“Haz una rápida comprobación de privacidad en Google y
navega tranquilo”. Estas son las palabras que emplea el gigante informático
para calmar, no sin ironía, a sus usuarios ante las suspicacias que surgen de
la dudosa confianza con la que deberíamos surcar los mares de la red.
¿Pretenderá acaso la conocida empresa advertirnos de las medidas tomadas para asegurar que debemos seguir utilizando
Internet con la misma despreocupación que hasta ahora? ¿Será una especie de garantía de que la
información que dejamos en la red no se
empleará de forma ilegal? Y es que las últimas entrevistas de Ana Pastor y
Marta Peirano con el antiguo trabajador de los servicios de inteligencia de
EEUU Edward Snowden nos pareció a algunos un thriller hollywoodiense donde la realidad supera a la ficción.
Ante una incrédula e hipnotizada audiencia Snowden aseguraba
la existencia de programas informáticos que interpretan los millones de datos
que dejamos en la red, con nuestros teléfonos móviles y quién sabe con qué más.
Son los rastros que vamos dejando como lo hacen los pies en la arena o como la
estela que deja un avión en el cielo, con la diferencia de que estas huellas
nos pueden hacer muy vulnerables. Estos programas extraen, al parecer, tanta
información de nosotros que hacen que nos conozcan como si nos hubieran parido.
Ellos emplean la denominación de “patrón de vida” para este profundo
conocimiento que llegan a alcanzar sobre la vida de las personas. De esta
manera, se estaría presuntamente cometiendo una vulneración del derecho a la
intimidad de los ciudadanos anónimos como tú y yo. El pretexto empleado para
esta ilegalidad es que sería para un bien superior: ignorar los derechos
humanos masivamente supondría evitar un acto terrorista, por ejemplo. Igualmente,
seguir las huellas de todos nosotros haría posible que en el caso de que
alguien cometiera un crimen, se tuviera mucha información de ese criminal en
forma antecedentes. Asistimos por tanto, a un caso donde un fin justificaría
los medios, aunque esto suponga aplastar la vida privada de los ciudadanos.
Inquietaba conocer las peripecias de las periodistas para
concertar la cita de la entrevista en un conocido hotel de la capital rusa. Resulta
paradójico, por otra parte, que Snowden se refugie en Moscú y sea en esta
ciudad que ha perpetrado tantas escuchas, delaciones y chivatazos donde
precisamente se denuncie el aberrante propósito de retirar la privacidad a la
sociedad, es decir, retirar también la libertad. No hay que irse muchos años
atrás para recordar por ejemplo, la salida al parque de Gorbachov para poder conversar
con su mujer sin recelos de escuchas peligrosas. Asimismo, la historia del
libro Archipiélago Gulag de Aleksandr Solzhenitsyn es un símbolo de la
alienante falta de privacidad o de libertad de expresión. La obra fue escrita
en la clandestinidad gracias a códigos secretos entre Solzhenitsyn y sus
ayudantes para evitar que fueran descubiertos, como lo fueron al final.
Conozco la divertida historia de un ingenioso señor de
provincias que mandaba cartas a principios del siglo XX a su casa mientras se
encontraba en Donostia. Era ebanista en la capital guipuzcoana en sus años de
juventud y sospechaba que el cartero leía las cartas que mandaba periódicamente
a su familia. Lúcidamente se le ocurrió entonces escribir una misiva para
anunciar que se casaba. El repartidor de cartas no pudo, al parecer, contener
la noticia en secreto y la nueva primicia se expandió rápidamente en el pueblo.
Así es pues, cómo aquel señor logró dejar en evidencia la falta de privacidad a la cual el cartero condenaba a los lugareños de aquel municipio.
¿Podríamos aprender algo de este suceso? ¿Es posible alguna
ocurrente trampa dirigida a nuestros
espías informáticos con la intención de defendernos? ¿Quizá dejar huellas
falsas como hizo este hombre? Me temo que mientras no haya filtraciones
contundentes que denuncien esta injusticia, tal vez sólo nos quede saludar a
esos espías cuando paseamos en la red o al utilizar el teléfono. Sería una modesta forma de pedir seriedad ante una sociedad en la que a veces es más
prudente andar sin móvil –como Snowden- que con él: “¿qué tal va eso, espía?
¿Cómo va ese patrón de vida? ¿Soy sospechosa?”.
Fotografía: Chema Madoz
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