viernes, 12 de febrero de 2016

Las carreteras de Moscú


Ahora debe de estar todo nevado. El blanco de la nieve como una crema cosmética barata derramada en un intento de embellecer y disimular el largo invierno en Moscú. Un invierno que endurece los rasgos del rostro de la ciudad. Una cara  dibujada de arrugas como vías de tren, como carreteras hacia toda la inmensa Rusia con la principal calle de Moscú, la vía Tverskaya, como punto de partida. Los coches que la atraviesan en procesión a pesar de los atascos nos hablan de las vías moscovitas que ahora estarán en su cenit invernal. Todo queda sepultado bajo la nieve.

Las carreteras de Moscú son el rostro de esa joven que tiene una relación con un chico. Forman una pareja que necesita de esas fuertes nevadas para la supervivencia de su relación. Unas tormentas de nieve que todo lo tapan y los lanzan a la inercia automática para sentirse cómodos en esa pista inmaculada que aparentemente los deja la nieve en el camino de su relación. Cuando caen los primeros copos de nieve a mediados de octubre empieza el curso y con ello la rutina que maquilla la verdadera realidad de su historia. Las carreteras empiezan entonces paulatinamente ese repetitivo proceso de acumular nieve y verse recorridas por máquinas quitanieves que limpian a destajo la vía a los conductores. Su relación es esa misma carretera moscovita.

Hay autopistas que salen de la capital rusa como si fueran construidas con un lápiz y una regla. Tan derechas que no harían falta ojos para conducir el coche y llegar al destino deseado atravesando kilómetros y kilómetros. Tan rectas como la relación de esa joven que necesita de unos ojos ciegos para seguir soslayando la verdadera naturaleza del compromiso que le une a su pareja. Es mejor seguir en la relación porque la alternativa de dejar suena a demasiada incertidumbre y soledad. Se prefiere dar continuidad a ese corazón congelado enterrado sobre una capa de hielo, sobre una capa de invierno sin luz, que mirarse en el espejo. Son historias que se quedan bellas sumergidas bajo la nieve que todo lo calla, todo lo guarda.  

Pero se asoma abril, llega mayo, y con ello el deshielo. Es entonces cuando sale a la luz todo el deterioro de esas calzadas que han soportado unas durísimas condiciones climatológicas y físicas. Empieza a ser incómodo transitar con el coche entre tantos baches, hoyos, perforaciones que tiene la carretera llena de barro, piedras, agua. A veces ese incipiente deshielo es puesto en pausa por otra nevada primaveral que otra vez guarda los secretos de esa carretera, esa relación incompleta. Sin embargo vuelve a imponerse el deshielo definitivo. Ahí es cuando se ve –cuando empieza a llegar el verano y las vacaciones- que la relación no marcha bien y que estar en ella se hace insoportable. Así, la época estival –como ocurre con las vías moscovitas con múltiples obras que llenan de más atascos la urbe- es aprovechada para reparaciones. La pareja entra entonces en una crisis justo cuando más invita la vida a la diversión. No se plantean que quizá sea mejor dejar la relación. No. Llegan erróneamente a proponerse cambiar. Cambiar para estar con ella. Cambiar para seguir con él.

Esa joven puede que salve su relación durante el verano (como de hecho se renuevan también las carreteras moscovitas) y que la crisis refuerce su vínculo con él. O tal vez cabe la posibilidad de que la relación finalmente muera.  Un fallecimiento doloroso y frustrante. Pero la disyuntiva de enterrarse viva en un nuevo invierno moscovita sería inaguantable: mantener todo cálidamente cubierto, disimulado bajo una blancura infinita de cremas cosméticas que venden una supuesta y fingida felicidad.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario