En verano asoman muchos tatuajes por
los cuerpos de jóvenes que andan más ligeros de ropa por el calor.
Se ven toda clase de formas y letras que son aquí a la vez que
negocio, una forma muy contemporánea de adornar el cuerpo. Está
claro que nada tiene que ver la tinta inyectada por voluntad propia
en un arrebato de deseo-de-para-siempre si lo comparamos, por
ejemplo, con los numéricos brazos tatuados en Auschwitz. Así, el
número que un deportado podría “lucir” en su brazo habría
cogido significados diferentes en el tiempo. En el campo de
concentración sería vilmente la señal de libertad y dignidad
cruelmente retiradas. Vendría a ser sinónimo de muerte. Una vez
fuera del campo sin embargo, podría adoptar el significado de
supervivencia, lo que es sinónimo de vida. Esto indica que el
mensaje de un tatuaje puede cambiar con el paso de los años. Me
pregunto si los tatuajes fijados en la piel estarán también tan
fijados en la mente de las personas.
Vivimos en una época en la que pocas
cosas perduran. Hoy en día, todo se caduca y se transforma a una
velocidad endiablada. Nada más hacerte con algo se queda obsoleto en
seguida. Lo efímero nos rodea y engulle. Y precisamente en ese nada-es-para-siempre aparecen los
tatuajes que sí lo son en un principio. Esto evidencia una
contradicción. La de tatuarse algo para siempre cuando nuestras
cabezas o nuestra sociedad no funcionan con esa mentalidad. El amor
es un ámbito donde esta paradoja resulta especialmente elocuente.
Siendo tan conscientes como somos de que nuestras relaciones de amor
no tienen la vida larga que antaño tendrían los grabamos a fuego
sobre nuestra piel. ¿Son nuestros cerebros menos capaces de crear
algo para siempre y lo ironizamos así para consolarnos?
Dicen que un buen tatuaje se hace en un
lugar con la discreción suficiente para no aburrirte de él, pero a
la vez con el poder sugestivo para cuando sea tímidamente visto.
Estas directrices sí me parecen sabias. Pero no para hacer los
tatuajes sino para la vida. En el amor por ejemplo, una historia del
pasado debe ser guardada en el recuerdo en un lugar merecido y digno
pero a la vez sin que invada el presente bloqueando tu vida. Ha de
estar en el lugar preciso. Aquel recuerdo amoroso que se instala en
tu presente como un tatuaje descarado que te impide continuar resulta
nocivo. Sospecho que tantas y tantas historias de amor que con tanto
furor surgirán en esta época del año morirán antes de Navidades.
¿Desaparecerán del recuerdo de los amantes fácilmente?
Las mejores historias de amor no
necesitan de tatuajes para ser rescatadas en el tiempo. Porque hay
tatuajes de amor que no se ven y sin embargo están ahí. Están en
el corazón, están en el cerebro acechando los recuerdos de las
personas sin previo aviso. Claro que, esos mismos recuerdos pueden
ser buenos y no tan buenos. Hoy en día desde luego, parece que no
amas a alguien de verdad –sea tu hijo, compañero o ídolo
artístico- si no te tatúas sus iniciales en el brazo o en la
espalda (si no te rindes ante el hecho de que el amor no es para
siempre pero, al menos, el tatuaje sí lo es). Con lo cual permíteme,
lector mío, que mi tatuaje por amor, que mi canto a la eternidad,
sea esta “tinta” derramada sobre mi blog, que de amar a alguien
se ama, por encima de todo, a sí misma.
Fotografía: Ferdinando Scianna.
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