Ahí yace en un elegante
silencio. Parece muerto pero se encuentra únicamente durmiendo una tranquila siesta
de temporada. Se trata de un árbol al que he visto dormirse, morirse, marcharse
lejos en las últimas semanas. Falleció cuando hizo su aparición vestido con una
desnuda cara de Gingko biloba. Y como si esa cara perteneciera a alguien que
fuera mitad árbol y mitad mujer. Apareció sin una respiración que empeñara los
cristales del parque recién abierto como una tienda para mí. Estaba tan inmóvil
que bien podría confundirse con una estatua de mármol sin que ninguna de sus
ramas bailara con el viento del noreste.
El asesino que tumbó a
ese árbol y lo hizo tan mortal como los humanos no fue otro que el cruel invierno.
Esa estación del año que nos recuerda a la muerte en sus tonalidades negras, amarronadas
y grises. Una época del calendario que a veces nos deja un paisaje blanco en un
intento de mantener la inocencia del a pesar bello estrago causado. La
naturaleza nevada no sólo se presta para una fotografía en un romántico blanco
y negro sino que es también una metáfora de la impunidad. La nieve invernal deja
nuestro ánimo sombrío, húmedo, nostálgico y sin embargo nos fascina ese manto
blanco inmaculado. Es un blanco limpio, puro y a la vez enormemente culpable del
desierto natural causado y la tendencia hogareña a la que nos ha condenado. Por
eso mi parque se parece a un escenario fúnebre después de que la lluvia, el frío
o la nieve se hayan llevado sin un mea culpa los restos del otoño.
¿Cuál es la primera
estación? ¿Dónde empieza el año no para nosotros sino para ese árbol? ¿Cuándo
se despertará de ese sueño? Tal vez todo comience en enero con el invierno. O
quizá en el solsticio de la primavera según el calendario lunar. Pero no pocos
dirán que el ciclo de la naturaleza se dispara cuando brota la vida y salen las
prímulas que anuncian la lenta pero segura llegada de la primavera alrededor de
ese Ginkgo biloba. Es el momento de la concepción. Como si esas pequeñas flores
amarillas fueran el síntoma de un embarazo que culminará en el parto
primaveral. Para otros el proceso comienza con el curso escolar de septiembre
cuando entramos en el otoño y el cenit del cuento de las cuatro estaciones llega
con el esplendor estival tan bien premiado con el descanso vacacional. Así el
verano parece la cumbre de un propósito en forma de montaña frondosa. Cada cual
pensará cuándo empieza y cuándo acaba la vida de nuestra madre naturaleza. Sea antes o después, lo cierto es que el
invierno tiene mucho poder de concebir y expresar verdades. Verdades tan
auténticas y bellas como las camelias o los pensamientos que adornan nuestros
jardines poblados de frío y de falta de luz.
El invierno nos hace
desprendernos de algunas capas como el viento peina los campos y los árboles.
Arrasa con todo y para protegernos de las tormentas invernales nos pone de
camino hacia el interior: el de una sede física con cuatro paredes y una sede interior
más personal o espiritual. Así, cuando llega el frío María no sólo se refugia
en su casa. En invierno María se mete dentro de María. Bajo ese techo y ese
cobijo interior habita la sobriedad, sobran las extravagancias y no son
interesantes los egos con abrigo o sombrero. Bajo esa sencillez ocurre algo
maravilloso cuando salen a la luz esos pensamientos en el corazón del invierno.
Sucede en esos días de tiempo infernal que ponen a prueba nuestra salud física
y psicológica pero a la vez destapan nuestros proyectos y deseos más íntimos en
las largas noches que tratan en vano en hacer perdurar la oscuridad para
siempre. Porque esa falta de luz es paradójicamente la metáfora perfecta de que
a veces es beneficioso apagarse, morir, atravesar un duelo para volver a nacer
como un parque en primavera.
¿Qué deseos ha despertado
el invierno en ti? Te ha encerrado en una habitación de una gran casa. Estás
hibernando en ella a la vez que piensas lo que harás cuando salgas de ahí. El
invierno es proyectar, hacer planes y mirar por la ventana imaginando un futuro
mejor. Es salir con los ojos de la mente en busca de una verdad aún más blanca
y transparente. Lo que piensas al mirar por la ventana dice mucho de ti y de
esa sede en la que habitas en tu interior. Esos pensamientos invernales son como
aforismos que lanzamos al frío que deseamos que se convierta en calor. Iré de
vacaciones a… Cuando empiece el buen tiempo haré… Seré libre cuando vuelva a… Todo
es proyectar mientras las rachas de viento, agua y nieve azotan el parque que ahora
parece dormido desde mi ventana. Está en la siesta aunque afortunadamente no
eternamente. ¿Acaso ese Ginkgo biloba, como tu corazón, no rebosará vida dando
a luz a un verde soñado unos meses antes cuando pensabas en ser alguien todavía
mejor? Antoine de Saint-Exupéry lo expresó de otro modo: “Estar atravesando una
tormenta no significa que no te dirijas hacia la luz del sol”.