San Sebastián será un año más el
epicentro de corredores, patinadores y dignos discapacitados
ejemplares este domingo. Llega la carrera Behobia-San Sebastián en
su 52ª edición y será casi un deber calzar unas zapatillas deportivas
en el caso de querer dar un paseo por la ciudad durante el fin de
semana de la famosa prueba. Me refiero a que si no lo haces llamas
la atención en bares o restaurantes abarrotados de corredores que nos visitan estos días con su
atuendo deportivo.
Como bien saben los donostiarras, la
ciudad está tomada por deportistas que quieren correr la famosa
carrera popular que parte de Behobia (Irún) y llega a Donostia. El
recorrido tiene dos subidas importantes (Gaintxurizketa y el alto de
Miracruz) y consta de 20 kilómetros. El éxito de las inscripciones,
aunque ha bajado este año, refleja que la carrera se ha convertido
en eso: la carrera. Correr la Behobia es algo más que
participar en una multitudinaria sesión de running colectivo.
Diríamos que se parece más a una sudorosa peregrinación repleta de
devotos con deseos, retos, sueños u homenajes asociados a la
carrera. Haber hecho la Behobia se ha convertido en algo por lo
que sentirse orgulloso. Pero si ampliamos fronteras y hablamos de
carreras internacionales es inevitable no mencionar el Maratón de
Nueva York que recientemente se ha celebrado en la Gran Manzana y que
casi coincide con nuestra pequeña pero querida Behobia.
La cadena Eurosport estaba emitiendo la
repetición del maratón de la ciudad de los rascacielos. Me
encontraba en el gimnasio pedaleando en la bicicleta estática cuando
apareció ante mis ojos la corredora keniata que se había escapado
en el kilómetro 21 de sus rivales cogiendo ventaja de 3 minutos. Su
dorsal la bautizaba como Keitany y parecía un veloz animal azabache
a la caza de su presa urbana. La intrépida e imparable Keitany daba
unas combativas zancadas en el asfalto de Nueva York mientras mis
piernas hacían girar los pedales de la bicicleta como podían. Las
dos sudábamos y mi pensamiento estaba a la vez en Donostia, a la vez
en Nueva York. Lo cierto era que el maratón ya había acabado, sin
embargo, mi fascinación acababa de empezar. Estaba aquí y allí.
Mis oídos además estaban escuchando la eléctrica Empire State of
Mind cantada por Jay-Z y Alicia Keys y era difícil no tener ganas de
estar en Manhattan con esa canción, que es a la vez homenaje a esa
gran ciudad, acompañada por esa retransmisión del maratón. A ritmo
de rap Nueva York era la jungla donde no había nada que no pudieras
hacer. Y Keitany lo sabía bien porque no había nadie que la pudiera
coger, nadie que la pudiera parar. El escritor y corredor japonés
Haruki Murakami, que en su día escribió sus memorias en aquel De
qué hablo cuando hablo de correr (exponiendo que el correr fue su
gran escuela para escribir) debía de ir también entre aquella
multitud que lideraba como mujer Mary Keitany, de 34 años.
Y yo pedaleaba y corría con la
keniata. Imaginaba escuchar los gritos de ánimo de la gente e
intentaba meterme en la mente de aquella imponente mujer que lo
podía todo. Deseaba ser ella por un instante. Salir de mi cuerpo y meterme en sus zapatillas. Todos la (¡y me!)
vitoreaban. La pista de la carrera era una fortaleza neoyorkina conquistada majestuosamente por Keitany que me hacía engullir junto
a ella los kilómetros a la vez en solitario en Donostia, a la vez
acompañada por la multitud en Nueva York. Y por fin, jubilosamente
entre edificios imposibles de alcanzar con la vista llegamos juntas a
la meta. Mary Keitany se consagraba (¡conmigo!) como la ganadora del
maratón por tercer año consecutivo con un tiempo de 2 horas 24
minutos y 26 segundos. Y cómo escasean, por desgracia, esos ánimos
en la vida diaria, pensaba en el gimnasio. La gente que me animaba
pasando por Central Park no lo hacía en Donostia, encima de la
bicicleta. Tristemente, no sé por qué extraña razón
perdemos esa capacidad de conectar con la lucha del otro, de salir de
nosotros mismos para ser otro, cuando ciertamente esa batalla no es
deportiva. En este sentido, el deporte no solo se presenta como
escuela de sacrificio o superación, sino también de empatía con el
que sufre.
La gente animaba en Nueva York y
animará en Donostia el domingo que viene. Y ejerceremos esa empatía
deportiva que bien podría trasladarse también un poco más a la
cotidiana, a las conquistas de todos los días. Los griegos comprimían esa llamada a la empatía en una
sabia frase: “sé amable, pues cada persona con la
que te cruzas está librando su ardua batalla”. La gente –como tú
y yo- ha venido al mundo a luchar y, ay, estamos todos tan
necesitados de ánimos que nos encanta escuchar venga, vamos, lo
tienes, sigue, tú puedes, ¡sí!
Fotografía: Jean Gaumy.
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