El aire tibio de las noches de verano
resulta como de terciopelo. La tranquilidad de pasearse por las
aceras de una ciudad (casi se diría) iluminada para ti es, sin lugar
a dudas, sensacional en esta época del año. La atmósfera nocturna
asociada a dormirse con la ventana abierta al mundo significa
sucumbir al placer. Como si el dormitorio fuera una mente que da la
bienvenida a nuevas formas de pensar y sentir. En otras palabras,
diríase que lo estival viene a ser sinónimo de generosidad. Porque
es el verano la estación que verdaderamente sazona sin miramientos
nuestras ansias de vivir. Indudablemente esto lo saben bien los
vecinos de Donostia acostumbrados al viento del norte que entra
furioso de la mar. En estos meses del año en cambio todo se suaviza
y, una buena noche de verano resulta ciertamente balsámica para el
resto del año.
La obra “Sueño de una noche de
verano” que se ha representado en el parque Cristina Enea desde el
21 de junio hasta el 24 de julio pertenece, sin lugar a dudas, a este
género de noches que enamoran tus sentidos. No exagero si digo que
se trata de una experiencia que los espectadores recordarán como se
acuerdan de la noche en que conocieron a su pareja. Los que pudimos
asistir a esta obra estaremos en deuda con los directores de la obra
Fernando Bernués e Iñaki Rikarte, y también con Donostia 2016. No
sólo fue brillante la idea de dar vida a esta obra en Cristina Enea
sino la propia puesta en escena de esa atrevida combinación
(Shakespeare + Cristina Enea+ cena) fue sublime. Si los directores
pretendieron alejarse de la idea de un espectador pasivo ante una
obra de teatro lo lograron sobradamente. La obra nos entró por todos
los sentidos y, claro está, nos colmó también así: la vista al
ser testigos de una obra en vivo en un escenario tan bello con la
botánica en todo su esplendor. El tacto mientras sentíamos el
caminar por la hierba que era el escenario para la obra o mientras
cogíamos la copa de vino parar brindar por los novios. El oído al
hipnotizarnos con el guion en boca de los actores o las voces del
coro Easo. Y el olfato y el gusto que como buenos vascos, se dejaron
seducir entre diferentes platos bendecidos por el aire puro y
transparente que se respiraba en el parque.
No conozco la génesis de la idea de
“Sueño”. Pero me pregunto, ¿qué cara pondrían algunos cuando
se encendió la bombilla de representar esta obra de teatro en el
parque? No andaría muy despistada si dijera que la respuesta fuera
de estupefacción: “venga ya, tú estás loco; pero que muy loco”.
Sin embargo alguien con las dosis justas de locura y cabalidad apostó
por el proyecto y en vista está, dio en la diana. El proyecto es uno
de los más exitosos de Donostia 2016. Puede que a muchos no les haya
convencido en absoluto que se haga algo así con Shakespeare. Algunos
incluso criticarán duramente el intento de dotar de una experiencia
sensorial a un texto clásico que se vale infinitamente por sí
mismo. Pero, ¿qué contestarían los críticos si entre los
espectadores se despertaran unas rabiosas ganas nunca antes sentidas
de leer a Shakespeare después de ver la obra? ¿Qué dirían si
Shakespeare ganara nuevos lectores? ¿Seguirían siendo tan
beligerantes y duros ante el hecho de que alguien pasara poco a poco
de leer el Marca a leer el texto de Shakespeare?
Aquella noche me pareció como un
enamoramiento. Un exquisito acto de seducción por la literatura y el
teatro. En otras palabras, una forma epicúrea de acercarse a un
clásico como Shakespeare (incluso en euskera). Ojalá se repitan en
adelante proyectos similares y que las letras ganen así más amigos
y amantes. Ideas así merecen el apoyo del público y las
instituciones porque el arte –tal y como esta maravillosa
representación- es por naturaleza una provocación.
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