Cataluña nos enseña que
tenemos una doble ciudadanía. La primera es doméstica y cercana. Le preocupan
las necesidades cotidianas como tener el estómago lleno, llegar a final de mes
o saber quién va a recoger a los niños en el colegio. Esto explica que esta primera ciudadanía se
viva a pocos kilómetros a la redonda de la propia casa y que sea práctica. Por
eso se la conoce como ciudadanía local y se contrapone a la segunda que es más
global. En otras palabras, me refiero a la condición a la que apelamos cuando
decimos que somos ciudadanos del mundo o por el contrario, recordamos a alguien
que somos de nuestro padre y de nuestra madre. Tal vez de ahí viene que lo
lejano o global a veces nos resulte ajeno y lo cercano un tanto pesado. Cataluña
es un ejemplo de esta ciudadanía bifurcada en lo local y lo global. Porque, ¿qué
se respira en las calles, ascensores, en los parques públicos catalanes para aquellos que viven el procés en su
trajín diario? Y, ¿qué nos pasa a los que no vivimos allí?
Tenemos la televisión, los
periódicos y sobre todo, las redes. Las redes nos ayudan a conectarnos con los
catalanes y en general también con los fenómenos globales. A veces incluso colaboran
en la intensidad con la que vivimos algunas anécdotas familiares. En este
sentido, estas aplicaciones nos lanzan al mundo o también nos echan las raíces
con la familia. En otros términos, nos volvemos “glocales”.
Ahora bien, las redes a
veces no nos abren las ventanas al mundo ni tampoco enriquecen la conversación
de dos comensales. En demasiadas ocasiones las zonas wifi nos roban la presencia
auténtica con la persona que nos acompaña. Las redes sociales con frecuencia usurpan
nuestro tiempo y sobre todo retiran nuestra dedicación verdadera con lo que nos
rodea. Entre otras razones porque nos hacen vivir la vida a través de la
pantalla táctil y no por medio de la retina. ¿Pero cómo despreciar las redes sociales como Instagram
que tanto nos acercan a los amigos que se encuentran en el extranjero? Estos inventos
hacen posible algunas amistades a distancia. Es bueno reconocer sin embargo que,
con demasiada frecuencia abren abismos entre dos personas que están cara a cara
con sus teléfonos en la mano.
Han cambiado nuestras
relaciones, las distancias, los ritmos. Esta doble ciudadanía se difumina. En una ocasión le escuché al escritor Harkaitz
Cano decir que no tiene teléfono móvil como una manera de ganar privacidad y
también como una forma de conseguir más tiempo para leer. En su adolescencia
sin Internet, decía, leía más. Un teléfono móvil flaquearía su lista de libros
leídos. ¿O es que Instagram no nos quita tiempo para leer? ¿No nos roba la
quietud necesaria para coger un libro entre nuestros brazos?
Hoy le he visto
precisamente a Harkaitz Cano por la calle. Caminaba deprisa y decidido a
empezar algo. He envidiado en una milésima de segundo su vida sin Instagram,
sin teléfono móvil. Pero a continuación me ha persuadido una idea que ha
entretenido mi pensamiento. ¿Y si Harkaitz Cano pudiera visitar el Instagram de Franz Kafka, por
ejemplo? Entonces quizá sí accedería a tener
un smartphone aunque este le robara tiempo para sus libros. O, ¿no sería un
reclamo que escritores o personalidades como el escritor de Praga pudieran
inspirarnos de forma póstuma llenando Instagram de sus pensamientos? Que,
¿aunque muertos pudieran seguir colgando sus perlas en diferido?
Me gustaría saber cómo
sería el Instagram de Kafka. Sus fotos, confesiones o incluso sus ironías en la
red sabrían como un dulce a media tarde. En el caso de tener acceso al
Instagram de Kafka podríamos leer las frases que escribía en su diario. Como por
ejemplo, aquella mítica y polémica cita: “Hoy los alemanes han invadido
Polonia; por la tarde he ido a nadar”. Aquella famosa frase nos retrata
espléndidamente en nuestra doble y (ahora) ambigua ciudadanía local y global. En este
caso, representadas en la Polonia europea y en la piscina del barrio. Si lo
pensamos bien esta frase también nos interpela en la vorágine catalana. Kafka
podría haber escrito así en su Instagram: “Hoy Cataluña ha declarado la independencia. Por la tarde, he ido a correr”.
Fotografía: Ian Berry.