jueves, 10 de noviembre de 2016

Corriendo en Nueva York



San Sebastián será un año más el epicentro de corredores, patinadores y dignos discapacitados ejemplares este domingo. Llega la carrera Behobia-San Sebastián en su 52ª edición y será casi un deber calzar unas zapatillas deportivas en el caso de querer dar un paseo por la ciudad durante el fin de semana de la famosa prueba. Me refiero a que si no lo haces llamas la atención en bares o restaurantes abarrotados de corredores que nos visitan estos días con su atuendo deportivo.

Como bien saben los donostiarras, la ciudad está tomada por deportistas que quieren correr la famosa carrera popular que parte de Behobia (Irún) y llega a Donostia. El recorrido tiene dos subidas importantes (Gaintxurizketa y el alto de Miracruz) y consta de 20 kilómetros. El éxito de las inscripciones, aunque ha bajado este año, refleja que la carrera se ha convertido en eso: la carrera. Correr la Behobia es algo más que participar en una multitudinaria sesión de running colectivo. Diríamos que se parece más a una sudorosa peregrinación repleta de devotos con deseos, retos, sueños u homenajes asociados a la carrera. Haber hecho la Behobia se ha convertido en algo por lo que sentirse orgulloso. Pero si ampliamos fronteras y hablamos de carreras internacionales es inevitable no mencionar el Maratón de Nueva York que recientemente se ha celebrado en la Gran Manzana y que casi coincide con nuestra pequeña pero querida Behobia.

La cadena Eurosport estaba emitiendo la repetición del maratón de la ciudad de los rascacielos. Me encontraba en el gimnasio pedaleando en la bicicleta estática cuando apareció ante mis ojos la corredora keniata que se había escapado en el kilómetro 21 de sus rivales cogiendo ventaja de 3 minutos. Su dorsal la bautizaba como Keitany y parecía un veloz animal azabache a la caza de su presa urbana. La intrépida e imparable Keitany daba unas combativas zancadas en el asfalto de Nueva York mientras mis piernas hacían girar los pedales de la bicicleta como podían. Las dos sudábamos y mi pensamiento estaba a la vez en Donostia, a la vez en Nueva York. Lo cierto era que el maratón ya había acabado, sin embargo, mi fascinación acababa de empezar. Estaba aquí y allí. Mis oídos además estaban escuchando la eléctrica Empire State of Mind cantada por Jay-Z y Alicia Keys y era difícil no tener ganas de estar en Manhattan con esa canción, que es a la vez homenaje a esa gran ciudad, acompañada por esa retransmisión del maratón. A ritmo de rap Nueva York era la jungla donde no había nada que no pudieras hacer. Y Keitany lo sabía bien porque no había nadie que la pudiera coger, nadie que la pudiera parar. El escritor y corredor japonés Haruki Murakami, que en su día escribió sus memorias en aquel De qué hablo cuando hablo de correr (exponiendo que el correr fue su gran escuela para escribir) debía de ir también entre aquella multitud que lideraba como mujer Mary Keitany, de 34 años.

Y yo pedaleaba y corría con la keniata. Imaginaba escuchar los gritos de ánimo de la gente e intentaba meterme en la mente de aquella imponente mujer que lo podía todo. Deseaba ser ella por un instante. Salir de mi cuerpo y meterme en sus zapatillas. Todos la (¡y me!) vitoreaban. La pista de la carrera era una fortaleza neoyorkina conquistada majestuosamente por Keitany que me hacía engullir junto a ella los kilómetros a la vez en solitario en Donostia, a la vez acompañada por la multitud en Nueva York. Y por fin, jubilosamente entre edificios imposibles de alcanzar con la vista llegamos juntas a la meta. Mary Keitany se consagraba (¡conmigo!) como la ganadora del maratón por tercer año consecutivo con un tiempo de 2 horas 24 minutos y 26 segundos. Y cómo escasean, por desgracia, esos ánimos en la vida diaria, pensaba en el gimnasio. La gente que me animaba pasando por Central Park no lo hacía en Donostia, encima de la bicicleta. Tristemente, no sé por qué extraña razón perdemos esa capacidad de conectar con la lucha del otro, de salir de nosotros mismos para ser otro, cuando ciertamente esa batalla no es deportiva. En este sentido, el deporte no solo se presenta como escuela de sacrificio o superación, sino también de empatía con el que sufre.


La gente animaba en Nueva York y animará en Donostia el domingo que viene. Y ejerceremos esa empatía deportiva que bien podría trasladarse también un poco más a la cotidiana, a las conquistas de todos los días. Los griegos comprimían esa llamada a la empatía en una sabia frase: “sé amable, pues cada persona con la que te cruzas está librando su ardua batalla”. La gente –como tú y yo- ha venido al mundo a luchar y, ay, estamos todos tan necesitados de ánimos que nos encanta escuchar venga, vamos, lo tienes, sigue, tú puedes, ¡sí!    

Fotografía: Jean Gaumy. 

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