante. En un entorno donde somos víctimas de tantos estímulos L´Ecuyer defiende apasionadamente que debemos proteger a nuestros niños del mundo virtual con el objetivo de no matar precisamente esa capacidad de asombro. Para este mundo donde la tecnología y el mundo online están conquistando todas las parcelas de nuestra vida la mejor escuela –sostiene L´Ecuyer- está en el mundo offline, en la realidad. Para ello es necesario despertar una mirada pura hacia el entorno, una mirada en la que esa realidad se sobre a sí misma para la vida plena. La naturaleza por ejemplo, anclada en esa realidad está dotada de infinitas dosis para quitar el aliento a cualquiera en cada instante. Mis alumnos lo saben bien aunque los pokémons les sometan a veces a ese sueño del cual a veces es difícil despertarse. En cualquier caso, es siempre apasionante colaborar como se pueda en ese despertar. 

Fotografía: Henri Matisse fotografiado por Henri Cartier-Bresson.   

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