Me gusta ir a la playa y pasear por la orilla mientras me refresco a la vez que observo la excelsa variedad de cuerpos y caras que se dejan ver con la brisa del mar. Aprovecho entonces para sentirme una más de la humanidad y sobre todo para darme “un baño” de normalidad. Una especie de remedio casero cuando me vuelvo olvidadiza del lado mundano de todos nosotros ante la sarta de mentiras que nos cuentan por algunos medios gracias entre otros a Don Photoshop. Adoro como digo ver celulitis, gorduras, varices, estrías, arrugas, cuerpos delgados y gordos, pechos caídos, pequeños, grandes, traseros planos, panzas imposibles de esconder,... vamos la vida misma.
Me doy cuenta entonces lo difícil que es encontrarme al menos en las playas que frecuento yo con cuerpos perfectamente proporcionados. Todo el mundo tiene algo que disimular o tapar. Y entonces, ¿dónde están esas siluetas tan bien dotadas que nos pretenden creer que existen y que tanto nos ayudan a sentirnos bien en nuestros cuerpos? Porque tan malo es pensar que el cuerpo es el origen de todos los pecados e infiernos como hacer del culto al cuerpo una obsesión llegando incluso a la enfermedad. Todos somos caricaturizables si llevamos a la exageración aquellos rasgos que más nos caracterizan. No me negarán esa evidencia.
Sin embargo parece que otro tipo de belleza quiere emerger. ¿Cuál? ¿Dónde? ¿Por qué? No estaría mal que nos contestara Don Photoshop: ¡Ay, Don Photoshop, qué sería de la vida si aparte de los arreglos físicos fuese usted capaz de hacernos unos retoques morales! ¿Me podría usted aconsejar cómo aplicar unos filtros de luz para algunos acontecimientos vitales dramáticos que me rodean como a todos? ¿Podría usted aplicar la varita mágica y hacer que desaparezca mi dolor ante la pérdida de un ser querido? ¿Cómo photoshopear moralmente mi vida? ¿Hay alguna manera que quitar las desproporciones morales que sufrimos en nuestros espíritus? Esta página me permite al menos escribir esa utopía pero Don Photoshop me temo que se escaquea de la pregunta.
No se trata de hacer demagogia. No me retracto ante el arte de sacarse uno partido a su físico. Es más, amo la belleza. Pero la que va unida a la vida y a la verdad. Aquella que sabe qué es lo que de verdad importa en esta vida y se deja de tonterías superficiales. El caso de haber reparado en estos tiempos en el gusto por lo corporal parece haber sido como el remedio que es peor que la enfermedad. De sentir que lo puro existe únicamente en el alma hemos pasado a querer manipular el espejo a nuestro antojo juvenil.
Parece que los cánones de belleza se reinventan continuamente. Y lo que parece haberse instalado en nosotros es el espíritu colectivo de la eterna juventud y veces creernos precisamente lo que por ahí nos cuentan. Ahora bien es verdad por otra parte, que en los quioscos alguna que otra publicación tiene éxito en precisamente destapar y destronar todos los falsos mitos que en nombre de la belleza se nos muestran por doquier. A ver cuándo llega pues esa belleza del sentido común que nos hace sentirnos a gusto con lo que se nos ha dado. Ese sentido de la belleza para la vida sin renunciar al arte de saber envejecer bien. Mientras tanto seguiré con mis paseos por la playa.
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