Cuando se apagan el móvil, la televisión, el mp3, la radio,
el coche, la aspiradora, la secadora, la lavadora... dejan de sonar esas
músicas tan cotidianas como modernas y nuestras. Es entonces cuando en ese silencio
empieza a sonar el propio silencio. Y de alguna manera se abre el abismo porque
nuestra propia voz interior empieza a escucharse con más facilidad. Y es que a
veces es fantástico encontrar “una conversación” con nosotros mismos, ordenar
nuestros pensamientos, reflexionar sobre un asunto que requiere tiempo. El
silencio, en este sentido, es muy creativo porque se vuelve reflejo de lo lleno
que está el vacío. Comprobar esto con nosotros mismos es una costumbre no muy
arraigada en estos tiempos de modernidades ultrasonoras.
Sin embargo tiene su punto descubrir algo en el silencio más
absoluto, o recordar a alguien o a algo mientras nos escuchamos. Así, cuando lo
que vamos a “oír” nos gusta resulta revelador y placentero escuchar esa
serenata. Sin embargo, puede ocurrir también que lo que vayamos a escuchar nos
moleste, nos inquiete, nos ponga nerviosos y precisamente busquemos ruido para
esquivarnos a nosotros mismos. Quizá porque en ese silencio se abre un abismo o
barranco desagradable. En ese caso resulta de gran ayuda recurrir a todos los
aparatejos modernos y ruidosos que nos evitan escuchar esa voz interior. Visto,
por tanto, el silencio como abismo podemos decir que lo deseable es que ese
silencio sea al menos, no-desagradable.
Diría yo, además, que la voz interior es más sabia de lo que
pensamos o de lo que somos conscientes. ¿Por qué nos vienen, entonces, más
pensamientos e ideas cuando estamos en silencio? ¿Por qué se necesita, si
no, el silencio para concentrarse de
verdad? Ahora bien, no estoy defendiendo aquí el silencio del propio silencio o
el silencio del ruido. Simplemente que hay que mantener vivo la voz
interior.
Os invito, pues, a que descubráis cuál es vuestro silencio.
Porque cada cual tiene el suyo propio. Podríamos llamarlo como “abismo del
silencio”. Y es que el silencio invita a soñar. A soñar, además, despiertos.
Porque es cierto, que los sueños que de verdad deberían importar son aquellos
sueños que los hacemos conscientes. Además con los tiempos que corren, soñar
debe ser uno de los pocos placeres que se puede hacer gratis.
Fotografía: Steve McCurry
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