Qué paradójica nuestra existencia, que nuestro cuerpo
responda con el cansancio o las alergias ante el despertar de la naturaleza. A
ese estallido de vida a nuestro alrededor. Es, en efecto, contradictorio que el
entorno primaveral invite a la expansión, al color, a salir afuera y que
nosotros perezcamos para ser reflejo de los grises opacos en vitalidad. Los
médicos lo llaman astenia primaveral, lo que al fin y al cabo refleja la
dificultad de adaptarnos al cambio, en este caso, al cambio de estación. ¿Estás
preparado para la primavera?
Déjame que antes te cuente una historia. La diosa de la
fertilidad, los cereales y en general, de la agricultura Deméter lloró la
ausencia de su hija Perséfone cuando fue raptada por Hades, el dios del
inframundo y las sombras. Estaba secretamente enamorado de ella y un día en que
ella paseaba, se abrió el campo y la llevó en su carro. Tal era la angustia de
la madre al escuchar el llanto de su hija Perséfone y no saber de su paradero
que cayó en una terrible tristeza desesperada. La desdicha y la pesadumbre de
Deméter hicieron que esta ya no cuidara del campo. No hubo cosechas ni frutos.
La naturaleza empezó a morir lentamente y a convertirse en huella de una vida
primigenia, antigua, cuando Deméter era feliz con su hija. Tuvo que intervenir
Zeus para invertir la situación y hacer que Hades cediera ante sus amenazadoras
palabras: recibiría un duro castigo si no liberaba a Perséfone. Pero Hades ya
se había casado con ella y la amaba a su lado. Ante la presión de Zeus, sin
embargo no pudo Hades mostrarse intransigente y llegaron a un acuerdo. Soltaría
a Perséfone después de que ella comiera seis granos de una granada como símbolo
de su amor. Así quedó sellada la unión entre Perséfone y Hades. ¡Ella era
libre!
Corrió entonces deprisa la bella joven a fundirse en un
abrazo con su madre Deméter. El júbilo de las dos al encontrarse por fin era
patente, sin embargo, Deméter quiso saber algo de su hija de inmediato:
necesitaba preguntarle si había probado la carne de los muertos en el
inframundo. Si así fuera debería volver con Hades. Confesó que había comido
seis granos de una granada y en consecuencia, volvió la zozobra de Deméter por
la inevitable perspectiva de separarse de nuevo de su hija. Por cada grano de
granada que habría comido Perséfone, esta tendría que estar alejada de su madre
un mes y vivir como las semillas. Fue así como durante seis meses al año
Perséfone vivía con Hades y el resto lo hacía con su madre Deméter a la luz del
sol. En este período de alegría maternal ante la compañía de la hija el campo
volvía a florecer y dar fruto. La naturaleza revivía de gozo y felicidad porque
la dicha permitía a Deméter cuidar de ella. Esa misma tierra volvería a ser
baldía ante la ausencia de Perséfone. Este proceso se convertiría mágicamente
en el ciclo de las estaciones del año: la primavera y el verano. El otoño y el
invierno.
Llega la primavera a pesar de nuestro cansancio. Estamos,
por consiguiente, ante ese momento en que Perséfone y Deméter alegremente se
estrechen entre los brazos y el campo florezca poco a poco. El domingo
entraremos en primavera ante ese regocijo de Deméter por el regreso de su hija.
Y pocas cosas hay en el mundo que le reanimen a uno tanto como el abrazo de una
madre. Para una madre, supongo, nada supera la presencia de sus hijos. He aquí,
pues, el relato que la historia nos guardó para recordar que es ese abrazo
materno el principio de la primavera, el inicio de toda vida. Que nada te
impida, por tanto abrazar a tu madre este domingo como si fuera un ritual de la
primavera. Achucha cariñosamente a tu hijo y siente ese renacer. Recuerda que
nada os dará más fuerza para seguir que ese abrazo.
En la imagen: "El abrazo". A.A. Cerámica.
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