¿Qué es lo más grande que le podemos pedir a este
año que empieza? Mafalda con sus aplastantes verdades ironizará al respecto: no
es el año nuevo, somos nosotros los proveedores del cambio en nuestras vidas. Los
que tenemos la clave del logro y la suerte. Ante esta existencial pregunta y todavía
con El Danubio Azul como música de fondo, un filósofo tampoco tendría ninguna duda
en la respuesta. El mejor propósito para el 2018 sería crear o reforzar los
lazos de amistad. Porque el mayor bien del que uno puede gozar en la vida es la
amistad. La fortuna y el éxito no son nada sin amistades con los que compartir,
saborear, reír. Visto desde otro ángulo, ni los bienes más caros o el prestigio, ni los caprichos más exquisitos del mundo pueden
compensar la falta de una red de amigos. Y bien, ¿cuántos amigos tienes tú? ¿Con
cuántos amigos puedes relajarte y simplemente ser tú ante ellos? La pregunta
viene porque tu agenda de contactos del móvil, tus amigos de Facebook o los
seguidores de Instagram mienten. Engañan porque sobrepasan los dedos con los
que, tradicionalmente, una mano puede contar la cantidad de amigos de verdad.
Existe un documental que sirve a la vez de
inspiración y consuelo a propósito de la amistad verdadera. La que cuenta la
épica y estremecedora historia de la escritura y publicación de Archipiélago Gulag de Aleksandr
Solzhenitsyn. Una obra que narra las vilezas en los campos de trabajo rusos
denominados Gulag. Un trabajo el de Solzhenitsyn que aparte del talento
literario que demuestra–según cuenta el documental- sobre todo derrocha
astucia, valentía y además una insaciable sed de justicia ante la triste
historia del siglo XX. Solzhenitsyn después de estar 8 años condenado a
trabajos forzados decide escribir un libro que sólo con su experiencia particular
en los campos no puede culminar. El destino sin embargo le guiña el ojo al ponerle
en contacto con unas personas sin cuya ayuda y testimonio no podría llevar a
cabo la escritura de Archipiélago Gulag.
Estos cómplices de Solzhenitsyn sabrán cómo escapar del control de la
maquinaria soviética y su negra sombra
sobre la ciudadanía. A estos cómplices llamará Solzhenitsyn “los invisibles”
para homenajear su silencioso trabajo (mecanografiar los manuscritos, ayudar en
la documentación u ofrecer refugios y escondites siempre con contraseñas que
formaban un lenguaje secreto) sin dejar huella ante la KGB. Estas personas
invisibles se jugarán la vida por ese proyecto a la vez literario y ético, y de
hecho una de esas amigas incondicionales desgraciadamente fallecerá sin ver
publicado el libro.
Solzhenitsyn difícilmente
podría haber escrito su obra magna con un smartphone en el bolsillo o con 300
amigos de Facebook. En el documental es fascinante verle hablar de esos amigos
invisibles de una forma tan visceral. Especialmente cuando febrilmente dice que
nadie le traicionó. Hoy en día todo queda en las redes o en el Whatsapp.
Nuestra vida se expone en el escaparate social del siglo XXI. Y sin ninguna
duda esa red nada tiene que ver con la íntima telaraña de amigos que creó Solzhenitsyn
en mitad de las más temibles y oscuras tinieblas. ¿Quién arriesgaría su pellejo por ti como lo
hicieron por Solzhenitsyn? ¿En qué triste encrucijada tendrías que estar metido
para que alguien te regalara su vida en el más humilde anonimato? Definitivamente,
hoy en día es difícil encontrar aliados así. Pero es justo admitir que siempre lo
fue. Unas relaciones tan auténticas como
la vida y la muerte sobre las que Solzhenitsyn escribió también en un libro
titulado Los invisibles.
Sin perder la esperanza, Archipiélago Gulag nos enseña que no sólo el amor puede ser
incondicional. Queda afortunadamente un pequeño hueco también para la amistad.
Ese sincronizado mosaico de gente que forma este libro es el espejo al que uno
desearía mirarse. Un refugio de libertad y entrega que envidiarían muchos grupos
de Whatsapp. Es que nunca me traicionaron, dice mágicamente el autor ruso en el
documental. Sin ellos no lo hubiera podido hacer jamás. ¿Será mucho pedir una amistad a lo Solzhenitsyn para el 2018? Urte berri on! ¡Feliz Año!
Fotografía: Thomas Hoepker, 1964.
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