“Otra vez”, pienso.
Sucede cuando la vida me pilla desgraciadamente a veces sin mi cámara de
fotografía. Son instantes en los que incluso se me olvida que tengo una cámara
en el teléfono móvil por lo que no me queda otro remedio que mirar. Tal
es el impacto que me producen algunas escenas en el teatro de la vida. No
pretendo alardear ni de cámara, ni de instinto fotográfico pero os aseguro que
no hace falta hacer ningún curso de fotografía para darse cuenta de la fuerza
que tienen algunos planos de la vida cotidiana. Así estoy haciendo un archivo
en mi memoria con las escenas que no he podido grabar para la posteridad pero
que espero a través de estas palabras no sólo de alguna manera guardar sino
compartir con ustedes.
La primera de ellas sucedía en las madrugadas después de
salir de casa camino al trabajo. Yo corría con las prisas de todos los días
cuando todavía las calles estaban vacías y los establecimientos cerrados. La
penumbra previa al amanecer era compensada con la luz de las farolas. En alguna
tienda de viajes veía a veces alguna trabajadora de la limpieza pero no era
ella quien me llamaba la atención. En un banco cuyo eslogan no voy a escribir
sucedía todos los días eso que no me atreví a captar con mi cámara. En el espacio
de los cajeros automáticos dormían unos indigentes que no tenían otro lugar
mejor donde dormir. Me imaginaba entonces la composición de la fotografía que
me despertaba del recién acabado sueño. El eslogan del banco en un contexto de
crisis que sugería algo así como “sigue” y la ironía de ver a esas personas
tiradas en el suelo sin poder seguir a la vida.
La segunda imagen sucedió cuando coincidí en uno de
mis paseos por la ciudad con la hora de cerrar el Palacio de Justicia. El
imponente edificio se alzaba con sus banderas y su escalinata de diseño
mientras caminaba yo pensando en mis cosas. En este caso la protagonista de la
escena sí era la trabajadora de la limpieza. Se trataba de la única persona que
descendía las escaleras y lo hacía con dos enormes bolsas de basura. Ella era
negra como las bolsas que transportaba mientras que la fachada del edificio era
casi blanca. Me imaginaba que una fotografía en blanco y negro resultaría
sugerente con esos contrastes de tonalidades tanto físicos como morales aunque
el recién elegido presidente de los EEUU sea también negro.
La tercera y última imagen que no capté no era irónica sino
tierna y ejemplarizante. La protagonista de la escena era también una mujer
pero no era ni negra ni trabajaba para la limpieza pública. Ella era
minusválida y se veía que necesitaba la silla de ruedas para desplazarse. Sin
embargo la composición que nos ofrecía a los ojos que le rodeábamos no era como
para ponernos tristes y dramáticos. Aquella muchacha nos estaba ofreciendo una lección
de dignidad con la estampa que componía. Estaba escribiendo o pintando la
puesta del sol de la playa. Lejos de parecer una persona con dificultades se
dejaba ver ella como un ser con ganas de agarrarse a la belleza del mundo. No
sé yo la imagen que doy a través de mis palabras pero sí pretenden seguir el
espíritu de la última protagonista que captaba el lado bello de la vida. Que
así sea.
Fotografía: Chema Madoz
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