Cuando voy al gimnasio a sudar un poco me quedo pensativa
sobre un hecho que se produce allí. En realidad el escenario suele ser fecundo
para pensar en algunos de nuestros actuales padecimientos sociales pero tengo
que admitir que no frecuento mucho la sala de máquinas del barrio. Ahora bien,
es verdad que cuando voy salgo con la mente despejada de allí, lo cual es de
agradecer. Pero no voy hablarles a ustedes sobre mi tabla de ejercicios.
Y es que hay un fenómeno que sucede en el gimnasio que
despierta a veces rabiosamente mi curiosidad. Me refiero cuando veo a una
persona hacer ejercicio mientras simultáneamente lee un libro. Entonces no
suelo saber ciertamente qué pensar: “en realidad no eres una mujer de verdad
porque no sabes hacer dos cosas a la vez”, “se trata de la imagen viva de la
reconciliación entre cuerpo y alma”, “deja de perder el tiempo y tráete a
Proust al gym”.
Me imagino entonces cómo sería la lectura de este clásico de
la literatura universal que tristemente está harto de esperarme en la
estantería: “mucho tiempo he estado acostándome temprano”, “marcha cinco”, “A
veces, apenas había apagado la bujía” “arriba ese pompis”, “cerrábanse mis ojos
tan presto, “aprieta la tripa”, “que ni tiempo tenía para decirme: ya me duermo”,
“venga que hoy al acostarte te vas a dormir antes de meter la segunda pata en
la cama”. Y seguiría, “Y media hora después despertábame la idea, “no pares,
sigue así”, “de que ya era hora de ir a buscar el sueño...”, “esa tripita,
maja, ya verás este verano como vas a lucir palmito”. Entonces, no me digan que
no, llegaría a la conclusión de que no pierdo para nada el tiempo al leer “En
busca del tiempo perdido” en el gimnasio.
Si con Proust no fuese suficiente para ponerme como es
debido para el verano probaría por ejemplo con Javier Marías cuyos libros me
esperan impacientes en la mesilla. “La última vez que vi a Miguel Desvern o
Desverne”, “muy bien, nena, del remo pasamos ahora al step”, “fue también la
última que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño...”,
“fenómeno, sigue así, guapa, que se note por fuera lo bien que te cuidas con el
libro Los enamoramientos de Marías”, “lo tuyo no va ser que se enamoren,
simplemente van a rendirse a tus pies”. O quizá por qué no recurriría a otro
clásico de las letras hispanas como es Pérez Galdós y leería “Doña Perfecta”
para ponerme yo también perfecta para ir a la playa. Y para rematar la faena no
dudaría en recurrir a Virginia Woolf: “La señora Dalloway” , “fuera esa
flacidez”, “dijo que las flores”, “tu sí que te vas a poner como una flor”,
“las compraría ella”, “así me gusta, bollito”.
Esté yo como un bollito o no me parece envidiable el método
de compaginar la lectura con el pedaleo de la bicicleta. Eso sí, me pregunto
qué es lo que lee la gente y sobre todo cómo lee. Porque el hacer gimnasia y el
leer requieren de un estado físico y mental bien distinto para mí. Sólo me
queda agachar la cabeza y admitirlo: yo no puedo con los dos a la vez. ¡Que
disfruten de esa simultaneidad los tan bien dotados!
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