Dar un paseo en el monte nos renueva las energías que
perdemos entre prisas y disgustos. Así al caminar por una pista de tierra, en
un día cualquiera comprueba, usted, que es otro miembro más de los seres
vivientes del mundo. El oxigeno puro que aspira entra en su cuerpo y le recarga
de vitalidad. Si va acompañado se divierte en una amena conversación con su
interlocutor entre pinos y caseríos. En cambio, si pasea consigo mismo, sólo,
piensa en sus problemas desde otros puntos de vista, habla usted para sus
adentros, recuerda tiempos y acontecimientos pasados, sueña con el futuro y en
una de estas se encuentra con otra persona que hace lo mismo que usted: pasear
por la naturaleza. En su soledad y en la soledad del otro se encuentran y en
ese descubrimiento se saludan aunque sean totalmente desconocidos uno del otro.
El acto de saludar, así, es algo muy humano. Cuando llegamos
a la calle perdemos esa costumbre de descubrirnos como iguales en el mundo.
Entonces llegan las miradas al otro lado, las superioridades o los automáticos
y convencionales saludos con dos besos, si es que las hay. ¿Por qué nos
saludamos en el monte con todo aquel
que nos cruzamos? ¿Tiene la naturaleza ese poder de devolvernos nuestra
esencia primigenia como humanos de la misma especie?
Ahora bien, muchos de ustedes pensarán con razón que cada
vez se saluda menos incluso en el monte y no en mi opinión por la culpa de los
auriculares. ¿Qué estamos perdiendo, entonces? A cualquiera le debe de resultar
bello que en el encuentro con el otro a uno le salga una pizca de humanidad que
le hace decir algo. Por desgracia perdemos, sin embargo, esa actitud de
descubrimiento en el asfalto, en la ciudad. Bien es cierto que sería imposible
estar saludándonos continuamente el uno al otro pero estaría bien recuperar por
lo menos esa mirada humana que nos hace recordar que vamos todos en ese bosque
de la montaña solos, con nuestros problemas, recuerdos, sueños, con las
personas que ocupan nuestro pensamiento...
Leer es otro acto que nos trasporta a otros mundos también
normalmente en soledad. Y asimismo nos recarga si es que nos gusta leer. De
esta manera a veces encontramos en una historia
esa-parte-de-mí-que-quiere-escuchar-a-otra-parte-de-mí. Como cuando por ejemplo
escribimos en nuestros diarios. O por el contrario, por qué no, al leer nos
distraemos y nos evadimos de los problemas de todos los días.
He estado bastante tiempo esperando precisamente a
encontrarme en alguna librería con el último libro de Kertész. Y así ha sido
por fin. “Cartas a Eva Haldimann” (editorial Acantilado) es un precioso elogio
que ha realizado Imre Kertész a la que fue de alguna manera “su descubridora”
más allá de su Hungría natal. Un recorrido por la vida de un escritor (Premio
Nobel de Literatura 2002) cuya obra es una profunda reflexión de su vida como
superviviente de Auschwitz y el devenir del siglo XX en Europa. Si me permiten
el símil, los dos protagonistas, Eva e Imre, se encontraron en la fascinante
montaña de la literatura, se saludaron y...
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