viernes, 24 de mayo de 2013

Un año de amor



Lo nuestro se acabó y te arrepentirás/ De haberle puesto fin a un año de amor/ Si ahora tú te vas pronto descubrirás/ Que los días son eternos y vacíos sin mí/ Y de noche, y de noche por no sentirte solo/ Recordarás nuestros días felices, / Recordarás el sabor de mis besos/ Y entenderás en un solo momento/ Qué significa un año amor/ Qué significa un año de amor (...)

La sentida e inconfundible voz de Luz Casal canta estas archiconocidas palabras con pasión. Al escucharla parece que lo hace como si fuera la última canción de su vida. Afortunadamente  sabemos que Casal no ha abandonado ni la vida ni la música al escucharla cantar. Además de su voz sostenida con tanta sensibilidad, los sentimientos que canta ella conectan con una manera de vivir la vida, es decir, sintiendo la vida de forma visceral. Esta actitud de cantar con el corazón en una mano es algo que he admirado de Luz Casal y que la canción a la que he hecho referencia evidencia con claridad.

Un año de amor, pues. He aquí lo que ha significado para mí escribir en este blog durante este año. Las penas empujadas por la ilusión de la vida me llevaron a esta aventura de crear un blog. El deber de seguir adelante se concretó entre otras cosas en poner por escrito y compartir con todos vosotros mis palabras. Recordé al iniciar este camino las pinturas de artistas modernos como Matisse cuyo título de “Joie de vivre” me fascinó cuando los descubrí. Por eso bauticé esta página con el juego de palabras entre mi nombre y la referencia a las pinturas que captaban esos instantes de la felicidad. De esta manera me comprometí a recoger a través de fotos o palabras esa mirada feliz, los ingredientes de la alegría de vivir. Una cosa me llevó a la otra y de pronto me encontré cada viernes escribiendo un artículo acompañado por una foto en la que intentaba copiar a columnistas a quienes admiraba. Esta cita de los viernes se ha concretado durante todo un año en el que he descubierto la sensación de que alguien lea mis palabras o la incertidumbre de no saber hasta cuándo seguiría escribiendo. De lo que no hay duda es que las palabras me han acompañado sin darme cuenta yo de ello. Las palabras bien empleadas nos auxilian más de lo que pensamos o al menos a mí me han recogido en una especie de regazo. De ahí que sostenga que este año de “joie de vivre” haya sido un año de amor.

Siento que mi historia de encontrarnos cada viernes llega a su fin para iniciar un nuevo ciclo. Pero y... ¿qué pasará cuando no acuda a mi cita con esta página? Como dice Luz Casal, ¿me arrepentiré de haberle puesto fin a este año de amor? ¿Empeorará mi vida sin las palabras? El tiempo revelará estas preguntas. Y es que sólo entonces sabré qué significan las palabras, qué significa escribir para mí...

domingo, 19 de mayo de 2013

Facebook o (frase)book



En un fragmento de la novela Orlando de Virginia Woolf, la extraña palabreja “Rátigan Glonfobú” significa algo muy concreto. Los miembros de un matrimonio que se telegrafían emplean esta expresión para que se comuniquen sin que el operador se entere de nada. Así cuando uno de ellos escribe “Rátigan Glonfobú” viene a decir que se encuentra “en un estado espiritual complejísimo”. De esta manera logran comunicarse los personajes de la novela en dicho pasaje. No cabe duda de que es paradójico que algo profundo y difícil de expresar que se resiste al lenguaje sea a la vez posible reflejar con dos palabras simbólicas. Pero muchas veces unas pocas palabras reflejan todo un mundo. Diríase que al igual que una imagen vale más que mil palabras, una frase o una expresión vale también o tanto como mil palabras. O al menos esa ilusión de logro nos crea a los hablantes. Gracias a estas realidades existen por ejemplo los refranes o los aforismos. ¿No transmiten ellas las lecciones de la sabiduría popular o vislumbran como la luz de un rayo la esencia de algo complejo? Sin duda todos vivimos en la vida cotidiana momentos rátiganglonfubianos en los que resumimos a veces de manera torpe u otras veces de manera más ingeniosa el espíritu de un pensamiento.

En la calle por ejemplo es el graffiti el que espontáneamente refleja los acontecimientos de la gente o las reflexiones urbanas llenos de colores. La novela La fiesta en la habitación de al lado de Mariasun Landa por ejemplo inicia sus capítulos con las expresiones de graffitis que leía la escritora en sus años de estudiante en París. Gusta encontrarse con expresiones de las calles parisinas revolucionarias de entonces.

Sospecho que en internet son las redes sociales las que recogen y transmiten esas reflexiones compactas de las personas. Es asombroso la cantidad de mensajes que se tejen en Twitter usuario va, usuario viene. Facebook tampoco se queda atrás. El apartado donde la gente pincha un “me gusta” es una especie refranero o “megustanero” contemporáneo. Algunas de las frases que aparecen en esta conocida sección apelan precisamente a los refranes. Así reza una archiconocida sentencia de Facebook que recuerda a “ojos que no ven, corazón que no siente”. Dice así: “Corazón que no ve Facebook que te lo cuenta. Otra frase de la red que sintetiza un sentimiento extendido de la fugacidad de la vida es “he vivido en 4 décadas, 2 siglos y en 2 milenios... y sólo rondo los 20”. Hay en la red palabras retóricas como “querido verano, ¿puedes llegar ya? Gracias”, juegos de palabras ingeniosos como “si hay que ir a Ikea se va pero ir para nada estantería” o también frases humorísticas como “Rajoy es el único español que sabe decir correctamente Bershka”. El “me gusta” que dice “¿cómo es posible que la duquesa de Alba tenga novio (ahora marido) y yo no?” invita igualmente a la risa.  Incluso hay quien aprovecha estas frases para algo más peliagudo: “Un saludo a mi ex que revisa mi Facebook a diario”.

Todo esto no sería posible sin la libertad de expresión. Estas palabras gozan de la permisividad que no disfrutaban los que inventaron “Rátigan Glonfobú” para esquivar al operador de telégrafos. Pero no os fascina ¿el eterno afán de las personas por expresar, inventar y glonfubear? 

sábado, 11 de mayo de 2013

Salvar el mundo


Gracias a una apasionada admiradora de Borges supe un día que el escritor argentino decía que el hombre tiene dos grandes deberes: ser justo y ser feliz. Me fascinó la manera en la esta sentencia resumía la actitud moral de una persona ante la vida. El tiempo no ha hecho más que corroborar la precisión con la que estas palabras captan la esencia de la ética humana.

Tengo que confesar que la parte que hace referencia a la justicia (el ser justo), me pareció en su momento lógica y de sentido común. Dicho de otro modo pensaba que esas palabras se ajustaban con los derechos y deberes con los que todos nacemos pero con los que no todos cumplimos. Sin embargo el deber de ser feliz me sonó en boca de la maravillada fan de Borges como un enigma. ¿Es un deber humano el ser feliz? ¿Qué hacer cuando nos pesa la vida más que la piedra más grande del mundo? ¿Qué demonios es la felicidad? ¿Un instante milésimo de gloria infinita o una actitud que se adoptan frente a las circunstancias? ¿Cómo ser feliz en medio de la adversidad? Las preguntas surgían una tras otra en nombre de la ignorancia. No obstante, según la vida me ha dado más años he sucumbido a la verdad de estas palabras del escritor argentino. Como humanos estamos unidos a la vida y por lo tanto debemos trabajar y moldear ese compromiso con ella.

A través también de esta lectora de Borges conocí  el bellísimo y célebre poema que se titula precisamente “Los justos” que dice así: “Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire./ El que agradece que en la tierra haya música./ El que descubre con placer una etimología./ Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez./ El ceramista que premedita un color y una forma./ El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada./ Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto./ El que acaricia a un animal dormido./ El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho./ El que agradece que en la tierra haya Stevenson./ El que prefiere que los otros tengan razón./ Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.”

¿No son preciosas las imágenes que nos presenta Borges de esos héroes poéticos? Después de conocer estos delicados versos algunas veces pienso en esos salvadores del mundo y mentalmente me dispongo a proponer al escritor argentino y a su fiel seguidora más tipos de héroes anónimos y maravillosos. Uno de estos momentos ocurre cuando voy a una librería y me pierdo entre los libros más vendidos, los amables dependientes que ordenan y atienden las dudas de los clientes y las diversas secciones que componen una tienda de libros. Observo a las personas que todavía compran libros y entonces me digo “El que ajeno a las nuevas tecnologías compra un libro de papel, también está salvando el mundo”. Incluso quizá, tú también al leer este anónimo blog formes parte de ese grupo de personas que rescatan y devuelven a los demás a la vida...  

sábado, 4 de mayo de 2013

Soñar despiertos



Nos pasamos la vida soñando dormidos. Y además la experiencia de dormir no es aprovechable para ninguna actividad consciente. ¿No es esto paradójico y frustrante? ¿Bajo que términos es razonable pensar que necesitemos tanto tiempo para descansar? Sólo desde el punto de vista de la salud. Así estamos hechos. Se dice que el ser humano sólo sobreviviría tres días sin dormir. No hay nada como un sueño reparador que nos resucita para encarar como es debido un día normal de trabajo y responsabilidades. Soñar dormidos no repercute en nuestra vida nada más que para estar más descansados y con la mente lúcida. Ni siquiera nos podemos guiar por nuestros sueños como algunos personajes bíblicos en la vida diaria. Lo que verdaderamente importa y es determinante es lo que soñamos despiertos y conscientes. Este tipo de sueños son unos de los grandes motores del mundo.

¿Cuántas personas afanosas desearían que el día les diera más de sí para perseguir esos sueños? Bien para hacer unos estudios anhelados, para viajar a alguna parte del mundo, para entrenarse y conseguir un viejo deseo o entregarse a sus aficiones de siempre. La literatura es como el arte un espacio donde quedan reflejadas las grandes preocupaciones y problemas de una sociedad. Las letras sostienen además, y nos cuentan los sueños y anhelos de la gente. La literatura permite soñar, conversar con una parte-de-ti-que-habla-a-otra-parte-de-ti. Un libro es incluso, en sí, un sueño cumplido por un escritor. Algo que condensa intrínsecamente años de trabajo y reflexión de una persona. Un libro nos cuenta por decirlo de alguna manera el tiempo: días, meses, años de trabajo de una persona. Un libro, requiere, asimismo tiempo también para leerlo aunque mucho menos que para escribirlo. Y a veces me pregunto por qué el tiempo de la lectura literaria va tan lento. Leer con detenimiento, rigurosidad y disfrute un libro requiere de tiempo libre. Más tiempo libre de lo que disponemos.

Hay que ver cuánto tiempo perdemos (o pasamos)  en los intervalos entre una actividad y otra. Es decir, los minutos u horas antes de dormir, de camino al trabajo o a casa, o por supuesto, haciendo las labores del hogar. Todos estos tiempos, se podría pensar, son tiempos muertos o los tiempos también necesarios para la vida. Hay alguno que incluso pensará que la lectura forma también parte de esos tiempos muertos de la vida. A otros sin embargo la lectura les alimenta tanto o más que la comida. Pero, ay, no se puede de momento comer un libro como un bocadillo. Lo peor de todo es que no se dispone de tiempo para leer todo lo que uno desearía. Uno no podría leer todo ni incluso quitando las horas al divino sueño. Por eso al elegir un libro para leer uno debe considerar esto y preguntarse: ¿podría morir tranquila sin haber leído este libro? Pues la vida dura un sueño...