Empezó como un juego y la costumbre de escribir aquí cada
viernes se ha convertido para mí en un deber. Es decir, lo que era algo fruto
de la cotidianeidad azarosa se ha vuelto en una disciplina semanal. Por eso
semana tras semana me enfrento a la página en blanco. ¿Cuánto se ha escrito y
hablado sobre el miedo, vértigo o bloqueo que provoca una página en blanco?
Muchísimo. Yo también he vivido ese mal de altura aquí o en otras ocasiones en
las que tengo que abrir un documento de Word para redactar algo. Y un truco de
aclimatación para que uno se habitúe a ese temor al color blanco es
primeramente hacer una pequeña tormenta de ideas para humanizar la página con
notas o ideas. Y así lo hago yo.
Estos días de febrero nuestros montes y paisajes también se
nos presentan de blanco. Y no quiero dejar escapar precisamente a la nieve sin
mencionarla aquí y dejar constancia de ella como quien hace un muñeco de nieve
o coge la pala para abrir el camino de entrada a la casa. He cogido la
costumbre de incorporar a esta página los paisajes naturales que nos rodean y
así la naturaleza se ha vuelto en tema para estos artículos. Por eso no puedo
dejar pasar esta ocasión sin decir ¡qué bellos los bosques de pinos nevados e
inmaculados! Ahora bien, la nieve también necesita de los elementos humanos
para que no resulte demasiado invasora: una cabaña por donde sale el humo en
mitad del monte nevado, el camino limpio que se abre en el paisaje blanco,
lugareños que siguen con su vida normal sin que la nevada los aísle y los tape
hasta desaparecer... Tiene que nevar, claro está, en las debidas circunstancias
y con la mesura suficiente para que adorne nuestro entorno y solamente eso:
embellecer el alrededor. Y así ha nevado últimamente: justamente para dejar la
huella del invierno.
Sin embargo la nieve puede evocar otras circunstancias bien
distintas. Así lo he podido comprobar recientemente en la obra de Jorge Semprún
titulada La escritura o la vida. El autor narra lo que él llamará la
vuelta a la vida después de ser liberado en abril de 1945 del campo de concentración de Buchenwald. En
ese regreso a la vida el escritor recuerda una y otra vez las tormentas de
nieve en el campo. Los mantos blancos de Semprún nos llegan como símbolos del
horror vivido en Buchenwald. La nieve, recuerda al invierno vivido en los
barracones, a los recuentos interminables, al frío y al hambre. En ese retorno
a la vida Semprún tiene sueños –o pesadillas- donde siempre aparece la nieve.
Una nieve que nos acerca y nos habla del monte Ettersberg y los bosques que
rodeaban a Buchenwald donde no había pájaros por el humo del crematorio. La
nieve, asociada a Semprún se nos presenta pues, acompañada de las peores
connotaciones. No pretendo que la nieve se os presente como una pesadilla. Pero
conviene tener diferentes puntos de vista de las cosas. Vamos, que si me llamo
Edurne y soy leal a mi nombre no puedo pasar esta ocasión sin dejar que nieve
también en este blog...
En la imagen: Jorge Semprún
En la imagen: Jorge Semprún
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