domingo, 4 de diciembre de 2016

Alguien que le eche azúcar a mi cerebro



Según los expertos el cerebro se divide en dos partes fundamentales a los que llaman hemisferios. Y se trata, sin ánimo de simplificar, como si estas dos mitades perteneciesen a madres y padres diferentes. El hemisferio izquierdo es analítico y funciona respondiendo a la lógica. Los progenitores del hemisferio derecho sin embargo, concibieron a su hijo para emocionarse y transformar en símbolos -como la música o el arte- las percepciones sentidas como torbellinos de vida y creación. Y una semana después, me pregunto cuál de los dos hemisferios se mantuvo más activo, estimulado o también espantado. Me refiero al viernes, 25 de noviembre. Cuando se celebraba el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

Naturalmente, me subleva esa injusticia que tiene víctimas con nombres de mujer. Si se me permite, no obstante, me atrevería a decir que me repugna también el ridículo teatro al que asistimos drogados de oportunismo cada vez que llega ese día señalado en el calendario. "¿Eso era todo?" me digo cuando pasa el día señalado. Por desgracia, se trata de algo esperable, después de todo, me digo. Es algo que sigue el curso natural de su proceso. ¿Acaso no llevamos esa violencia en nuestro ADN? ¿Cuántos siglos de ventaja lleva el machismo en la carrera de la igualdad? ¿Ese machismo, esa sobredosis de testosterona masculina, no ha sido pues, quizá, algo que a la supervivencia humana le ha sido de gran utilidad en su larga evolución?

Estamos inventando la igualdad en nuestro cerebro colectivo. Y con razones o con símbolos, empleando el lado izquierdo o el derecho del cerebro, se hace lo que se puede. Atenta a esas pruebas sociales de laboratorio, es interesante observar cómo defendemos y reivindicamos a la mujer. Y encuentro enérgico que no sólo se haga a través de sesudas y convincentes argumentaciones o razonables estrategias judiciales. Me fascinan también aquellas manifestaciones que apelan a las emociones febriles. Estos mecanismos más creativos tienen mucha fuerza y nos encandilan a la vez que enseñan grandes verdades. De ahí que defienda el uso de ambos hemisferios del cerebro colectivo en el camino a la igualdad. Me parece síntoma de estar caminando en suelo firme y de hacer cambios duraderos.

Todos tenemos ejemplos que ilustran esa doble utilización del cerebro colectivo partiendo de momentos cotidianos. Escribo y me viene a la memoria un profesor que debía de estar muy a punto de jubilarse por su avanzada edad para estar trabajando en la universidad. El señor quiso en el último día de clase ponernos una canción de despedida y mostrarnos una de esas verdades al que aludía antes. El impacto vino cuando el profesor pinchó un poco de rap a pesar de tener el aspecto de escuchar música de la primera mitad del siglo XX. Como buen pedagogo quiso apoderarse de nuestra fibra sensible y lo logró conquistando, entiendo, la parte derecha de nuestro cerebro. El final del cuento de hadas es una canción del rapero El Chojín que narra la crónica de una mujer que se enamora de su maltratador. La pareja, a pesar de vivir en una guerra doméstica, se casa y tienen un hijo. Al final, sin embargo, como dice el fatal estribillo se acaba el cuento de hadas y la mujer es asesinada por él. De pronto, en aquella ultima clase, todos entendimos algo gracias a esta canción que todavía tengo presente. Cuatro minutos de música que comprimen lo que hacen muchos manuales de psicología. A propósito de música, ¿recuerdas cuando apareció el trabajo de la artista Bebe denunciando el maltrato hacia las mujeres? Se podrían citar más obras de la época como la película Te doy mis ojos de Icíar Bollaín.

Pero hubo otra vez que viví una situación con una gran carga simbólica también para el hemisferio derecho. Fue una improvisada performance acompañada de música. Escuchaba discutir a un matrimonio de ancianos que conocía. La mujer se desahogaba conmigo a veces de su marido. Confesaba la octogenaria que si hubiera podido no habría vivido en la misma casa de su marido, sino separada de él y se verían únicamente cuando lo desearan así. Aquel día en el que la vida quiso mostrarme algo, la pareja de octogenarios discutían de forma despiadada hasta que se lanzaron al insulto. La mujer rompió a llorar en seguida y se calló resignada. El señor finalmente, remató el dolor de la mujer sin importarle las lágrimas con un último y cruel reproche. En ese momento, en ese preciso compás de la vida, sonó la canción. Una canción que en unos pocos segundos no me podía haber enseñado más. La archiconocida letra de la canción decía, con los ancianos al fondo, que no había nada que cambiar. Y la melodía seguía tarareando que ella le amaba a él, aunque fuera dolorosamente, porque luego todo volvía a empezar. Era la canción Limón y sal de Julieta Venegas que dice “Yo te quiero con limón y sal, yo te quiero tal y como estás, no hace falta cambiarte nada…” Con la acidez del limón y la sal, la situación adquirió en aquel preciso contexto una fuerza metafórica indescriptible.


Azúcar, necesitamos más azúcar y más autoestima, me dije no sin un poco de melancolía. Si llegara a la vejez de una forma tan amarga la tristeza me hundiría hasta la muerte. El limón y la sal, tan presentes por otra parte en los sinsabores de la vida, llegaban a alcanzar una triste cota en aquel matrimonio. ¿Si alguien no te suaviza y endulza la existencia –al principio y cómo no, al final- por qué aguantar? Una sana autoestima femenina es la mejor medida de prevención ante la crueldad machista. Una mujer que, siguiendo el ejemplo, se siente merecedora de las dulzuras azucaradas de la vida. Porque a los hombres maltratadores les gusta echar sal en las heridas hasta convertir a una mujer en los restos de aquella que una vez fue. Y muchas de esas mujeres con baja autoestima, tan capaces de todo con tal de mendigar un poco de amor, hacen cualquier cosa para que esa sal les recuerde en su cerebro al dulce y gratificante azúcar, aunque sea durante un breve segundo. Que las mujeres hallen los motivos lógicos y creativos en la sociedad que les ayude en ese discernimiento entre el azúcar y la sal, entre el amor y el maltrato es de justicia. Que descubran razones para amarse a ellas mismas. Además, como último dato, y aquí coinciden ambos hemisferios, el cerebro se nutre de azúcar. Es la razón por la que debemos encontrar a esas persona que nos sazonen con ello. Personas que no nos obliguen a que nos dejemos de querer para estar en su compañía. Merecerán nuestro amor aquellos generosos que permitan que nos amemos y claro, aquellos que nos echen un poco azúcar a nuestro cerebro.

Fotografía: Henri Cartier-Bresson. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario