miércoles, 28 de diciembre de 2016

Dios es un DJ


¿No es apasionante la intriga de no saber cuál será la siguiente canción que sonará en la radio? Casi se nos ha olvidado lo que era esa sensación del azar. Cuando la sorpresa al escuchar una canción te arrebataba los sentidos. Ahora con Spotify y nuestras listas de canciones, sólo la función aleatoria de reproducción musical recuerda, mínimamente, a ese maravilloso suspense. E indudablemente, la vida tiene mucho de ese enigma que es la radio para nuestros oídos. O quizá, como sería más justo decir, es la radio la que imita al misterio de la vida. Cuando no se sabe si, próximamente, ella –la vida- nos hará reír o llorar en una triste o alegre banda sonora.

¡Música y palabra! De ellas se compone la radio. Afortunadamente, los dioses se apiadan de nosotros al ofrecérnosla. En el aire va ella a todos los lugares como una luz. Y la vida fluye sin ni siquiera quererlo. Una canción brota antes de que finalice otra. Las dos se abrazan. Y entonces el recuerdo de alguien te invade sin permiso. Son bien distintas las dos melodías. Pero de misterios está hecho el mundo para que las dos se fundan en una, piensas con esa persona en tu mente. Es la magia de la radio cuando la despedida de una canción se confunde con las palabras de presentación del siguiente tema musical. Y claro, para entonces la primera melodía de la canción entrante, puede que ya familiar, se entremezcla con el gusto de haber recordado de manera nostálgica, por ejemplo, aquella música que con tanta avidez devoraste hace un tiempo atrás.  
  
Gracias a la intervención del locutor radiofónico, dos canciones se saludan fluidamente en la radio cuando al entrar una, simultáneamente sale otra. Y se trata de una escena que recuerda al ajedrez. Al menos, y aclaro, de ese fascinante ajedrez del poema de Jorge Luis Borges. Cuando el blanco y el negro que, al parecer se odian bajo la mirada de los jugadores, no cesan nunca de enfrentarse, en la ardua batalla del tablero. En este caso esa batalla para mí también se libra en la radio, pero bajo la supremacía del locutor y con los oyentes como piezas de juego. Borges hablaba del jugador de ajedrez –y yo digo el presentador de radio- como un Dios. Lo veía así porque él es –el jugador- el que maneja la pieza del tablero. Veía por tanto, un Dios detrás de otro Dios. El primero es el que piensa en la jugada y el segundo –el superior- el que hace con el propio jugador lo que le venga en gana. Y me pregunto, ¿acaso la mano que dirige la pieza en el tablero dista mucho de la del presentador que hace sonar una canción en un autobús? En ambos casos, se podría decir que tanto el jugador como el locutor de radio son verdaderos intermediarios de los planes de Dios. El humilde oyente sería una simple pieza puesta en movimiento desde un estudio de radio. De ahí que escribiera Borges: Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza/ de polvo y tiempo y sueño y agonía?

No sé si los locutores de radio son muy conscientes de su poder en esa agónica trama borgiana. De ese arbitrario señorío ante sus oyentes y la vida de ellos. De esa azarosa pero real potestad sobre sus piezas en el blanco y negro de las cocinas, los coches o las salas de espera. ¿Qué le pasa por la cabeza, por ejemplo, a esa chica que está a un paso de poner punto final a la relación con su pareja, si de pronto, los dioses de la radio le ponen I Will Always Love You, de Whitney Houston? ¿Qué estremecedor calambre sentirá en su cuerpo, por poner otro caso, el hombre que, después de muchos años de separación, está a punto de reencontrarse con su hermano? ¿Qué ocurre si en ese caso, un dios con auriculares y cuya boca habla a un micrófono da la bienvenida a la canción I Want To Hold Your Hand de The Beatles?


Por si no nos habíamos enterado de la ajedrezada pista en la que estamos dando nuestros pasos, recordemos lo que dijo la cantante Pink en una canción: “If God is a DJ, life is a dance floor”. Es decir, si Dios es un pinchadiscos, la vida es una pista de baile. No sé qué dios hará sonar la música en las pistas de baile esta Nochevieja. Pero mueva quien mueva las piezas en esa larga noche bailemos, bailemos y bailemos en el tablero. Y, como no podría desear de otra forma, que el 2017 llegue con generosidad pinchado por bondadosos dioses como una bienaventurada transición musical de aquel 2016. ¡Feliz Año! Urte berri on!  

Fotografía: Ian Berry, 1963, Alemania Occidental. 

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