La tecnología en estos tiempos da para escribir muchos artículos. O quizá, claro está, soy yo a quien le da bastante por hablar o poner sobre la mesa encuentros o desencuentros que tengo con los últimos gritos tecnológicos. Hoy mismo me ha robado una sonrisa la pantalla televisiva situada en una estación de tren próxima a mi casa. Y poco a poco ya irán ustedes familiarizándose de que no es precisamente normal que una pantalla así provoque en mí emociones optimistas. Sin embargo cuando en un visor plano de última generación donde se anuncian al minuto los trenes que van llegando a la estación colgaba escrito a mano un cartel escrito a mano “no funciona” he pensado que el mundo no funciona tan mal. Disculpen ustedes por esta implícita “tecnofobia” pero no me negarán que es gracioso que la ultramoderna pantalla no tenga un “fuera de servicio” disponible en sus diversas funciones gráficas. ¿Será que no cabe en la mente que ideó el programa visual de llegadas y partidas ferroviarias la posibilidad de que “el sistema” caiga? A mí, qué quieren que les diga, me tranquiliza pensar que todavía quedan en el mundo personas que recurren al papel y al rotulador de siempre para escribir un gran cartel de lo que sea para poder comunicarse. Es lo que se suele decir saber recurrir a los apaños de toda la vida y en esta vida hay que tener recursos para todo.
Apañado y resuelto también parece ser que es Diaz-Varela, uno de los protagonistas de la última novela de Javier Marías titulado “Los enamoramientos”. Un libro en cuyas páginas no piensen ustedes que podrán por ejemplo leer una historia de amor invencible o un enamoramiento de tipo “flechazo” sino más bien podrán comprobar la confusa frontera que existe entre el amor y lo que en nombre de ella inmoralmente es capaz de hacer el ser humano.
Les recomiendo a ustedes vivamente la lectura de este libro para disfrutar por supuesto hedónicamente de la buena lectura y para saber que mientras la tecnología con sus pantallas planas va cambiando cada segundo, la envidia y sus fenómeno no han variado en su esencia desde que existe la Biblia. ¿Y eso es de lo que trata un libro cuyo título es tan sugerente como “Los enamoramientos”? En efecto, mis queridos lectores. Queridos digo porque sólo espero que ustedes no sean como Díaz-Varela que es capaz de todo “por amor”. Eso es -no me negarán- muy peligroso y me lleva a pensar que si entre mis lectores se encuentra un personaje fanático de este tipo más me vale contratar a un detective por si acaso.
No se asusten ustedes. Sin embargo se preguntarán quizá cómo es posible que del amor pasemos tan secamente a hablar de los peligros de éste. ¿No nos saca él lo mejor que hay en nosotros? A veces, efectivamente, sí. Pero otras veces “va a ser que no” como se suele decir. En esos casos sería deseable colgar un “no funciona” con papel y rotulador en el tráfico de flechas de Cupido, como los trenes que van y vienen y los días que pasan y los años que llegan. Porque todo cambia y paradójicamente a la vez todo se resiste al cambio, parece ser. ¡Enhorabuena, Marías!
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