viernes, 20 de julio de 2012

Sudar Proust



Cuando voy al gimnasio a sudar un poco me quedo pensativa sobre un hecho que se produce allí. En realidad el escenario suele ser fecundo para pensar en algunos de nuestros actuales padecimientos sociales pero tengo que admitir que no frecuento mucho la sala de máquinas del barrio. Ahora bien, es verdad que cuando voy salgo con la mente despejada de allí, lo cual es de agradecer. Pero no voy hablarles a ustedes sobre mi tabla de ejercicios.

Y es que hay un fenómeno que sucede en el gimnasio que despierta a veces rabiosamente mi curiosidad. Me refiero cuando veo a una persona hacer ejercicio mientras simultáneamente lee un libro. Entonces no suelo saber ciertamente qué pensar: “en realidad no eres una mujer de verdad porque no sabes hacer dos cosas a la vez”, “se trata de la imagen viva de la reconciliación entre cuerpo y alma”, “deja de perder el tiempo y tráete a Proust al gym”.

Me imagino entonces cómo sería la lectura de este clásico de la literatura universal que tristemente está harto de esperarme en la estantería: “mucho tiempo he estado acostándome temprano”, “marcha cinco”, “A veces, apenas había apagado la bujía” “arriba ese pompis”, “cerrábanse mis ojos tan presto, “aprieta la tripa”, “que ni tiempo tenía para decirme: ya me duermo”, “venga que hoy al acostarte te vas a dormir antes de meter la segunda pata en la cama”. Y seguiría, “Y media hora después despertábame la idea, “no pares, sigue así”, “de que ya era hora de ir a buscar el sueño...”, “esa tripita, maja, ya verás este verano como vas a lucir palmito”. Entonces, no me digan que no, llegaría a la conclusión de que no pierdo para nada el tiempo al leer “En busca del tiempo perdido” en el gimnasio.

Si con Proust no fuese suficiente para ponerme como es debido para el verano probaría por ejemplo con Javier Marías cuyos libros me esperan impacientes en la mesilla. “La última vez que vi a Miguel Desvern o Desverne”, “muy bien, nena, del remo pasamos ahora al step”, “fue también la última que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño...”, “fenómeno, sigue así, guapa, que se note por fuera lo bien que te cuidas con el libro Los enamoramientos de Marías”, “lo tuyo no va ser que se enamoren, simplemente van a rendirse a tus pies”. O quizá por qué no recurriría a otro clásico de las letras hispanas como es Pérez Galdós y leería “Doña Perfecta” para ponerme yo también perfecta para ir a la playa. Y para rematar la faena no dudaría en recurrir a Virginia Woolf: “La señora Dalloway” , “fuera esa flacidez”, “dijo que las flores”, “tu sí que te vas a poner como una flor”, “las compraría ella”, “así me gusta, bollito”.

Esté yo como un bollito o no me parece envidiable el método de compaginar la lectura con el pedaleo de la bicicleta. Eso sí, me pregunto qué es lo que lee la gente y sobre todo cómo lee. Porque el hacer gimnasia y el leer requieren de un estado físico y mental bien distinto para mí. Sólo me queda agachar la cabeza y admitirlo: yo no puedo con los dos a la vez. ¡Que disfruten de esa simultaneidad los tan bien dotados!

No hay comentarios:

Publicar un comentario