“Empieza el día con una sonrisa”, dice Mafalda “verás lo
divertido que es ir por ahí desentonando con todo el mundo”. Esta ingeniosa
invitación a sonreír es una breve pero a la vez cierta descripción de la poca
tendencia que tenemos a abrir los pómulos con un afectuoso gesto. ¿Cuesta tanto
regalar cariño a través de la comunicación no verbal? En la preciosa canción
titulada Abendua (Diciembre) su autor, el cantante vasco Mikel
Urdangarin, hace una sugestión al comparar con un ángel a una mujer llamada
Nerea que precisamente le sonríe todas las mañanas. Se trata de otra
insinuación de que la sonrisa es escasa en sus apariciones por la calle.
El gesto de sonreír –si nos ponemos a pensar- es un acto
universal y a la vez muy particular de cada persona. Existen sonrisas como
caras irrepetibles y únicas en el mundo. Hay sonrisas falsas, sonrisas dulces,
vergonzosas, penetrantes, simpáticas, forzadas, enamoradas, envidiosas,
delatadoras, superficiales sonrisas de todo tipo y para todas las personas. Es
un acto que existe por igual en todos los humanos y que se realiza con toda la
cara. Tantas caras, tantas sonrisas, se diría. Pero independientemente de si la
sonrisa ha sido auténtica o no, en un principio, podemos decir que una sonrisa
desencadena confianza. La sonrisa la asociaríamos con la simpatía de una
persona con otra, es decir, con la intención de un acercamiento moral entre dos
personas o más. La sonrisa, efectivamente muestra cercanía y una especie de
sintonía.
Pero si hacemos caso a Mafalda llegamos a una pregunta para
interrogarnos de cómo somos los humanos: ¿se desentona, se llama la atención,
choca tanto a los demás ir sonriendo según nos vamos encontrando a gente a cada
paso sean éstos conocidos o no? ¿Por qué nos ganamos el adjetivo de peculiares
si empleamos la sonrisa para comunicarnos con los demás? ¿No creéis acaso que
el sonreír debe de ser sobre todo uno de los actos que más puertas nos abre?
Incluso se podría decir que la sonrisa es algo con lo que nacemos. El bebé
llora o sonríe a los pocos meses de nacer para comunicarse. Según parece esa
sonrisa social tan característica en los niños se va perdiendo y pasamos de
sonreír para comunicarnos a las caras hieráticas y serias para alejarnos los
unos de los otros. Es más, algunas veces la sonrisa ajena se vuelve materia
prima para la crítica y la habladuría ligera.
Lo que no ha creado comentarios perversos ni críticas
audaces es la sonrisa digital. Estoy hablando, claro está, de los dos puntos,
el guión y el cierre de paréntesis que simulan una cara sonriente en la
pantalla del ordenador o en los teléfonos móviles. En su versión más moderna se
encuentran los iconos que representan una sonrisa humana. ¿No os parece
fascinante que el mundo digital necesite de las emociones humanas en forma de
signos para coger vida? Puestos así, se podría pensar que el cursor digital que
parpadea de nuestros ordenadores es el latido digital de nuestro corazón. La
vida sale, late, fluye, sigue por todas partes...
Fotografía: Henri Cartier Bresson
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