Veremos cómo avanza el divorcio entre
Reino Unido y la Unión Europea con ese sonido efervescente que nos
aporta la expresión tan típicamente británica Brexit. Si
permitimos a la imaginación su libre ejercicio asociativo, bien
podría dicha palabra emplearse para una bebida gaseosa, una compañía
aérea de bajo coste, o quién sabe, para unos chicles de explosivo
sabor. Y, como cabe pensar, de manera explosiva es también como
quizá sonará el teléfono entre Londres y Bruselas. Quién sabe si
hablarán con flema o sin ella, si estará presente o no la
diplomacia. Pero teléfonos aparte, ante nosotros el drama y la
comedia confluyen en el teatro mediático. Y, la situación se
presenta con la peligrosidad de un divorcio no amistoso en la que la
ironía sarcástica inglesa puede hacer mucho daño.
Sin llegar al divorcio, pensemos en
esas parejas cuyos rostros han ido asemejándose poco a poco hasta
sorprendentemente parecerse con el tiempo. Como si el mirarse
mutuamente día tras día fuera una erosión en la cara que acabara
dando forma al rostro según el modelo facial de la pareja (y a veces
incluso del perro). Todos conocemos esos matrimonios fusionados
también en las facciones del rostro. Pero no hace falta llegar al
altar para asemejarse en el mapa de la cara. Si lo pensamos, muchos
de nosotros nos mimetizamos en la manera de vestir, hablar y vivir.
La moda por ejemplo nos enseña que necesitamos mimetizarnos para
sentir que somos parte del grupo, en este caso, de la sociedad. Por
eso permitimos a la industria de la moda que decida por nosotros a la
hora de vestir renunciando, al menos en parte, a nuestra autonomía
expresiva. Al poder de decidir por nosotros mismos sobre cómo
queremos presentarnos ante los demás y por supuesto, ante nosotros
mismos. Nos gusta copiar la estética, el vocabulario o el estilo de
vida. Por eso, se requieren grandes dosis de personalidad para no
dejarse llevar por ese mimetismo. Adoptar la apariencia del entorno
es otra forma de moldear nuestros gustos y al menos a veces no
renunciamos del todo a la autonomía porque sí escogemos algo: a
quién imitar.
¿Y a quién imitan los británicos?
Salta a la vista que no se dejan modelar según el resto de la UE
cuando hablamos, por ejemplo, de los enchufes o de las libras
esterlinas. Pero si dejamos los tópicos aparte, no hay duda de que
Reino Unido sería -en nuestra imaginación- una de esas damas que va
pisando fuerte cuyo rostro no se parece al de su marido, en este
caso, exmarido. Destacarían en ella el carácter o la seguridad en
sí misma que bien podría a veces confundirse con el ego y las ganas
de llamar la atención. Una personalidad arrolladora perfumada con el
miedo a que no la vean o escuchan lo suficiente. Sería, no me
negarán, una mujer escéptica en el amor porque se bastaría
sobradamente con ella misma. Su máxima aspiración en la vida no
sería, desde luego, entregarse a un hombre porque eso lo asociaría
con la debilidad. Es la razón por la que esta mujer se casaría, en
parte, pensando siempre en la abierta posibilidad de divorcio en caso
de verse atrapada y decepcionada en su matrimonio. No sería por
tanto una estoica esposa dispuesta a aguantar ilimitadamente a su
marido.
En una reciente ocasión vi a una mujer
lanzando un beso al espejo de una abarrotada estación de tren. Es
decir, la mujer se regaló a ella misma un desvergonzado beso ante su
reflejo en el espejo acompañado de un gracioso guiño. No sabemos
qué intención había detrás de ese furtivo beso. Pero,
ciertamente, me pareció un curioso y original ejercicio de
autoestima. Ser el mejor amigo de uno mismo es la primera lección que
deberíamos aprender para la vida y la mujer parecía en sintonía
con esa máxima. No debemos olvidar que la persona que cultiva esa
leal amistad consigo misma es la que mejor capacitada está para una
posible relación. Quién sabe si aquella simpática mujer intentaba
rescatar con aquel beso a su mejor amiga, es decir, a ella misma.
Imaginen por un instante, que la mujer se encontraba sencillamente en el duro proceso de un divorcio que la había dejado moralmente exhausta y que esa dama cuyo rostro reflejaba el espejo -y no se había fusionado con el de su marido- era Reino Unido.
Imagen: Chema Madoz
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