¿No es apasionante la intriga de no saber cuál será la
siguiente canción que sonará en la radio? Casi se nos ha olvidado lo que era
esa sensación del azar. Cuando la sorpresa al escuchar una canción te
arrebataba los sentidos. Ahora con Spotify y nuestras listas de canciones, sólo
la función aleatoria de reproducción musical recuerda, mínimamente, a ese
maravilloso suspense. E indudablemente, la vida tiene mucho de ese enigma que
es la radio para nuestros oídos. O quizá, como sería más justo decir, es la
radio la que imita al misterio de la vida. Cuando no se sabe si, próximamente, ella
–la vida- nos hará reír o llorar en una triste o alegre banda sonora.
¡Música y palabra! De ellas se compone la radio. Afortunadamente,
los dioses se apiadan de nosotros al ofrecérnosla. En el aire va ella a todos
los lugares como una luz. Y la vida fluye sin ni siquiera quererlo. Una canción
brota antes de que finalice otra. Las dos se abrazan. Y entonces el recuerdo de
alguien te invade sin permiso. Son bien distintas las dos melodías. Pero de
misterios está hecho el mundo para que las dos se fundan en una, piensas con
esa persona en tu mente. Es la magia de la radio cuando la despedida de una
canción se confunde con las palabras de presentación del siguiente tema musical.
Y claro, para entonces la primera melodía de la canción entrante, puede que
ya familiar, se entremezcla con el gusto de haber recordado de manera nostálgica,
por ejemplo, aquella música que con tanta avidez devoraste hace un tiempo
atrás.
Gracias a la intervención del locutor radiofónico, dos
canciones se saludan fluidamente en la radio cuando al entrar una,
simultáneamente sale otra. Y se trata de una escena que recuerda al ajedrez. Al
menos, y aclaro, de ese fascinante ajedrez del poema de Jorge Luis Borges. Cuando
el blanco y el negro que, al parecer se odian bajo la mirada de los jugadores, no cesan nunca de enfrentarse, en la ardua batalla del tablero. En este caso
esa batalla para mí también se libra en la radio, pero bajo la supremacía del
locutor y con los oyentes como piezas de juego. Borges hablaba del jugador de
ajedrez –y yo digo el presentador de radio- como un Dios. Lo veía así porque él
es –el jugador- el que maneja la pieza del tablero. Veía por tanto, un Dios
detrás de otro Dios. El primero es el que piensa en la jugada y el segundo –el
superior- el que hace con el propio jugador lo que le venga en gana. Y me
pregunto, ¿acaso la mano que dirige la pieza en el tablero dista mucho de la
del presentador que hace sonar una canción en un autobús? En ambos casos, se
podría decir que tanto el jugador como el locutor de radio son verdaderos
intermediarios de los planes de Dios. El humilde oyente sería una simple pieza puesta
en movimiento desde un estudio de radio. De ahí que escribiera Borges: Dios
mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama
empieza/ de polvo y tiempo y sueño y agonía?
No sé si los locutores de radio son muy conscientes de su
poder en esa agónica trama borgiana. De ese arbitrario señorío ante sus oyentes
y la vida de ellos. De esa azarosa pero real potestad sobre sus piezas en el
blanco y negro de las cocinas, los coches o las salas de espera. ¿Qué le pasa
por la cabeza, por ejemplo, a esa chica que está a un paso de poner punto final
a la relación con su pareja, si de pronto, los dioses de la radio le ponen I Will Always Love You, de Whitney
Houston? ¿Qué estremecedor calambre sentirá en su cuerpo, por poner otro caso,
el hombre que, después de muchos años de separación, está a punto de reencontrarse
con su hermano? ¿Qué ocurre si en ese caso, un dios con auriculares y cuya boca
habla a un micrófono da la bienvenida a la canción I Want To Hold Your Hand de The Beatles?
Por si no nos habíamos enterado de la ajedrezada pista en la
que estamos dando nuestros pasos, recordemos lo que dijo la cantante Pink en
una canción: “If God is a DJ, life is a dance floor”. Es decir, si Dios es un
pinchadiscos, la vida es una pista de baile. No sé qué dios hará sonar la
música en las pistas de baile esta Nochevieja. Pero mueva quien mueva las
piezas en esa larga noche bailemos, bailemos y bailemos en el tablero. Y, como
no podría desear de otra forma, que el 2017 llegue con generosidad pinchado por
bondadosos dioses como una bienaventurada transición musical de aquel 2016. ¡Feliz
Año! Urte berri on!
Fotografía: Ian Berry, 1963, Alemania Occidental.
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