viernes, 18 de enero de 2013

Duelo entre palabras



Yo también estoy en crisis desde que ciertos columnistas han dejado de escribir para algunos periódicos. Ya saben, la crisis ha arrasado con todo el sector de la comunicación y los periodistas, claro está, no están en ningún caso en la época de hacer su agosto. Para mi enorme disgusto algunos de mis columnistas de cabecera se han retirado de las líneas de los rotativos y han dejado sin norte ni sur a una de sus lectoras y a la vez servidora de esta página. Evidentemente puedo seguir respirando, caminando y haciendo mi vida normal sin ellos pero...

Valgan estas líneas para hacer más dulce esta especie de duelo. Y quizá parezca algo exagerado para algunos emplear una palabra que apela al luto pero es que mi vida era más completa con ellos. Amanecía los días con la ilusión de encontrar entre sus palabras un poquito más de luz que hiciera mi vida más llevadera y estuviera bendecida con más dignidad. Algunos de los escritores de estas columnas me sorprendían paradójicamente con profundas reflexiones que cabían en el espacio de una simple mano. Me hacían estar más al día de lo que ocurría alrededor y me ayudaban a formar mis opiniones. Incluso algunos días me despertaba de la cama con el estímulo de leer a los que no sólo escribían columnas periodísticas, sino a los que también me ayudaban a edificar esas otras columnas del pensamiento.  

Estos escritores son probablemente los responsables morales de que yo también me atreva con estos articulitos de los viernes. Esto me lleva a hacer mi vida más atenta a los detalles de todos los días ya que aquello que me rodea puede convertirse en tema para desarrollar en este blog. Imagino así el trabajo que suponía a mis columnistas escribir las columnas que tanto me gustaba leer. Recuerdo cómo una de ellas relató un día la historia sobre el elixir de la felicidad que vendía el doctor Dulcamara. ¿No os parece fascinante que algo como una bebida nos lleve a una vida plena? Decía la escritora con un tono bromista que  no descartara el lector que ella misma se convirtiera también con sus artículos en una doctora Dulcamara o vendedora de la maravilla de la esperanza. Y así fue para mí: vivía instantes de felicidad mientras leía sus artículos.

La crisis ha llegado a todas partes. Las frases como “sin periodismo de calidad no hay democracia” o las sentencias que recuerdan que un buen periodista ante todo vela por una sociedad más libre y crítica no han valido para resistir al embate de la tormenta financiera. Esto hace aún más evidente la realidad de que los propios valores actuales deben ser revisados. Pero es más, la propia democracia está más pobre y débil si los faros que la iluminan y los portadores de la confianza que la nutren están apagados y callados. Averigüe el lector quiénes eran pues, esos faros que me iluminaban con sus artículos...

Fotografía: Chema Madoz

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