Cuando llegan las vacaciones es como si
el mundo recuperara sus colores más vivos y brillantes. El verano en
forma de libro se abre golosamente con toda la luz estival y nos
sumerge en la maravilla de tener tiempo y que el propio tiempo nos
acompañe en ese buen vivir. La lista de deberes en nuestra agenda se
transforma en la enumeración de todo aquello que llevaremos en la
maleta a nuestro destino de descanso. La tensión de todos los días
se convierte en el gusanillo previo a un esperado viaje. Y te
despides de los compañeros del trabajo hasta la vuelta. Mentalmente
parece que os decís adiós para siempre. Es secretamente vuestro
deseo más profundo. Es decir, que el tiempo en vacaciones pase tan
despacio que parezca eterno y que un océano o una galaxia se
interpongan entre vosotros. El instante en el que empieza ese ciclo
veraniego se saborea con algo parecido al éxtasis que es necesario
diseccionar. ¿Qué ocurre cuando esa órbita extática culmina?
La sonda Juno ha llegado después de 5
años (¡y gracias a la energía solar!) al planeta Júpiter y ya
está en la órbita del mayor planeta del sistema solar. Los
responsables de la misión también celebraban el logro naturalmente
con un gran júbilo. Habrán pasado el tiempo que ha durado la misión
con los pies difícilmente en la Tierra porque el corazón y la
cabeza los tenían en Júpiter. Y al redondear el proyecto con la
llegada de Juno su sueño hecho realidad ha provocado un estallido de
placer. Ese gozo en la NASA sin embargo no es sino el comienzo de
otro viaje de vuelta. El del trabajo que implica, por ejemplo,
recoger los datos de un proyecto de tal envergadura. El del instante
en el que la cabeza deberá regresar irremediablemente de nuevo a la
Tierra. El caos que se ha organizado en los aeropuertos –no con la
NASA- sino con la compañía Vueling ha creado emociones con órbitas
muy diferentes. La furia y la desesperación se han instalado en los
pasajeros de Vueling como bacterias que hacen enfermar el comienzo de
las vacaciones justo cuando al parecer da comienzo la fiesta
vacacional. ¿Será quizá un recordatorio?
En la antesala de las vacaciones y ante la vida, es sabio desconfiar de la euforia ante
un gran acontecimiento; como también es sensato no dejarse convencer
por el sentimiento de abatimiento cuando tenemos un gran disgusto. La
vida se camina en ese serpenteante baile en el que no hay que dejarse
llevar por esas emociones extremas si bien eso no signifique que no
existan y que no haya que vivirlas. Es sano para ese travieso baile sin embargo, no quedarse en manos de Don Bajón, ni –cuidado-
tampoco caer en la seducción de Don Subidón. Encontrar ese gozoso
equilibrio en el que eres menos influenciable por las circunstancias
te hace más dueño de ti mismo y eso sí que se convierte –aunque
parezca paradójico- en algo sublime de verdad.
Coger las vacaciones y despedirnos del
trabajo es el inicio del siguiente camino. El sendero de la
preparación para la vuelta. Por eso conviene despedirnos del entorno laboral sin ese sentimiento de liberación que es ciertamente
peligroso. De la misma manera, se recuerda que al discutir con
alguien hay que hacerlo a sabiendas de que llegarás a hacer las
paces con él algún día. El montañero que llega a la cima ha
vivido esta experiencia de manera muy carnal. Después de hacer
cumbre en el Everest empieza lo peor y lo decisivo para un prudente
alpinista. Tener presente que todo lo que sube también baja nos hace
más libres. ¡Felices vacaciones!
Fotografía: Helbert List.
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