Según van pasando los viernes en los que acudo a esta página
tengo la impresión de que mis palabras son como imágenes de un calendario. De
alguna manera son testigos del paso del tiempo, el transcurrir de la vida –en
este caso de mi vida- y sobre todo la trasformación de la naturaleza.
Así, hemos visto juntos a través de estos artículos los días de playa del
verano o los paseos otoñales por el bosque. Se podría decir, en este sentido,
que mis palabras forman un calendario de imágenes propiamente tradicionales. Me
he salido poco de lo que comúnmente corresponde a cada época del año o
circunstancias coyunturales. De esta manera en cada época o estación del año
hemos visto o vemos lo que la naturaleza nos muestra con sus fotografías
estivales o llantos en forma de caída de hojas otoñales.
Y de esta manera, si continúo con el patrón que he seguido
hasta hoy en este 25 de enero de 2013 me gustaría trasladar la mirada en este
artículo a estas tardes-noches en los que cada día estamos ganando segundos,
minutos, horas de luz. En esta línea, me encanta cuando llega esta parte del
año en los que la recuperación de la luz nos hace un poquito más fuertes. Y es
que es imparable la influencia positiva que ejerce en todos nosotros la luz.
¿Hay alguien quien no quiere beneficiarse de los tardíos anocheceres cuyo
influjo nos afecta en nuestra alegría de vivir? Por decir de otra manera, esa
luz crepuscular de las tardes-noches de enero que parece resistirse tímidamente
a extinguir es una preciosa metáfora de la fuerza de lo pequeño: lo que poco a
poco se amontona en forma de insignificantes segundos de enero o febrero se
convierte para mayo o junio en una categórica fiesta de luz que nos invita a la
fiesta y a la voluptuosidad veraniega.
Cada día cuenta. El calendario se hace día a día y estas
palabras son al menos una huella de que viernes tras viernes la vida sigue
adelante: mi vida, la tuya, nuestra vida. Y esta página de manera incontestable
se quiere dejar llevar por el espíritu de esos mínimos instantes de luminosidad
de las tardes-noches de enero.
Una forma de hacer más consciente ese paso de los días es
escribir en un diario. Eso practicó precisamente durante su vida la escritora
Virginia Woolf (1882-1941). Y ahora la
universidad de Sussex ha comprado los diarios de bolsillo de los últimos 11
años de vida de la célebre autora. Unos años que desgraciadamente estuvieron
influenciados por la enfermedad. Un padecimiento que hizo que la vida de Woolf
estuviera más iluminado por los ínfimos instantes de luz de enero que por la
rabiosa y cegadora luminosidad de julio. En todo caso, esos pesares no hicieron
sombra a una trayectoria literaria que ha asombrado e influenciado a los más
grandes de la literatura. Quizá por eso la obra de Woolf sea como esa luz
crepuscular de enero que fascina pero también estremece.
Imagen: Gaspar David Friedrich
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