viernes, 15 de febrero de 2013

Ha nevado




Empezó como un juego y la costumbre de escribir aquí cada viernes se ha convertido para mí en un deber. Es decir, lo que era algo fruto de la cotidianeidad azarosa se ha vuelto en una disciplina semanal. Por eso semana tras semana me enfrento a la página en blanco. ¿Cuánto se ha escrito y hablado sobre el miedo, vértigo o bloqueo que provoca una página en blanco? Muchísimo. Yo también he vivido ese mal de altura aquí o en otras ocasiones en las que tengo que abrir un documento de Word para redactar algo. Y un truco de aclimatación para que uno se habitúe a ese temor al color blanco es primeramente hacer una pequeña tormenta de ideas para humanizar la página con notas o ideas. Y así lo hago yo.

Estos días de febrero nuestros montes y paisajes también se nos presentan de blanco. Y no quiero dejar escapar precisamente a la nieve sin mencionarla aquí y dejar constancia de ella como quien hace un muñeco de nieve o coge la pala para abrir el camino de entrada a la casa. He cogido la costumbre de incorporar a esta página los paisajes naturales que nos rodean y así la naturaleza se ha vuelto en tema para estos artículos. Por eso no puedo dejar pasar esta ocasión sin decir ¡qué bellos los bosques de pinos nevados e inmaculados! Ahora bien, la nieve también necesita de los elementos humanos para que no resulte demasiado invasora: una cabaña por donde sale el humo en mitad del monte nevado, el camino limpio que se abre en el paisaje blanco, lugareños que siguen con su vida normal sin que la nevada los aísle y los tape hasta desaparecer... Tiene que nevar, claro está, en las debidas circunstancias y con la mesura suficiente para que adorne nuestro entorno y solamente eso: embellecer el alrededor. Y así ha nevado últimamente: justamente para dejar la huella del invierno.

Sin embargo la nieve puede evocar otras circunstancias bien distintas. Así lo he podido comprobar recientemente en la obra de Jorge Semprún titulada La escritura o la vida. El autor narra lo que él llamará la vuelta a la vida después de ser liberado en abril de 1945  del campo de concentración de Buchenwald. En ese regreso a la vida el escritor recuerda una y otra vez las tormentas de nieve en el campo. Los mantos blancos de Semprún nos llegan como símbolos del horror vivido en Buchenwald. La nieve, recuerda al invierno vivido en los barracones, a los recuentos interminables, al frío y al hambre. En ese retorno a la vida Semprún tiene sueños –o pesadillas- donde siempre aparece la nieve. Una nieve que nos acerca y nos habla del monte Ettersberg y los bosques que rodeaban a Buchenwald donde no había pájaros por el humo del crematorio. La nieve, asociada a Semprún se nos presenta pues, acompañada de las peores connotaciones. No pretendo que la nieve se os presente como una pesadilla. Pero conviene tener diferentes puntos de vista de las cosas. Vamos, que si me llamo Edurne y soy leal a mi nombre no puedo pasar esta ocasión sin dejar que nieve también en este blog...

En la imagen: Jorge Semprún

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