Yo también estoy en crisis desde que ciertos columnistas han
dejado de escribir para algunos periódicos. Ya saben, la crisis ha arrasado con
todo el sector de la comunicación y los periodistas, claro está, no están en
ningún caso en la época de hacer su agosto. Para mi enorme disgusto algunos de
mis columnistas de cabecera se han retirado de las líneas de los rotativos y
han dejado sin norte ni sur a una de sus lectoras y a la vez servidora de esta
página. Evidentemente puedo seguir respirando, caminando y haciendo mi vida
normal sin ellos pero...
Valgan estas líneas para hacer más dulce esta especie de
duelo. Y quizá parezca algo exagerado para algunos emplear una palabra que
apela al luto pero es que mi vida era más completa con ellos. Amanecía los días
con la ilusión de encontrar entre sus palabras un poquito más de luz que
hiciera mi vida más llevadera y estuviera bendecida con más dignidad. Algunos
de los escritores de estas columnas me sorprendían paradójicamente con
profundas reflexiones que cabían en el espacio de una simple mano. Me hacían
estar más al día de lo que ocurría alrededor y me ayudaban a formar mis
opiniones. Incluso algunos días me despertaba de la cama con el estímulo de
leer a los que no sólo escribían columnas periodísticas, sino a los que también
me ayudaban a edificar esas otras columnas del pensamiento.
Estos escritores son probablemente los responsables morales
de que yo también me atreva con estos articulitos de los viernes. Esto me lleva
a hacer mi vida más atenta a los detalles de todos los días ya que aquello que
me rodea puede convertirse en tema para desarrollar en este blog. Imagino así
el trabajo que suponía a mis columnistas escribir las columnas que tanto me
gustaba leer. Recuerdo cómo una de ellas relató un día la historia sobre el
elixir de la felicidad que vendía el doctor Dulcamara. ¿No os parece fascinante
que algo como una bebida nos lleve a una vida plena? Decía la escritora con un
tono bromista que no descartara el
lector que ella misma se convirtiera también con sus artículos en una doctora
Dulcamara o vendedora de la maravilla de la esperanza. Y así fue para mí: vivía
instantes de felicidad mientras leía sus artículos.
Fotografía: Chema Madoz
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