viernes, 12 de agosto de 2016

Un tatuaje por amor



En verano asoman muchos tatuajes por los cuerpos de jóvenes que andan más ligeros de ropa por el calor. Se ven toda clase de formas y letras que son aquí a la vez que negocio, una forma muy contemporánea de adornar el cuerpo. Está claro que nada tiene que ver la tinta inyectada por voluntad propia en un arrebato de deseo-de-para-siempre si lo comparamos, por ejemplo, con los numéricos brazos tatuados en Auschwitz. Así, el número que un deportado podría “lucir” en su brazo habría cogido significados diferentes en el tiempo. En el campo de concentración sería vilmente la señal de libertad y dignidad cruelmente retiradas. Vendría a ser sinónimo de muerte. Una vez fuera del campo sin embargo, podría adoptar el significado de supervivencia, lo que es sinónimo de vida. Esto indica que el mensaje de un tatuaje puede cambiar con el paso de los años. Me pregunto si los tatuajes fijados en la piel estarán también tan fijados en la mente de las personas.

Vivimos en una época en la que pocas cosas perduran. Hoy en día, todo se caduca y se transforma a una velocidad endiablada. Nada más hacerte con algo se queda obsoleto en seguida. Lo efímero nos rodea y engulle. Y precisamente en ese nada-es-para-siempre aparecen los tatuajes que sí lo son en un principio. Esto evidencia una contradicción. La de tatuarse algo para siempre cuando nuestras cabezas o nuestra sociedad no funcionan con esa mentalidad. El amor es un ámbito donde esta paradoja resulta especialmente elocuente. Siendo tan conscientes como somos de que nuestras relaciones de amor no tienen la vida larga que antaño tendrían los grabamos a fuego sobre nuestra piel. ¿Son nuestros cerebros menos capaces de crear algo para siempre y lo ironizamos así para consolarnos?

Dicen que un buen tatuaje se hace en un lugar con la discreción suficiente para no aburrirte de él, pero a la vez con el poder sugestivo para cuando sea tímidamente visto. Estas directrices sí me parecen sabias. Pero no para hacer los tatuajes sino para la vida. En el amor por ejemplo, una historia del pasado debe ser guardada en el recuerdo en un lugar merecido y digno pero a la vez sin que invada el presente bloqueando tu vida. Ha de estar en el lugar preciso. Aquel recuerdo amoroso que se instala en tu presente como un tatuaje descarado que te impide continuar resulta nocivo. Sospecho que tantas y tantas historias de amor que con tanto furor surgirán en esta época del año morirán antes de Navidades. ¿Desaparecerán del recuerdo de los amantes fácilmente?


Las mejores historias de amor no necesitan de tatuajes para ser rescatadas en el tiempo. Porque hay tatuajes de amor que no se ven y sin embargo están ahí. Están en el corazón, están en el cerebro acechando los recuerdos de las personas sin previo aviso. Claro que, esos mismos recuerdos pueden ser buenos y no tan buenos. Hoy en día desde luego, parece que no amas a alguien de verdad –sea tu hijo, compañero o ídolo artístico- si no te tatúas sus iniciales en el brazo o en la espalda (si no te rindes ante el hecho de que el amor no es para siempre pero, al menos, el tatuaje sí lo es). Con lo cual permíteme, lector mío, que mi tatuaje por amor, que mi canto a la eternidad, sea esta “tinta” derramada sobre mi blog, que de amar a alguien se ama, por encima de todo, a sí misma.  

Fotografía: Ferdinando Scianna.

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