viernes, 1 de marzo de 2013

La metáfora de los 1200 millones



Me sucede a veces algo curioso que a muchos de vosotros os sonará seguro. Cuando escucho el final de una canción me viene automáticamente como un reflejo instintivo el inicio de otra melodía ya conocida. Ocurre esto cuando se ha disfrutado mucho una canción en el mp3 o en el reproductor del coche y uno aprende el orden de las canciones del aparato musical casi como el respirar. La memoria archiva estos detalles con misteriosa fidelidad. Es habitual que ocurra esto después de gastar una canción y hacer que se agote su goce al escucharlo. Es una decepcionante sensación cuando una canción nos ha encantado y acaba por cansarnos más tarde. Es verdad por otra parte que hay canciones que no se queman con el paso del tiempo o escucha tras escucha. Pasa a veces lo mismo con la ropa: hay algunos pantalones o camisetas que saben envejecer tan bien que siguen vistiéndonos temporada va, temporada viene. Acogemos con disgusto cuando esa chaqueta o esos zapatos se estropean mucho por el uso. ¡Ese abrigo que lo compré tal día y que lucí en tal ocasión! En parecidas tesituras nos encontramos  respecto a las canciones. ¡Aquella canción que me harté de escuchar en los exámenes, aquella melodía que escuchaba siempre recordando a una persona, o incluso esa otra canción que me consoló durante un mal de amores!

La música nos acompaña en los grandes momentos y etapas de nuestra vida (infancia, bodas o funerales) y también en la cotidianidad de todos los días.  Nos ayuda a expresar, ritualizar y canalizar las emociones y los hechos que nos acontecen. Nos permite  poner nombre y melodía a lo que no se puede contar o a lo que no se quiere contar de otra forma. ¡La música es un mar entero!  Quizá por eso no nos extraña escuchar a algunos que dicen rotundamente que no podrían vivir sin música. La propia palabra sin, nos revela que la música acompaña al que lo escucha de alguna manera. La radio es por eso tal vez, un medio que gusta tanto. Además, nunca se sabe lo que va a sonar y a diferencia de los mp3 mantiene el misterio del oyente. Y es que la vida es precisamente un no saber qué va a pasar, tal y como suenan las canciones en la radio.

Las letras de las canciones muchas veces se inspiran en la poesía. Y qué mejor que ella para contar lo que no se puede o no se quiere contar de otra forma. ¿Cómo expresaríamos, por ejemplo, musicalmente la crisis? Todavía no he escuchado una canción que hable de la recesión. Algo que por otra parte está en todas partes y se hace muy evidente en las calles. Abundan las tiendas vacías con carteles como “se alquila o se vende”, abundan también los bazares chinos y las tiendas con enorme cartel que dicen “Compro oro”, abundan los esqueletos de casas sin acabar. Esta melodía desgraciadamente nos suena a todos. De la misma manera que todos hemos aprendido la canción de que nuestros gobernantes tienen 1200 millones menos para los presupuestos de 2013. Estos números bien podrían ser metáforas para una canción. Si la música amansa a las fieras, quizá con ella haríamos trizas al monstruo terrible que se hace llamar crisis. 

Ilustración: Maurice Sendak 

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