viernes, 5 de agosto de 2016

Noches de verano



El aire tibio de las noches de verano resulta como de terciopelo. La tranquilidad de pasearse por las aceras de una ciudad (casi se diría) iluminada para ti es, sin lugar a dudas, sensacional en esta época del año. La atmósfera nocturna asociada a dormirse con la ventana abierta al mundo significa sucumbir al placer. Como si el dormitorio fuera una mente que da la bienvenida a nuevas formas de pensar y sentir. En otras palabras, diríase que lo estival viene a ser sinónimo de generosidad. Porque es el verano la estación que verdaderamente sazona sin miramientos nuestras ansias de vivir. Indudablemente esto lo saben bien los vecinos de Donostia acostumbrados al viento del norte que entra furioso de la mar. En estos meses del año en cambio todo se suaviza y, una buena noche de verano resulta ciertamente balsámica para el resto del año.
 
La obra “Sueño de una noche de verano” que se ha representado en el parque Cristina Enea desde el 21 de junio hasta el 24 de julio pertenece, sin lugar a dudas, a este género de noches que enamoran tus sentidos. No exagero si digo que se trata de una experiencia que los espectadores recordarán como se acuerdan de la noche en que conocieron a su pareja. Los que pudimos asistir a esta obra estaremos en deuda con los directores de la obra Fernando Bernués e Iñaki Rikarte, y también con Donostia 2016. No sólo fue brillante la idea de dar vida a esta obra en Cristina Enea sino la propia puesta en escena de esa atrevida combinación (Shakespeare + Cristina Enea+ cena) fue sublime. Si los directores pretendieron alejarse de la idea de un espectador pasivo ante una obra de teatro lo lograron sobradamente. La obra nos entró por todos los sentidos y, claro está, nos colmó también así: la vista al ser testigos de una obra en vivo en un escenario tan bello con la botánica en todo su esplendor. El tacto mientras sentíamos el caminar por la hierba que era el escenario para la obra o mientras cogíamos la copa de vino parar brindar por los novios. El oído al hipnotizarnos con el guion en boca de los actores o las voces del coro Easo. Y el olfato y el gusto que como buenos vascos, se dejaron seducir entre diferentes platos bendecidos por el aire puro y transparente que se respiraba en el parque.

No conozco la génesis de la idea de “Sueño”. Pero me pregunto, ¿qué cara pondrían algunos cuando se encendió la bombilla de representar esta obra de teatro en el parque? No andaría muy despistada si dijera que la respuesta fuera de estupefacción: “venga ya, tú estás loco; pero que muy loco”. Sin embargo alguien con las dosis justas de locura y cabalidad apostó por el proyecto y en vista está, dio en la diana. El proyecto es uno de los más exitosos de Donostia 2016. Puede que a muchos no les haya convencido en absoluto que se haga algo así con Shakespeare. Algunos incluso criticarán duramente el intento de dotar de una experiencia sensorial a un texto clásico que se vale infinitamente por sí mismo. Pero, ¿qué contestarían los críticos si entre los espectadores se despertaran unas rabiosas ganas nunca antes sentidas de leer a Shakespeare después de ver la obra? ¿Qué dirían si Shakespeare ganara nuevos lectores? ¿Seguirían siendo tan beligerantes y duros ante el hecho de que alguien pasara poco a poco de leer el Marca a leer el texto de Shakespeare?


Aquella noche me pareció como un enamoramiento. Un exquisito acto de seducción por la literatura y el teatro. En otras palabras, una forma epicúrea de acercarse a un clásico como Shakespeare (incluso en euskera). Ojalá se repitan en adelante proyectos similares y que las letras ganen así más amigos y amantes. Ideas así merecen el apoyo del público y las instituciones porque el arte –tal y como esta maravillosa representación- es por naturaleza una provocación.   

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