La repercusión mediática del ecce homo que se ha hecho famoso este verano me ha recordado a las reacciones de los niños ante una pintura desastrosa de un compañero de clase. “Mira Pepito qué mal ha pintado su casa”, “sí, sí, Pepito es el que peor pinta de todos”, “Pepito pinta mal, Pepito pinta mal”. ¿Realmente no hay más noticias relevantes que tratar en los medios? ¿Por qué no se aprovecha la época estival para tratar de profundizar los temas de actualidad que no da tiempo de exponer con la debida dedicación durante el curso político? Parece que aparte de la canción del verano tiene que aparecer en los medios algún eco para rellenar las conversaciones. Es como si hoy en día llamase la atención todo lo grotesco con tal de ganar un minuto de gloria en los medios.
Me imagino que esta realidad de querer dejar una huella en el mundo –en este caso en los medios- viene de hace mucho tiempo. Hay en las personas un deseo de querer trascender, de pasar los límites de la muerte y permanecer en alguna parte “para siempre”. Sin embargo hay maneras y maneras de atravesar esas líneas. Los artistas que pasan a la historia del arte por ejemplo son personas que han aportado algo nuevo y revelador al patrimonio humanístico del arte. Así esas obras narran a través de esos artistas nuestros miedos, nuestras maneras de ver el mundo, nuestros sistemas de pensamiento, el día a día, la belleza, los deseos, los sueños, nuestras creencias, la muerte, el amor... de una manera nueva. Bien sabemos que el ecce homo restaurado no pasará a la historia del arte, pero ¿por qué no pertenecer al grupo de lo más visto en las redes sociales del verano? Porque nos podemos imaginar que la pintura anterior tampoco era una joya artística que proteger. De esta manera queda claro que a lo vulgar no le importa mostrarse con tal de hacerse famoso. Al fin y al cabo Pepito es el que peor pinta de clase. Es famoso por lo mal que pinta.
Hoy en día dejamos huellas en todo aquello que hacemos. Dejamos nuestra estela en los cajeros automáticos, en internet, en las cámaras de vigilancia, con los teléfonos móviles, ... Por lo tanto, es de alguna manera fácil seguir el rastro de una persona. Sin embargo esas huellas dactilares modernas no nos sirven para saciar nuestro apetito vanidoso. Yo misma me tendría que cuestionar por qué escribo en este blog y cómo dejo mi huella en la red a la vez que sigo las que ustedes como lectores realizan al leer mis artículos.
Otras huellas bien distintas que han pasado a la historia son las que el recientemente fallecido Neil Armstrong dejó en la luna. La frase que acompañó a sus pasos también ha pasado a la historia de las grandes hazañas científicas del ser humano: “un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad”. Estas palabras nos deberían recordar que vamos a pequeños pasos cuando de vez en cuando alguien de una gran zancada hacia el progreso, bien sea artístico, científico u otro. Y esto revela a la vez que un paso hacia adelante de una persona es un avance para toda la comunidad. Lo mismo ocurre a la inversa: un retroceso de una persona incide en todos. ¿Será por eso que el tan famoso ecce homo malamente restaurado no debería ser noticia para mí?
Fotografía: René Burri