Un fuerte desamor, la muerte de alguien muy querido, una
enfermedad, ese gran disgusto que te impide dormir, los problemas en el trabajo
que te consumen, el imperativo de tener que dejar tu tierra y convertirte en un
emigrante o un exiliado, angustiosos problemas económicos o simplemente una
desgana para vivir… Esta lista es interminable. ¿Quién no ha pasado una mala
temporada alguna vez?
En mayor o menor medida todos hemos atravesado algún oscuro túnel
de la vida. Todos en alguna ocasión hemos tenido que descender al mundo de los
afligidos y soñar con volver a ver la luz de la Tierra otra vez. En ese
sufrimiento te confundes a ti mismo con un muerto viviente que a duras penas
sobrevive. “¿Por qué esto a mí?” es la pregunta. Quizá en ese duro tránsito habrás
recordado que “el momento más oscuro es el instante antes de amanecer” como una
promesa que cambiará tu sufrimiento en sabiduría. Algo que se parece a un ruego
para volver a la vida de nuevo. Te engañará el que te asegure haber mirado a la
luna siempre como en una divertida noche de verano. Y si es así, sabrás que no
estará legitimado para hablar a nadie de sufrimiento porque es ella la que nos
cambia la mirada hacia la vida y las personas. “Gracias” a ese pesar eres mejor
persona porque tu discurso acerca del dolor parte de tu propia experiencia. Como
si el dolor ajeno resonara con el tuyo propio. Tal vez, quién sabe, la noche
fue creada para poder hablar de la tristeza de una forma simbólica.
Encontrar en esa noche a alguien que te acompaña en el
camino –simplemente estando contigo- supone ser un gran afortunado. Esa persona
puede que te cuente cómo sigue la vida en el mundo de los vivos o tal vez te
insufle confianza en tus posibilidades
para continuar con el recorrido. Puede también que te recuerde la
dignidad con la que uno puede llevar su sufrimiento, esa dignidad que nada ni
nadie te podrá arrebatar. Dar con la persona entre la inmensa multitud es, en
efecto, una gran suerte. Tropezarte con alguien a quien asociar la hermosa palabra
empatía y pensar que naciste para conocerla. Esa persona te hará creer en el
ser humano después de sentir que tu sufrimiento es, tal vez, motivo de un vil regocijo
para algunos. Algo que a veces te hace despreciar la condición humana. Pero tú sigues
adelante y a ella das y de ella recibes. De él tomas aquello que necesitas. Una
palabra, una mirada o su preciado tiempo. Haces planes con esa persona. Te
alivia estar con él. Te libera del peso hablar con ella. Sientes que él quiere
cogerte la mano y apretártela con fuerza como el viento que aviva el fuego. Pero
ante todo lo que sientes es, sobre todo, que te escucha sin juzgar.
La vida nos llama a luchar contra la noche a cada uno en
nuestra parcela. Como si alguien quisiera que el llanto de la noche se
transformara en girasol que se despierta con los rayos del sol. Llevamos en los
genes el instinto de supervivencia, de ahí que tú también le sigas a la vida. Por
eso admiro el plan que os propusisteis seguir esa persona y tú. Una vez un
columnista de un periódico daba a sus lectores unas razones para vivir que te
parecieron fascinantes y las llevaste a la práctica. Era una lista que a su vez
imitaba a otra emotiva y bella lista. Así visitasteis Toledo, leísteis Crimen y
castigo de Dostoievski, visteis Manhattan de Woody Allen, El apartamento de Wilder
y Qué bello es vivir de Capra, escuchasteis a Bob Dylan y a Bach, leísteis el
pabellón número 6 de Chéjov y el Gran Gatsby de Scott Fitzgerald, pero por encima
de todo saboreasteis el placer de las cosas sencillas: revivir el disfrute de
comer unos huevos fritos o sentir el tamborileo de la lluvia mientras dormíais
en la cama, ver la belleza en las naranjas o en el papel Clairefontaine, pensar
en el Estado del bienestar o en las primeras cerezas, los viernes por la tarde,
en la esperanza en el mundo de una mujer embarazada. La sopa caliente. Los
parques. La tinta. La fragilidad. La risa. Una lágrima. Una conversación. El
vaho del invierno. El sudor desnudo del verano…
Guardas esa lista del periódico con celoso cariño porque
leerla hace que te sientas viva. Todavía la sigues consultando de vez en
cuando. Te quedan muchas razones para vivir que te quedan por descubrir. En un
arrebato de gratitud hoy te has propuesto escribir tus propias razones para
vivir. Son una mezcla de las ya leídas con las tuyas propias por si a alguien
le resultan persuasivas y convincentes para ese camino en la noche, como lo
fueron una vez para ti.
Fotografía: Cornell Capa.
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