¿Subimos y bajamos del cielo? Así es como hablamos cuando en
mi casa nos proponemos comer un poco de chocolate. El cacao nos transporta al
mundo celestial y por eso sentimos que casi se acarician las nubes cuando
tomamos ese manjar de los dioses. De hecho, el nombre científico del árbol del
cacao confirma este símil con el más allá pues toma de la palabra griega
Theobroma -que viene a significar “alimento de los dioses”- la denominación para
este alimento sagrado.
Me cautivaba los sentidos. Era un arrebato escuchar la
historia de Charlie y la fábrica de
chocolate de Roald Dahl con mis oídos de 9 años. El primer libro que compré
en una librería fue precisamente este donde Willy Wonka se parecía casi a un
dios con las llaves de la eternidad. Corrí poseída por el chocolate Wonka a la
librería de mi pueblo para comprar con mis ahorros el libro que nos leía
nuestra maestra en clase. Amaba el instante en que Charlie comía un trocito
pequeño del chocolate Wonka y olvidaba la pobreza que le rodeaba al mirar el
mundo bajo el efecto embelesador del cacao. Le hacía soñar, le hacía seguir, creer.
Era el elixir de la esperanza. La chocolatina que le regalaban por su
cumpleaños le duraba mucho tiempo al comerlo trocito a trocito como si fuera la
dosis justa para la joie de vivre. Aquella primera compra fue el primer síntoma de una larga
enfermedad con las librerías. Hoy en día sigo padeciendo esos impulsos que me
llevan a las tiendas de libros para poseer un libro entre mis manos. Esos
momentos son de alguna manera otras formas de subir y bajar del cielo, alcanzar
la eternidad en tanto que los buenos libros afortunadamente no se acabarán
nunca.
El verbo subyugar es perfecto para asociarlo al chocolate y también a los libros. Hablo cuando el chocolate te hace suspirar y
trascender tu propio cuerpo. Y es que es similar al estado después de leer un
buen libro. Cuando decimos que un libro nos ha gustado está muy bien. Ahora
bien, cuando decimos que nos ha subyugado es como si dejaras de ser la persona
que eras. Sales de tu cuerpo para después regresar. Diríase que estar subyugado
es igual al estado después de un viaje en el extranjero. Algo ha cambiado en
ti. El chocolate evoca también ese viaje cuando dejamos que el cacao nos lance a una fuga de placer. Recordemos que el árbol
del cacao surgió en la cuenca del Amazonas al necesitar del calor y la humedad
para dar fruto. Los países colonizadores lo llevaron a sus colonias para hacer
plantaciones que hoy en día marcan el cinturón del cacao con la línea del
ecuador. Pasajes era el puerto de llegada de La Real Compañía Guipuzcoana de
Caracas que hacía llegar el cacao desde el Puerto de La Guaira en Venezuela
entre 1730 y 1785.
En la imagen: el puerto de Pasajes.