Suena Enya mientras tecleo y ella me lleva a Irlanda. Me
pregunto cómo será esa tierra que inspira a tantos músicos y poetas. De hecho,
se dice que Irlanda es el país donde mejores escritores hay por metro cuadrado.
Una expresión o estadística que deja tocado
a cualquier enamorado de la literatura. Una curiosidad por conocer esa
isla se apodera de mí como una nube tormentosa se cierne sobre uno de sus
verdes acantilados. ¿De qué cultura beberán sus ciudadanos para entregarse a la
pluma, a la lira?
Como Irlanda, cada país nos canta melodías diferentes. Por
ejemplo, Japón nos evoca una cultura con claro sentido de la comunidad
disciplinada, el deber y el honor. No nos podemos olvidar del manga, de su
tecnología como tampoco soslayar que es el país con la mayor esperanza de vida
del mundo. Eso sí que es todo un reclamo para interesarse por su vida y, claro
está, por su psicología. ¿A qué se debe la fortaleza nipona?
Sin ir tan lejos, Finlandia es otro país con claras
asociaciones para todos. Su excelencia educativa fascina a todo aquel interesado
en pedagogía y también despierta la envidia de aquellos que sueñan con una sociedad mejor.
La gran apuesta finlandesa por la educación ha situado al país en la cima de
los mejores resultados en el informe PISA (como también Shangai, Singapur,
Hong Kong y Taiwan). Son muchas las claves del éxito educativo finlandés cuyo
beneficio disfrutan todos sus ciudadanos con un bajísimo índice de fracaso
escolar y con un sobresaliente en civismo. Algo que nos lleva a pensar que su
eficacia educativa está también dirigida a ser mejores personas. ¿Cómo es
posible que estén tan concienciados todos para ese noble fin? Sin salir de Europa, tenemos también el Informe Mundial de la Felicidad 2016 que sitúa a Dinamarca
como el país más feliz. Para esta clasificación no se han tenido en cuenta
únicamente indicadores económicos. Se entiende que unos ciudadanos felices
contribuyen mejor al progreso social. ¿Se podría decir que en Dinamarca hay más
felicidad por metro cuadrado? Es curiosa la pregunta.
Por su parte, la ciudad alemana Gotinga es muy prestigiosa
por la relación de ilustres profesores que han impartido clase en su
universidad. Así es el caso de Carl
Friedrich Gauß, los hermanos Grimm o Edmund Husserl. Por añadir la expresiva estadística,
se dice que hay un Nobel por cada 3000 habitantes de Gotinga.
A propósito de la gastronomía, los vascos somos conocidos
también en este tipo de estadísticas. Donostia por de pronto, puede estar
orgullosa de tener la primera universidad de la alta cocina de Europa y
asimismo de ser la primera ciudad del mundo con mayor cantidad de estrellas Michelin
por kilómetro cuadrado. ¿Qué se puede aprender de estas comunidades y de la
presencia de la innovación en ellas? Sin ir más lejos, que todos ellos tienen
el reconocimiento internacional en sus respectivos campos. Se lo han ganado. Todos
admitimos su saber en el ámbito donde se entrenan. Todos nos rendimos ante su arte
en las letras, en la salud, en la educación, en la gastronomía, etc.
Si me permites el paralelismo, el mundo es como una clase
donde Irlanda, Dinamarca o Japón
destacan en lo suyo, como lo hacen Sara y Pedro. Todos y cada uno de nosotros, somos
también, pues, como esos países a los que hay que reconocer un don para algo.
Por eso todos los niños deberían salir de la escuela sabiendo que hacen algo
bien. Es necesario que todos los alumnos escuchen en boca del maestro que
tienen gran capacidad o gracia en esto o aquello. Me parece que la escuela
debería fomentar esa búsqueda y ese reconocimiento de los talentos individuales.
No por el único motivo de alimentar el ego o la autoestima del niño sino por una
cuestión de justicia. Basta con imaginar a ese niño hábil que nunca ha
escuchado que lo hace muy bien. Las consecuencias se traducen en un gran
desperdicio para todos. Como un aula de una escuela con la calefacción al
máximo y todas las ventanas abiertas en un helador día invernal. Aprovechar los
talentos individuales repercute, también, en una mejora colectiva. La escuela
no puede quedarse al margen de esto y dejar que ese calor en forma de talento
se evapore con el frío. Es en ella, en la escuela, donde se concentra más
talento del futuro por metro cuadrado.
En la foto: el cocinero vasco Juan Mari Arzak.
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